Una vez, siendo niña, sentí la soledad de su resplandor, aquel brillo perdido en la inmensa oscuridad, sólo quebrada por el leve fulgor de las estrellas, sus eternas compañeras. Aunque nunca negué su belleza, no pude evitarlo, me compadecí tanto de aquel extraño destierro que en mi inocencia, fui haciendo mío y me imaginé que era una mujer...

viernes, 30 de marzo de 2012

PECADO EN VIERNES DE CUARESMA





Nunca he sido muy prácticamente, la verdad. Y sí lo confieso, en más de una ocasión he pecado.

Fue un viernes de cuaresma y se puede decir que aquella noche nos portamos muy bien viendo la película.  Apenas nos provocamos, no por motivos religiosos, sino quizás porque el argumento nos enganchó a los dos desde el principio. Era uno de esos films de intriga que consiguen tenerte pendiente desde el primer minuto.

Al terminar, me ofreciste tu mano para conducirme a la habitación y al levantarme del sofá, me pegaste tan fuerte a ti,  para darme un beso de esos que anuncian lo que está a punto de pasar que, de nuevo, lo lograste.

Sí, contigo casi siempre es así, haces que se despierte el deseo de una forma rápida y ya no hay forma de controlarlo.

Tentación…

Claro que me moría por encontrarme desnuda contigo entre mis sabanas, pero cuando vi que ibas a comenzar a desvestirte lo pensé mejor y te propuse hacerlo yo.

De píe, frente a la cama, te besé mordiéndote los labios, gritándote con mi lengua empapada las ganas que tenía.  Agarré tu camiseta, te la quité y cuando sentí que tus manos iban a sujetar mi cadera,  me separé y me puse detrás de ti.

Te pedí que no te giraras y fui yo la que se desprendió de la ropa rápidamente. Tampoco había mucho que quitar, un vestido, el sujetador y las bragas. Creo que tardé apenas unos quince o veinte segundos.

Completamente desnuda, te acaricié la espalda con mis manos, mientras la punta de mi lengua la hacía suya con pequeños besos.

Respiré sobre tu cuello y me pegué a ti para que sintieras el leve roce de mis pechos.  Sé que eso te vuelve loco y aunque trataste de resistirte girando tu cabeza, intentando atrapar con tu boca mi lengua, todavía no había llegado el momento.

Aún detrás de ti, te rodeé con mis brazos y mis manos se posaron en tu vientre introduciéndose en tu ropa, encontrándose tu sexo firme, palpitando, lleno de hambre, caliente…

Me ayudaste a quitarte los pantalones y entonces me puse de nuevo frente a ti. Me acerqué aun más y te besé entregándote mi lengua excitada al tiempo que mis manos comenzaban a bajarte los calzoncillos. Deslizarlos con mis dedos suavemente, sintiendo como tratabas de capturar otra vez mi boca,  fue excitante. Cuando por fin te liberé de ellos pude contemplarte de principio a fin erguido, esperándome.

Lo reconozco, hubiera metido tu sexo en mi interior en ese mismo momento, pero una vez más decidí seguir con el juego. Mirándote a los ojos, sin besarte esta vez, empecé a acariciarle con la palma de mi mano.  En mi diablura, durante unos instantes, acerque mis dedos a los labios y humedeciéndolos con mi lengua volví a colocarlos pero esta vez sobre tu parte más rosada. 

Sentí tu vientre contraerse y decidí sujetarlo con más fuerza y deslizar mi mano de arriba hacia abajo…

Me excitaba cada vez más simplemente sabiendo como me mirabas y con esa excitación le liberé y comencé a descender apoyada en tus caderas, besando tu torso, tu vientre.

Completamente postrada ante ti regalé mi aliento y una leve caricia de mis labios a tus ingles. Tu respiración iba en aumento, tus manos apretaban mis hombros y tus uñas trataban de arañar mi piel cuando percibiste mi respiración sobre tu sexo. Padecí la necesidad de besarlo, de cubrirlo con la humedad de mi boca, de envolverlo en mi saliva y que mi lengua le arropara, extendiéndose, para saborearte plenamente.

¿Qué importaba que fuera viernes de cuaresma?

Y sí, te degusté lentamente mientras mi mano de nuevo aferrada comenzaba a moverlo lentamente al ritmo de mi lengua.

Notar que el calor de mi boca te arrancaba las primeras gotas de tu esencia dulce y salada hizo que me excitara más, que mi mano se moviera más deprisa y que mi boca acompañándola tratara de llenarse completamente de ti, absorbiéndote, presionando con mis labios…

Sé que lo hubiera logrado. Tus palpitaciones te delataron, pero creo que en el fondo eres más creyente que yo e imponiéndote a mí y a tu credo me prohibiste que pecara más alzándome del suelo y cogiéndome por la cintura…

¿La penitencia? Sentirte dentro…

No, no es tan malo pecar de vez en cuando.

miércoles, 28 de marzo de 2012

ALGO DE SEXO RÁPIDO




No sé las veces que he oído durante mi vida que las cosas hay que hacerlas despacio para que salgan bien. 

Pero en el sexo la percepción del tiempo en ocasiones deja de tener importancia y todo vale, o casi todo...

Salimos aquella noche.

La temperatura en la calle era perfecta y a pesar de las luces de la ciudad, la luna se mostraba en el cielo completamente llena y demoledora.

La velada comenzaba serena a pesar de la amenaza de mis tacones altos y el desafío de mi vestido negro, quizás excesivamente corto. Tan corto que, mientras caminábamos, sentí tu preocupación tratando de comprobar con tu mano si la tela aún cubría mi trasero. Sí, si la cubría.

Fuimos a nuestro lugar de siempre, donde nuestro rincón parecía esperarnos. Unas cervezas, un par de tequilas e hicieron aparición esos besos a los que también sabemos jugar, como si no nos conociéramos y aquella fuera nuestra primera cita. Sin duda, un coctel peligroso para mí, pero que mi lengua sabe saborear.

¿Te he dicho que me gusta bailar contigo?

Pusieron aquella canción que siempre acaba despertando en mí el deseo de provocarte. No, no hay pudor cuando siento que todos se desvanecen y solo estamos tú y yo y ese ritmo que me envuelve para ti.

Te sentí detrás, respirándome.

Apartándome el pelo, mientras no dejaba de bailar, te ofrecí mi cuello. Sujetaste mis caderas y arrimándome a ti humedeciste mi piel.

¿Quién puede resistirse? Yo siempre lo intento. En serio lo intento, pero es que sabes cómo hacer que en un momento se despierte mi apetito y tenga ganas de ti.

Quise comprobar si te estaba sucediendo lo mismo que a mí, así que me giré y para ser sincera, sin muchas contemplaciones, mi mano se posó con decisión sobre la entrepierna de tus pantalones.

No, sin duda así es imposible resistirse.

Más besos, nuestros cuerpos rozándose, tratando de sobrellevar la excitación y sentí que o salíamos de allí o al final te devoraría sin ningún recato.

Ya era tarde y no había mucha gente. Atravesamos callejuelas en busca del coche deteniéndonos de vez en cuando para abrazarnos, para besarnos, para no dejar morir esa excitación que arrastrábamos con nosotros. Tocando nuestros cuerpos por encima de la ropa para que no se enfriaran, para que no perdieran su calor. Y en una de esas paradas no pudimos más.

Era una calle de aceras estrechas en la que los coches estaban aparcados en una línea casi perfecta.

Contra uno, creo que era un Ford negro,  me besaste metiendo tu mano por debajo de mi vestido, haciendo hueco entre mi ropa interior. Al sentir lo mojada que estaba y como mis ojos no te lo iban a impedir esta vez, me giraste.

Sabía perfectamente lo que hacer y mientras apartabas aún más mis bragas, escuché perfectamente como desabrochabas tus pantalones.

Es increíble como un sonido así puede hacer que se contraiga tu sexo. Así que me preparé para ti,  apoyé  mis manos sobre el coche, me incliné y separé más las piernas para recibirte como te merecías.

Subiste mi vestido, me acariciaste de nuevo empapando tus dedos y sin entretenerte demasiado, entraste dentro de mí clavándote fuertemente, envistiéndome con ansia una y otra vez.

Regalamos a esa calle el sonido de nuestros gemidos y el de tu sexo golpeando al mío.   La noche se llenó del aroma de nuestros cuerpos, de su sudor y mientras alcanzábamos el orgasmo conseguimos aniquilar a la luna.

Vale, lo confieso, cuando follamos no hay tanta poesía.

Cuando terminamos, nos besamos y como si nada seguimos buscando el coche.

Sí otra vez fue algo rápido pero quién hubiera desaprovechado algo así. Yo no… y el resultado final fue delicioso.


lunes, 26 de marzo de 2012

Y TUS OJOS SE PERDIERON EN MI ESCOTE. TETAS.





Es curioso como algunas cosas, por muchas veces que se repitan, siempre tienen el gusto de la primera vez. Claro está, en el sexo también sucede lo mismo y qué bien que sea así, como ese beso que lo desencadena todo, o esa caricia ardiente por la que matarías para condenarla a la eternidad…

Aquel día llegaste un poco temprano. No, no fue intencionado que te abriera la puerta y estuviera todavía a medio vestir.

En serio, no lo fue…

Nos saludamos, como siempre, con dos besos y cuando me dispuse a abrochar los botones de mi blusa, tus ojos se perdieron en mi escote.

Me excita esa sonrisa perversa que, aunque ya haya pasado mucho tiempo, siempre se dibuja en tus labios cuando miras así mis tetas y por eso, pensándolo mejor, decidí que tampoco hacía tanto frío.

Como buena anfitriona te invité a que te pusieras cómodo. Fui a la cocina a por dos cervezas,  nos sentamos en el sofá y empezamos a comentar las cosas del día.

Creo que te estaba hablando del trabajo, pero fue evidente que no estabas muy atento a la conversación ya que tus dedos comenzaron a jugar con el encaje de mi sujetador. Tratar de hacerse la loca, como si nada estuviera pasando es difícil, sobre todo si empiezas a sentir el calor de esas yemas,  atravesando la fina tela hasta llegar a tu piel y el deseo empieza a latir bajo ese sutil roce. Pero aún así continué parloteando, perdiéndome en mis propias palabras.

En un momento detuviste tus caricias, te pusiste un dedo en la boca a modo de silencio y logrando que por fin me callara, acercaste tus labios a los míos. Me besaste mientras tu mano arrastraba a la mía hasta ponerla encima de tus pantalones.

Percibir tu excitación de esa manera, lo duro que estabas, logró el efecto anhelado en mí y mientras nuestras lenguas hambrientas jugaban a acariciarse, me empecé a sentir húmeda, como aquella primera vez.

Pero no te conformaste ¿verdad?

Me quitaste la camisa y el sujetador y humedeciendo tu boca, al tiempo que mi mano se adentraba en tus pantalones, envolviste mis pezones hasta hacerlos endurecer.

Sentir tu lengua presionándolos, saboreándolos, mientras mis dedos trataban de hacerse con tu propia humedad…

En la intensidad del momento liberé por un momento mi mano de su juego y fui yo la que sedujo a la tuya para que juntas levantaran mi falda y bajaran mis bragas. Sí a lo mejor fui un poco egoísta abandonándote, pero es que a veces lo soy, así sin más.

No tuve que decirte nada y rápidamente introdujiste los dedos para sentir lo mojada que estaba mientras mi boca se entreabría como mi sexo, esperando de nuevo tu beso mortal.

Aunque los movimientos de mi pelvis tratando de sentirte dentro me excitaron aún más, no fueron suficientes, así que me levanté, terminé de quitarme las bragas y te desabroché bien el pantalón.

¿Quién podría resistirse contemplando todo tu deseo? Yo no pude así que, subiéndome la falda,  me puse de rodillas encima de ti y  sujetando tu sexo me deslicé por él hasta hacerlo completamente mío...

Un gemido no sé si de los dos, o solo mío y de nuevo, tu lengua sobre mis pezones, besándolos, devorándolos a un ritmo que mis caderas reconocieron a la perfección.

Sí desde luego hay cosas que por muchas veces que se repitan se sienten como la primera vez. ¿No es cierto?

jueves, 22 de marzo de 2012

STRIPTEASE



Cómo es posible que una mujer esté siempre dispuesta a experimentar cosas nuevas, a disfrutar del sexo como una fuente inagotable de sensaciones y que sienta ciertos reparos cuando un hombre le pide convertirse en observador de su desnudo ¿Temor al ridículo? ¿Pánico escénico? ¿Inseguridad?

En varias ocasiones lo habíamos hablado. Yo sabía que era una de tus fantasías pero la verdad es que no me la tomé al principio muy en serio.

Una noche, en mi casa, pusimos algo de música. Yo estaba sentada en el sofá y de pronto al ritmo de una canción comenzaste a desnudarte para mí. No pude evitar empezar a reír cuando te quitaste la camiseta y te desabrochaste los pantalones. Es que nunca antes alguien había hecho un striptease solo para mí. Pero cuando te quedaste en calzoncillos, mientras no dejabas de moverte, aquella situación empezó a parecerme muy excitante y cuando no te quedó ninguna prenda más de la que desprenderse…

Aquella noche no estuvo nada mal aunque supe que me habías lanzado de nuevo tu guante. ¿Lo recogería esta vez? ¿Aceptaría el desafío?

Por supuesto…

Quizás tendría que haber sido algo espontáneo pero no pude evitar planear algunos detalles de cómo lo haría. Y aunque reconocí que el resultado final no me haría parecerme a Kim Basinger o a Demi Moore, no desistí. Primero, elegí la música; tenía que ser sensual, íntima,  para acompañarla de un baile de movimientos lentos, suaves; después  seleccioné la ropa, lencería negra, sin la menor duda,  falda, camisa y zapatos de tacón;  los más altos.

Sí. Tal vez debí haber ensayado algo,  pero más o menos sabía lo que iba a hacer y conocía a la perfección aquella pieza y sus cambios de ritmo.

Ni siquiera te avisé de cuándo lo haría; de nuevo fue en mi casa y después de tomarnos unas copas mientras veíamos una película, me levanté del sofá y apagué el televisor. 

Frente al equipo de música respiré hondo y decidí que me dejaría llevar por el compás y por el ambiente discreto de la luz de esa velas que siempre nos acompañan.

Comenzó la melodía y de espaldas a ti empecé a mover las caderas lentamente.

Apenas habían transcurrido unos pocos segundos y al girarme para contemplarte, descubrí en tus ojos la certeza de lo que iba a suceder. Cerré los míos un instante, no por vergüenza, sino porque quería deshacerme con aquel ritmo, fundirme con él y convertirme en deseo. No fue difícil pues saber que estabas ahí, observando, consiguió excitarme más de lo que había imaginado.

Sin dejar de contonearme suavemente, moví mis manos hacia mi cuello y las deslicé hacia mi vientre comenzando a desabrochar los botones de mi blusa,  poco a poco. Eran siete y de abajo hacia arriba fui soltándolos, suavemente. Cuando llegue al último, liberé mis manos y el baile hizo el resto. Ya lo dije, lencería negra.

De nuevo me giré y te ofrecí mi espalda mientras mis manos liberaban la prenda arrojándola lejos.

Otro giro sensual y acercándome a ti,  mis dedos empezaron a jugar con la cremallera de la falda. Continuabas sentado, con las piernas abiertas, con una sonrisa que hubiera devorado con mis labios y una mirada que reflejaba la voluntad de tu sexo.

No, no iba nada mal.

Inclinando mi cuerpo hacia adelante para que respiraras el perfume de mi sujetador,  comencé a bajar suavemente la falda por mis muslos, por mis piernas y cuando las sentí en los tobillos, me erguí de nuevo y te miré fijamente.  Un paso, otro  y sentí en tus ojos como deseabas que acabara la música.

De nuevo mi espalda y agachándome entre tus piernas, apoyando mis manos en tus rodillas,  te la ofrecí invitándote a que fueras tú el que desabrocharas el sujetador. Sentí tus manos temblando. Lo lograste fácilmente y levantándome, me giré para liberar mis pechos y que no perdieras ese momento.

Pero no me levanté sola y te sentí pegado a mi piel,  bailando conmigo, mientras tus manos aprisionaban mis pechos.

Pensé que quizás un poco de compañía al final de mi baile, tampoco me haría mal, pero tu aliento en mi cuello,  un beso húmedo en mi hombro mientras tus dedos trataban de deshacer mis pezones con caricias cálidas y perdí el ritmo completamente.

Esta vez fuiste tú el que me giró agarrándome por la cintura. Otro beso en la boca y te quitaste la camiseta. Uno más y fui yo la que empecé a deslizar mis pechos sobre tu torso, sobre tu estomago,  agachándome para arrastrar conmigo tus pantalones. 

Y cuando me alcé para comenzar a jugar con tus calzoncillos, bastante abultados, fuiste tú el que descendió hasta ponerte de rodillas besando los encajes que aún quedaban en mi piel, humedeciéndolos con tu lengua.

Comenzaste a bajar lentamente mis bragas y la melodía se fue apagando. Ya no importaba y subiendo mi pierna, totalmente excitada, clavando el tacón en el sofá, recibí mi recompensa por el baile.

No, aquella noche tampoco estuvo nada mal.

 ¿Quién podría pensar en reparos, en prejuicios,  si el premio final era aquel?

martes, 20 de marzo de 2012

EL PARKING



A veces pienso como el sexo consigue cambiar la percepción que tenemos de algunas cosas cotidianas.

Después de aquel primer encuentro en el que acabamos besándonos, acariciándonos por encima de la ropa, la tentación de volver a vernos fue demasiado intensa.

Devoramos los días de espera con conversaciones telefónicas nocturnas, reviviendo cada uno de aquellos besos húmedos, excitando los instantes.

Sí, me hubiera entregado si tan solo te hubieras atrevido a acariciarme por debajo de la camisa, pero tampoco importaba mucho porque sabíamos que sucedería; habíamos empezado un juego y a pesar de nuestra provocación repitiendo constantemente que no se repetiría, ya no había regreso.

Palabras, palabras,  palabras… 

Mientras imaginábamos cómo sería, el deseo iba en aumento bautizando nuestros sexos, haciendo que palpitaran entre nuestras sábanas desnudas.

En una de nuestras charlas me preguntaste si me depilaba completamente el pubis. Te dije que no y te reíste confesando que tú si lo hacías.

Nunca había practicado el sexo con un hombre completamente depilado y fantasear contigo se fue convirtiendo en una tortura. Unas horas antes de quedar contigo, mientras me duchaba, recreé de nuevo esa imagen y me sorprendí buscando entre los cajones del mueble del baño una cuchilla de afeitar. Era la primera vez que me depilaba por completo y deslizar aquel filo frío sobre mi piel me pareció que estaba lleno de un erotismo increíble. Al terminar,  no pude evitar acariciarme pero conseguí controlar mi apetito porque unos instantes después quizás sería tu mano la que no se dominaría.

Me recogiste en tu coche y decidimos ir a tomar algo. No había sitio para aparcar y optamos  por un parking en el que el silencio me recordó lo nerviosa que estaba. Me costaba mirarte a los ojos, pero después de unas copas retornamos a nuestro juego de tentarnos simulando quién de los dos daría el primer paso.  Perdiste y el primer beso sentenció lo que pasaría.

¿Cómo eres capaz de mojarme tanto, de excitarme con tan solo sentir tu lengua acariciar la mía?

En uno de los pubs a los que fuimos,  mientras bailábamos rozando nuestros cuerpos,  te pregunté si de verdad ibas depilado y sin importar la gente que había a nuestro alrededor, cogiste mi mano y la introdujiste en tus pantalones. Comprobar que era cierto no me sorprendió tanto como lo erguido que se encontraba tu sexo.

Un beso húmedo mientras te acariciaba y los dos supimos que teníamos que salir de allí.

Prácticamente corrimos hasta llegar a aquel parking y entre los coches, apoyándome contra el capó de uno,  desabotonaste mi camisa, bajaste el sujetador, acariciaste mis pechos, los besaste, los lamiste con ímpetu mientras mis manos se dirigieron sabias a tu cintura hasta conseguir  desabrochar tus pantalones y bajarlos lo suficiente para poder meter la mano y acariciar de nuevo tu suavidad.

No parecía haber nadie a nuestro alrededor y separándote un poco de mí te bajaste los calzoncillos. Pude contemplarte por primera vez. Te acercabas de nuevo a mí y yo deseé entregar a tu sexo mi aliento, resbalar mi lengua sobre él, pero fueron tus manos las que se deslizaron por mi falda, subiéndola, bajando mis bragas, introduciendo tus dedos, buscando mi humedad mientras tu boca se entregaba a la mía para tratar de silenciar los gemidos que no pude reprimir al sentir tus caricias calientes.

“¿Tú no me dijiste que no te depilabas?”

Cogiéndome por la cintura, me sentaste sobre el capó mientras te situabas sobre mis piernas. No había tiempo. Necesitaba tu sexo dentro de mí pero me torturaste reclinándome hacia atrás mientras agachándote te deslizabas por mi vientre. Alzaste mis piernas sobre tus hombros y enterraste tu cabeza en el interior de mis muslos.

Con tu lengua acariciaste cada uno de mis pliegues hasta conseguir que mi sexo palpitara mojado entre tus labios. No pude resistirlo y tratando de incorporarme sujeté tu cabeza para tratar de subirla, para que tu lengua entrara en mi boca, para suplicarte con un beso la entrega de tu sexo. Y cuando lo conseguí y lo sentí erguido acariciando mis palpitaciones rodee con mis piernas tu cintura y te atraje hacia mí.

Te sentí dentro mientras los dos exhalamos un gemido casi doloroso. Comenzaste a empujar y  yo te recibí tratando de acompasar mi cadera a tus movimientos al tiempo que la humedad cálida de nuestros sexos logró que se fundieran en uno solo.

Fue algo rápido, algo brutal, instintivo. Sentí mi orgasmo rápido ahogándome en tu boca y rápidamente noté el tuyo golpeándome aún con más fuerza.

No fuimos conscientes de dónde estábamos, de si alguien había contemplado aquella escena. Qué más daba.

Y aunque sí, fue algo rápido,  el juego no había hecho más que empezar.

El otro día estuve de compras y aparqué allí. Mientras caminaba en busca de la salida, no pude evitar sentir cierta excitación recordando aquella noche. Sin duda el sexo es capaz de cambiar la percepción de las cosas más cotidianas, incluso las costumbres (ahora siempre voy depilada).

jueves, 15 de marzo de 2012

UN BUEN DESAYUNO.




Creo firmemente que el sexo y la comida en muchos aspectos se parecen.

A mí, por ejemplo, me gusta  aplazar ciertos momentos en los que mi deseo es como el hambre;  instantes en los que, por decirlo de alguna manera, sabes que puedes ir a la cocina, abrir la nevera y tomar lo que quieras.  Sería fácil hacerlo ¿verdad? Pero con el tiempo aprendes que lo difícil es más placentero y que demorarse puede aumentar, si cabe,  más ese gozo  porque comienzas a imaginar cómo lo harías, recreando cada detalle en tu mente,  mientras tu sexo se embriaga con cada uno de esos pensamientos, agitándose más y más.

Ayer me sentí excitada pero decidí resistirme de nuevo. No cené mucho.

Tratar de dormir cuando sientes el calor de tu cuerpo implorando una caricia puede llegar a ser doloroso, así que decidí calmarle con la promesa de satisfacerlo al amanecer y esta mañana supe que había llegado el momento, pues el hambre no había desaparecido.

Me encanta el momento del desayuno y mientras se hace el café y su olor empieza a extenderse por toda la casa, disponer la mesa como un ritual. A veces incluso pongo flores. Con el sexo me pasa igual, así que calenté bien el baño, me desvestí allí y cuando solo me quedaba la ropa interior, abrí el grifo del agua caliente para que el vapor lo envolviera todo. Sí todo un ritual.

Como una nevera que sabes que puedes abrir y servirte lo que quieras  y mientras lo decides siempre acabas picando algo, no pude aguardar,  así que antes de quitarme la camiseta acaricié mis pechos por encima y al desnudarlos, sentí como los pezones se endurecían intensamente.  No, no pude resistirme a rozarlos con la palma de mi mano.

Débil, hambrienta, pensé que no lo soportaría,  que me masturbaría antes de meterme en la ducha y deslicé mi mano hasta mi vientre, introduciéndola dentro de mi ropa interior, pasando suavemente mis uñas por la piel, jugando peligrosamente, sintiendo el fuego húmedo suplicando mi tacto, regalando caricias circulares, asomándome a la entrada de mi sexo, humedeciendo mis dedos en él.

Fresas, hubiera comido fresas.

En ese momento pensar en un desayuno compartido no está nada mal así que me imaginé que eras tú el que estaba en el baño conmigo, que era tu mano la que buscaba mi humedad y me sentí más excitada, más mojada, pero entonces, ya lo sabes, decidí demorarlo solo un poco más.

Es como ese instante  en el que el café ya está preparado y solo queda servirlo en las tazas. Tu boca anhela desesperadamente sentir su sabor. Lo tomarías ahí mismo, pero entonces recuerdas esa mesa que has preparado.

Y mientras fantaseaba que tú entrabas conmigo en la bañera, sentí como el agua caliente me mojaba, que tus manos me acariciaban todo el cuerpo: mi cuello, mi espalda, mis pechos, mi vientre, mis muslos…

Ese primer sorbo que siempre sabe también y que promete que el desayuno habrá que degustarlo lentamente porque en la mesa hay siempre algo más: zumo de naranja, fresas y tostadas con mermelada de melocotón, tu favorita. Así,  comencé a enjabonar mi cuerpo mientras mi boca se moría por besarte, por acariciarte y sobre todo porque me acariciaras.

Me gusta ver como untas la mermelada en las tostadas sin prisa, procurando que no quede ningún espacio libre, como cuando besas mi cuerpo  recorriéndolo por completo, logrando por momentos arrancar escalofríos a mi piel, como el gel frío. Sí, imaginando que era tu boca, lo extendí lentamente sabiendo que ya nada podría detenerme, que nadie podría interrumpir ese desayuno.

Levantando mi pierna y apoyándola en el borde de la bañera,  me entregué completamente a las caricias de  mis dedos en mi sexo imaginando siempre que eran tus labios, tu lengua saboreando la mermelada, deleitándote en su textura, pausadamente, degustándola sin miedo a terminar la tostada porque siempre se pueden preparar más…

Y al terminar, como un buen desayuno, relajada y exhausta, me acordé que aún quedaba algo de café…

martes, 13 de marzo de 2012

LOS RELATOS DEL FUEGO 13. EL FINAL...



Al final de este viaje recordé que yo ya escribí sobre los cuatro elementos. Fue hace mucho tiempo y hoy leyendo aquel trabajo me he dado cuenta que no soy tan distinta como entonces: Sigo siendo una mujer de retos.

Al comenzar éste,  pensé que yo no podría ser como el viento. Lo tenía tan claro que decidí robar la inspiración de otros (con su permiso)  y convertirla en cuentos. 

Gracias a todos los que me ayudasteis...

Pero hasta yo encontré el mío y ¿sabéis? Empezó a gustarme porque hubo un tiempo en que lo odié.

Después me descubrí renaciendo en el agua, buscando lluvias perfectas; incluso me desnudé y bañé mi alma, y pensé que el agua lo era todo en mí. En parte aún lo sigo creyendo pero eso permitidme que lo reserve para mí.

Luego, la tierra recordándome tanto lo que he sido, lo que he vivido, lo que he perdido… Necesité un poco de ayuda y allí estuvieron a mi lado dos amigos: José y Paquita. 

Porque ha sido difícil escribir sobre ella sin que doliera, aunque al final horizontes inmensos se desplegaron ante mí.

Pero ahora al fin confieso que lo que más temía, sin duda,  era enfrentarme al fuego, porque me daba miedo. Y sí, pude convertirlo en destrucción y asolarlo todo pero… He cambiado tanto en estos meses.

¿Verdad Laura? 

Gracias por prestarme el tuyo.

Ha sido un invierno duro, quizás el más duro de mi vida pero casi al final he encontrado mi fuego y lo he sentido dentro de mí.

Me he desvelado en noches tratando de calmar mi alma en la luna más fría y qué curioso que en mi desvelo acaba sentada frente a la estufa contemplando otra luz, sintiendo como me envolvía en ella.

No puedo renunciar a mi calor, pues en él me he encontrado de nuevo y ahora sé que puedo compartirlo.

A veces uno se protege tanto para no sufrir, para no vivir,  que pareciera que deja de arriesgar. Pero hoy me doy cuenta leyendo cada uno de estos cuentos, que en este año he arriesgado más de lo que nunca había hecho, porque sí porque al final siempre se escapa algo de mí entre estas palabras que escribo.

Sí, se podría decir que he jugado con el fuego…

Y aún seguiré haciéndolo, así que…

QUE COMIENCE EL NUEVO RETO…

LOS RELATOS DEL FUEGO 12. LA VERDAD SOBRE EL ANGEL DE FUEGO...




Un día el fuego, orgulloso, se cansó de oír las voces de aquellos que habían olvidado lo esencial que era su calor y no dejaban de repetir que la vida se extinguía en él.

Podía admitir que el viento era su soplo, su inspiración; que el agua era su esencia transparente y pura; y que la tierra era el lugar perfecto para que la vida relatara hazañas.

Tantas veces lo había escuchado reprimiendo su furia que poco a poco fue trazando un plan. Cada vez que alguien encendía una hoguera o prendía una cerilla robaba un latido, un aliento de quien lo contemplaba y cuando por fin reunió los suficientes creó un ser, un ángel de fuego…

Pero no pensó que aquella criatura en su soledad silenciosa encontraría su propia alma y que decidiría hacerla arder entre las mismas llamas que le habían dado la vida.

Vida y muerte en ti se encierran. Lo demás es pasión que quema, que arde,  que por momentos regala pálpitos y por momentos los arrebata.

Así es el fuego que yo he visto y por eso tu ángel no encontró mejor lugar para vivir y morir.

¿Lo recordáis? Fue el primero de mis fuegos…

Hasta el fuego encierra lagrimas.

LOS RELATOS DEL FUEGO 11. MALABARES DE FUEGO.



¿Sabes?  Hoy me he vuelto a ver a mí misma esperando una lluvia que apagara mi destino, una lluvia que pusiera fin a este cuento. Será que el sol brilla con más fuerza que ayer y cada día que pasa comienzo a verlo todo con más claridad.

Él me dio la vida.

Nunca  fui a un oráculo pero siempre tuve el presentimiento que habría un tiempo en mi vida en el que permitiría que las llamas me envolvieran de nuevo, a pesar de mi renuncia constante a entregarme y a extinguirme en él.

Incluso visité el volcán ante el que una vez me sacrifiqué a mi misma jugando con las palabras que siempre me acompañan y supe que él había estado allí. Por eso le dejé para el final.

Yo que siempre me he amparado en la frialdad de las noches, he conseguido ahora hacerlas arder, pero si me entrego completamente a mi fuego moriré, lo sé…

Aún así, sintiendo su presencia cercana, he caminado con pasos firmes aunque a mi alrededor el suelo comenzaba a desaparecer y un abismo rojo lo invadía todo.

Tengo tantos recuerdos.

No ocultaré el temor a que se incendie mi cielo y no quede lugar para la frialdad de mis lunas, porque vivir asusta y quién una vez  fue como el fuego no lo olvida.

Te diré como es. Es como hacer malabarismo con bolas prendidas sin miedo al dolor.

Yo era la mejor malabarista pero siempre hice trampas porque no he dejado de tener miedo, porque respirar fuego duele…

LOS RELATOS DEL FUEGO 10. UN FUEGO COMPARTIDO.




Mientras conducía de regreso a casa,  no pudo evitar que la luna de aquella noche la sedujera, al tiempo que la canción que últimamente parecía acompañarla  sonaba en su coche.

La primavera estaba tan cercana que sintió la tentación de bajar la ventanilla y que los frágiles aromas de las flores tempranas del almendro provocaran aún más sus sentidos, pero un escalofrío le recordó que aún no había llegado el tiempo de las noches templadas y cuando por fin llegó a casa, aunque llevaba días sin hacerlo, decidió encender la chimenea.

Ya se había convertido en un ritual encender el fuego, aunque no siempre lo conseguía a la primera.

Y de nuevo, aquel tema…

Hay veces que el tiempo se detiene en una melodía que al final acaba formando parte de nuestras vidas, acompañando los recuerdos y  a ella, sin duda, le gustaba coleccionar sinfonías que hacía suyas porque las percibía en su interior, como si aquella música hablara logrando el descanso de sus palabras, como si reflejaran a la perfección el  momento en que se encontraba.

Mientras le esperaba, se sentó a contemplar las llamas permitiendo que la atraparan y la envolvieran.

Nunca el fuego cobró tanto sentido en su vida como en aquel invierno. Nunca lo había contemplado con tanto detenimiento.

Lo dejó para el final por miedo a sentir que quizás no había mucho que decir sobre él, porque quizás negaba que aquel elemento formara parte de ella.

Sabía que podía haber escrito sobre la destrucción que conllevaba porque después de él  apenas quedaban cenizas, pero durante aquel invierno supo que no podría prescindir de su calor y entendió que también el fuego era vida.

Y durante el día más frío de aquel tiempo sintió como su propia piel ardía.

No, ya lo dije antes, nunca creyó en el fénix porque quizás una persona no puede dejar de ser quién es completamente y renacer sin más de las cenizas, porque algunas cenizas siempre se recuerdan.

No sé si habrá dos fuegos iguales, porque los instantes no se repiten, pero sin duda aquel era único, como aquella melodía…

…Y mientras le esperaba comenzó a escribir…

LOS RELATOS DEL FUEGO 9. LA CIUDAD DE LA CONTRADICCIÓN.




“Aléjate luna de esta noche, que esta ciudad y este río no te pertenecen.
Huye en tu luz de las cenizas como huyes de las sombras que te hieren.
No busques palabras tristes en el viento ni aromas de vida que se pierden.
Pues hoy esta noche pertenece a los que creen que no existe la muerte”


Hoy te contaré una leyenda sobre la ciudad brillante en la que cada noche el tiempo se pliega sobre sí mismo, y grita a la luna, con amabilidad, que apague su luz. Pues este lugar sagrado nunca le ha pertenecido y en él las lágrimas están prohibidas.

Te hablaré de los secretos de la verdadera luz y de la oscuridad dorada. No, no hay sitio para la luna en este lugar pues tampoco hay sombras y solo el sol esperará paciente su momento, iluminando con más intensidad los colores vivos.

Trataré de acercarte con mis palabras el sonido de las aguas de su río en el que la vida y la muerte se hermanan en reflejos rotos por ofrendas que iluminan sus orillas; el suspiro de vida de sus ondas cristalinas en lo más profundo, y al pie de la escalera santa, su muerte y el crepitar del fuego que lo purifica todo.

Entonaré los cánticos de antiguas creencias en las que el agua no apaga el fuego y el fuego arde sin lastimar el agua, y verás niños y ancianos compartiendo este momento. Y oirás risas y oraciones, pero no llantos.

Estarás allí y el tiempo reconocerá que es tu primera visita a este lugar y limpiará los pecados cometidos en la gracia de la vida, con la esperanza de concederte el olvido y liberarte en la pureza divina. Los más afortunados no regresarán.

Miles de peregrinos te rodearán y no importará su cuna llegado el tiempo. Algunos han venido a morir y esperarán pacientes, como el sol, su momento; otros simplemente contemplarán el cortejo funerario con la esperanza de que algún día les tocará a ellos, cerrando así el ciclo de la vida.

¿Tienes fe? Porque si no la tienes es el momento de que abandones este lugar. Pronto amanecerá.

Mientras respondes contempla de nuevo como entre las cenizas las ofrendas se deslizan con suavidad siguiendo el curso del río, iluminándolo la noche. Son plegarias a la muerte, y qué hermosa vida en la eternidad de las almas…


domingo, 11 de marzo de 2012

LOS RELATOS DEL FUEGO 8. LA MEMORIA DEL FUEGO.




Todavía existen tierras que recuerdan y herederos expulsados que regresan a ellas provocando hogueras para no olvidarles.

En sus pechos conservan aún el legado transmitido por las generaciones sagradas, por los ancestros.

La sangre les llama, pide respeto por los defensores que derramaron la suya envueltos en llamas mientras el sol caía con ellos y la luna cubría su rostro con el más delicado velo blanco, cerrando sus párpados, honrando el momento.

Y su piel del color del fuego…

Danzarán formando un círculo, recordando que todo está en perpetuo movimiento y el gran espíritu, llegado de las cuatro direcciones, les acompañara.

Celebrarán de nuevo la vida gritando, tratando de olvidar que una vez fueron juzgados sin comprenderlos solo porque sus oraciones eran diferentes.

Los cuatro elementos se unirán en el canto del chamán. La naturaleza necesita de armonía.  Sus corazones también.

Canta Chaman, hazme recordar que hasta una estrella o una piedra tienen alma.

Canta Chaman los mandamientos de la fe universal porque tengo miedo de perderla.

Y vosotros, descendientes,  danzad, que vuestras sombras ante el fuego serán más porque yo aunque no esté allí,  bailo con vosotros cada día. Os comprendo porque yo también formo parte de este mundo y la naturaleza también está en mí.

Por un momento la tierra olvidará su lamento. El viento la recorrerá libre como entonces. Incluso los ríos recobrarán su fuerza y romperán durante unas horas los límites impuestos. Y el fuego, como el sol, será testigo,  abrigándoles con su calor.

Las grandes montañas recobrarán su esplendor y todos seremos uno fundidos en la vida, en la naturaleza. Nuestros corazones latirán recordándonos lo que somos, lo que fuimos, y que lo que seremos dependerá del respeto por todo lo que nos rodea.