Una vez, siendo niña, sentí la soledad de su resplandor, aquel brillo perdido en la inmensa oscuridad, sólo quebrada por el leve fulgor de las estrellas, sus eternas compañeras. Aunque nunca negué su belleza, no pude evitarlo, me compadecí tanto de aquel extraño destierro que en mi inocencia, fui haciendo mío y me imaginé que era una mujer...

jueves, 10 de enero de 2013

QUIZÁS UN SUEÑO... EL TRIGÉSIMO OCTAVO...




Aquella noche quiso disipar la bruma violeta que antes del crepúsculo,  había comenzado a provocar su voluntad.

Como un espectro, sabio conocedor de su esencia, aquella niebla removió otra vez sus entrañas,  ahogando su pecho, asfixiando las sombras que en él siempre había escondido.

No, nunca pretendió la inmortalidad de su alma, simplemente que su soplo no se extinguiera.

Tuvo miedo al sueño aquella noche… Temió su compasión y aunque sus párpados se resistieron a que la niebla la envolviera, cedió,  pues en ella el ser dejaría de importarle y por fin se desvanecería.

Soñó con pensamientos en el alfeizar de su ventana, pequeñas macetas adornadas por un etéreo perfume, bañadas con las lagrimas que un día utilizó para inspirarse mientras la luz del día moría en ella.

Casi se extingue pero aunque pudiera parecer imposible, por un momento, en su letargo, supo que era sólo un sueño.

No fue difícil desnudarse de él porque fuera la niebla comenzaba a evaporarse portando su propio olvido.

Ya lo dije, nunca pretendió la inmortalidad de su alma.

Un desvelo benévolo mientras amanecía y una claridad lo inundó todo. Su voluntad había vencido.

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