Una vez, siendo niña, sentí la soledad de su resplandor, aquel brillo perdido en la inmensa oscuridad, sólo quebrada por el leve fulgor de las estrellas, sus eternas compañeras. Aunque nunca negué su belleza, no pude evitarlo, me compadecí tanto de aquel extraño destierro que en mi inocencia, fui haciendo mío y me imaginé que era una mujer...

domingo, 31 de enero de 2010

EL CUENTO Nº62 DE LA LUNA OSCURA. UN VIAJE POR EL ALMA. UNA CARTA DE DESPEDIDA.




La noche para quién la espera puede hacerse de rogar, pero para la luna el momento de despertar y dejar su sueño siempre llegaba demasiado pronto. Y lo más frustrante es que en contadas ocasiones conseguía recordar lo que había soñado. Por eso en sus viajes procuraba ser parte del anhelo de otros soñadores.

Aquel día decidió visitar una ciudad iluminada por su reflejo en aguas negras vestidas elegantemente con puentes de piedra, en los que los besos y suspiros llenaban el aire de ese deseo anhelado.

Tratando de respirarlo, se encontró con una mujer que pareciera formar parte de aquel lugar, como si siempre hubiera estado allí acariciando las barandillas sobre las que, tal vez alguna noche, un joven le hubiera robado un beso despertando por fin la pasión.

Decidió acompañarla en aquel paseo para compartir quizás esa soledad y aquellos sueños nunca olvidados que sólo se podían respirar en instantes como aquel.

Caminando ambas en silencio llegaron al último puente, y antes de abandonarlo la mujer saco de su pequeño bolso un papel doblado que arrojo a aquellas aguas. Mientras caía, la brisa nocturna consiguió desplegarlo y antes de que el agua borrara la tinta, la noche susurro aquellas palabras escritas.


“Mi querido amor, volví de nuevo a esta ciudad para encontrarme contigo.

En estos días he paseado por todos y cada uno de los lugares que compartimos. ¿Sabes? Pensaba que no los reconocería y que mi recuerdo podía haberlos transformado, pero hasta el aroma que creí olvidado es el mismo, y cómo me gusta este olor…

Ayer, mis hijas me acompañaron, visitamos museos y cerca de la plaza donde nos encontrábamos cada tarde, les hable de ti. Se reían y me miraban con sorpresa, creo que no se pueden imaginar que hubo un tiempo en que fui joven y loca.

Qué locos fuimos ¿verdad? Entonces siempre me decías que llevara el pelo suelto, pero yo te provocaba recogiéndomelo en una coleta que tú al final acababas deshaciendo en sonrisas. ¿Lo recuerdas? Fuimos los mejores amigos, aquellos que siempre tenían cosas que contarse y risas que nacían en esa locura de ser joven.

Anoche estuve en aquel pequeño café donde tantas conversaciones compartimos y donde los sueños de ser llenaban nuestras horas, pero el camarero que cada noche nos echaba despertándonos, no me reconoció, quizás porque ahora llevo el pelo corto y me acompañaba él.

Sí, él, le quiero, no puedo mentirte, y soy feliz aunque aquí he vuelto a soñar contigo y no dejo de pensar en ti. ¿Quién decidió que no volveríamos a vernos y lo selló con un beso que no he conseguido arrebatar de mis labios en este loco recuerdo? ¿Fui yo?

Quizás la ciudad no ha cambiado, sólo yo lo he hecho, y sin embargo en este momento me siento como entonces.

Al final, no he conseguido verte, quizás también volviste, como yo, aunque tu sueño era vivir siempre aquí. ¿Conseguiste tus sueños?

Son mis últimos momentos aquí y sé que tengo que despedirme, pero no de tu recuerdo que siempre me acompañará aunque no sé si algún día volveré de nuevo a este lugar, a esta ciudad donde, en su última noche, dos jóvenes enamorados recorrieron juntos todos sus puente y sobre cada uno de ellos él la besó a ella con la promesa de que sería su más bello recuerdo”.



Mientras la luna contemplaba aquella despedida y vio alejarse a aquella mujer, volvió a su memoria aquel tiempo en el que una pareja compartió con ella sus sueños. Y en el recuerdo se sintió feliz.


viernes, 29 de enero de 2010

EL CUENTO Nº61 DE LA LUNA OSCURA. UN VIAJE POR EL ALMA. ENVIDIA.




La siguiente noche la luna despertó junto a un mar pintado, dejándose llevar por aquella envidia, en momentos olvidada, al contemplar aquel amanecer y aquel sol que cada día luchaban contra la oscuridad, para imponerse en la vida y compartirla en colores que a ella le estaban casi negados.

Tratando de acariciar los trazos, recordó la gran puerta abierta a un océano pasado, desde la que un joven esbozaba con sus pinceles la luz. Cuánta emoción experimentaba cuando cerca del amanecer le veía dibujar sombras. A veces, antes de quedarse dormida, soñaba con esconderse en ellas para acariciar las barcas y saberse más cerca de la sal impregnada en esas pieles llenas de calor.

Pero entonces era el momento del sol, y cuando aquel joven por fin le dio el lugar merecido, no pudo evitar ambicionar aquel lugar, llenándose de celos por todo lo que su rival podía alcanzar y que a ella se le negaba.

Así dejó al joven pintor, aunque a veces en su huida diaria le oía descubrir los óleos y se llevaba su fragancia a su oculto rincón. En la distancia supo de sus cuadros que, en noches como aquella, visitaba a escondidas aunque la llenaran de cierta amargura.

En el final de cada uno de sus días, hubo amaneceres en los que a lo lejos se encontraba con aquel rey de luz cegadora que conseguía hacer palidecer su oscuridad, pero ambos se daban la espalda cumpliendo así el designio impuesto.

Pero también hubo auroras en los que la palidez de la luna conseguía imponerse y en los que ambos prácticamente se acariciaban y en uno de ellos mientras sentía como su calor conseguía alcanzarla sintió un susurro “TE ENVIDIO LUNA, REINA DE LAS NOCHES”.

Quizás fue sólo una impresión, un recuerdo inventado, pero aquella noche contemplando aquel cuadro de su viejo amigo, sintió en su orgullo como los colores comenzaban a cambiar mostrando la hermosura de sus noches. En un guiño se sintió cómplice de su oscuridad y rogó porque pronto volviera a encontrarse con su eterno y distante rival porque quizás era cierto que él también pudiera envidiarla.


miércoles, 27 de enero de 2010

EL CUENTO Nº60 DE LA LUNA OSCURA: UN VIAJE POR EL ALMA. EL SUEÑO DEL ANGEL.




Aquella noche la luna despertó en el viaje de su alma, llena de aquella nostalgia que tanto ahondaba en su sentir, la tristeza que le hacía ser única aunque a veces consiguiera olvidarla, la melancolía que nacía en su interior y proclamaba en brillos llenos de toda su luz.

Buscando el silencio regalado por instantes solo suyos, escuchó el sonido de lágrimas que eran derramadas en la sinceridad de una emoción que en sus noches cobraba vida, y así llegó de nuevo hasta un jardín de piedra donde pudo observar a un ángel en forma de mujer que caminaba lentamente.

En aquel lugar apagado en sombras, fue testigo de cómo a cada uno de sus pasos, la dulce humedad derramada por los cálidos ojos de aquel ser, regaba aquella tierra oscura alimentándola con sus propios latidos y consiguiendo fecundar en ella una maleza de un verde tan intenso como el color de aquellos ojos.

Compartiendo aquel momento, la luna quiso regalarle el más hermoso de sus esplendores guiando aquellos pasos, y fue testigo de cómo su búsqueda se llenó de un misterio que profanaba las reglas de otro cielo, mientras la maleza comenzaba a extenderse y a cubrir las lápidas olvidadas.

Nunca la luna había contemplado a un ángel llorar en sentimientos prohibidos.

Cerca del amanecer, aquella criatura extraordinaria encontró lo añorado y, sabiendo que aquella sería la última vez que desplegaría sus alas, se elevó gritando al cielo el amor que había sentido en su guarda.

Mientras descendía en su renuncia, pidiendo perdón, supo que para ella no habría nuevos amaneceres si no era con él.

Cuando por fin sus pies se posaron de nuevo en la tierra, sintió como su vida comenzaba a escapar suavemente y se recostó sobre la piedra fundiéndose en ella, tratando de sentirle por última vez.

Como si un sueño de paz le embriagara, pudo observar la luna como aquel ángel cerraba los ojos arropada por aquel manto lleno de nueva vida y prometió volver cada noche de nostalgia para regar aquel jardín con sus propias lágrimas y velar por el amor dormido en aquel sepulcro.


domingo, 24 de enero de 2010

EL CUENTO Nº59 DE LA LUNA OSCURA: EL PIRATA DE LA LUNA NEGRA.




Fue una noche en la que el mar se cubrió de nubes tenebrosas y frías, y sus olas rugieron en estallidos cargados de espuma la advertencia de un peligro sombrío e inminente.

Pero el mensaje clamado no parecía dirigido a la luna que, observadora como siempre, en su osadía de no temer a nada ni a nadie, se dirigió sobre él intentando sosegar a su viejo amigo y logrando hacerse un espacio entre aquellas nubes que, en señal de respeto, se fueron apartando a su paso.

En un instante, su luz solemne iluminó un galeón con aquella bandera única que ella rápido reconoció, y supo que él regresaba de las tinieblas para reclamar su tesoro. Él era la amenaza, pero su espectro, dirigiendo el timón, no le asustaba, y aguardó pacientemente a que llegara hasta ella.

Mientras contemplaba como el navío se iba aproximando, los recuerdos la acecharon rápidamente, acortando la distancia de un tiempo que había quedado en el pasado, un tiempo de bucaneros y corsarios en el que él, el Pirata de la Luna Negra, se ganó el respeto de todo el mar.

Con ese apodo se bautizó así mismo la noche que zarpó junto a su tripulación, guiado por un espíritu de rebeldía frente a las injusticias y la tiranía que gobernaba su tierra. En su juramento de mar, ella le escuchó atentamente y convencida de su buena intención decidió ampararle en las noches de batalla. Y él, sintiendo su protección, izó sus estandartes: en su barco, la bandera de la calavera amenazante, y en su pecho, el tatuaje de una luna negra. Con ellos consiguió su primera victoria, y para celebrarlo, la luna, sin pensarlo, le hizo un regalo, arrojando a su mano una daga fraguada en su propio cuerpo.

Mucho tuvo que combatir para ganarse el respeto del resto de ladrones de mar, consiguiendo salir de sus batallas siempre vencedor e imponiéndose a los vencidos bajo el yugo de aquella arma tan misteriosa como temida. Algunos, decidieron seguirle pues era justo en el reparto cada vez que vencía a los que saqueaban los tesoros de su tierra. Otros, simplemente mostraban pleitesía por el temor hacia él y a esa fuerza oscura que pareciera protegerle.

Pero los años fueron pasando y tanto se bañó en sangre empuñando aquel arma, que al final ésta envenenó por dentro su alma, volviéndole un ser despiadado, codicioso, olvidado de su justa causa.

En el recelo de la noche, dormía aferrado a su talismán convencido que era lo que le hacía ser invencible y empezó a maldecir contra la luna, sabedora de sus secretos y de las cruces marcadas en el mapa que guardaba en la empuñadura de su arma.

Hasta que una noche, inundada de culpabilidad por haberle hecho tal regalo, la gran dama blanca le arrebató de su sueño la preciada posesión en espera de que su amigo despertara. Pero al hacerlo, aún de noche, sintiendo su falta, el pirata se dirigió a la cubierta donde receló de toda su tripulación, sumiéndose cada vez más en su propia pesadilla.

Dando por perdida su suerte comenzó a ser derrotado en batallas. Los que fueron compinches de barco, se tornaron enemigos que le asediaron, vista la debilidad de aquel al que un día respetaron, para conseguir los tesoros, y los que le temieron, dejaron de hacerlo persiguiéndole también por su propia cobardía.

Lejos de alcanzar la humildad de la derrota, se volvió aún más sanguinario, y las pocas veces que conseguía salir victorioso pagaba con sus víctimas la maldición que sentía por haber perdido su fortuna.

Hasta que una noche, ebrio, enloquecido y furioso, comenzó a combatir contra aquellos ladrones compinches de barco que, como él, con el tiempo habían condenado su alma, convencido de que eran ellos los que escondían la daga sustraída. Y en ese ataque el mismo infierno elevo sus llamas hasta ese barco que ahora se dirigía hacia ella, ajusticiando a todos sus miembros por todos sus crímenes, por tanta sangre derramada.

En un último intento quiso salvarle la dama, pero él, en su orgullo, la siguió maldiciendo. Y al sentir su luz casi rozando su mano supo que era ella la que, en sueños, le había robado su suerte y juro vengarse mientras el fuego le arrastraba condenándole a vagar por perpetuas tinieblas.

Dicen que sólo la luna puede ver fantasmas en las sombras, así aquel día pudo observar como el navío por fin llegaba hasta ella y la traspasaba, sintiendo únicamente lástima por la ira de aquel pirata que aún llevaba en el pecho su imagen tatuada y que noche tras noche de luna llena, intentaba escapar de la condena eterna para saciar su venganza.



jueves, 21 de enero de 2010

POR FIN DE VUELTA A LA PELUQUERIA. Y A LAS REVISTAS JA JA JA JA JA JA. ARTICULO SOBRE EL CUNNILINGUS




Ya sé que muchos esperabais este momento, bueno pues ya ha llegado, y es que POR FIN FUI A LA PELUQUERÍA, y mira que me hacía falta, porque ya no es que tuviera raíces es que ya estaban comenzando a aparecer el tronco y las ramas.

Y puedo prometer que mi intención no era crear una nueva tendencia, ni potenciar el estilo informal, desenfadado… No, de verdad que no, la razón aunque me avergüence reconocerlo es que me he dejado, simplemente. Y que no voy a buscar justificaciones, que no, que no voy a hacerlo… que ya con procurar una excusa cada vez que entro con retraso a vuestros blogs tengo suficiente, ja ja ja ja ja ja ja.

Después de la pertinente bronca por parte de mi peluquera y su mirada al estilo “Madre mía vienes imposible y a ver qué hago yo ahora… Si es que algunas os creéis que esto es Lourdes”, decidí ocultarme por vergüenza mientras esperaba , claro está, detrás de mi revista favorita.

(Nota: sí ya sé que todo ha parecido una excusa para justificar el que estoy medio enganchada a leer esta revista. Lo sé, y al respecto no diré nada si no es en presencia de mi abogado).

Os tengo que contar que mientras comenzaba a leerla, tuve que mirar dos veces la portada para asegurarme de que se trataba de la misma. No sé, note cambios, secciones nuevas, otro colorido, muchas más fotos, mucha más publicidad…

Por un momento pensé que el manual de los hombres lo habían eliminado. Pero al final lo encontré y cuál fue mi sorpresa cuando de repente leo un artículo que se titula: CÓMO CONSIGO QUE ME HAGA UN BUEN CUNNILINGUS.

Os lo prometo que se titulaba así. Después de volver a mirar la portada para asegurarme de nuevo de que no me había equivocado, no pude evitar emocionarme. SÍ LO CONFIESO ME EMOCIONÉ ENORMEMENTE Y SE ME PUSIERON LOS PELOS COMO ESCARPIAS. POR FIN UN ARTICULO EN EL QUE IBAN A LLAMAR A LAS COSAS POR SU NOMBRE.

Y joder vamos que si las llamaban por su nombre, que por un momento pensé que después de tantos meses de críticas, me habían escuchado. Pero si hasta trataban el artículo en tono de humor. Y os confieso que hasta aprendí y todo. Sí señores, aprendí, y por poneros un ejemplo QUE SEPAIS QUE EL CUNILINGUS EN MEXICANO SE DICE “JALAR LA PANOCHA”, Y EN CUBANO “SORBERTE LA PAPAYA”.

Desde aquí mi recomendación a viajar más y aprender nuevas expresiones ja ja ja ja ja ja ja. Y los que las sepais ya, compartirlas por favor.

Vamos, un artículo muy instructivo, donde se utilizaba por fin un lenguaje un tanto más normal: clitorix, usar la lengua, orgasmos, vulva, abrir las piernas, poner caliente, chupar, lamer… con datos super reveladores.

DATO 1. “DOS DE CADA TRES MUJERES QUE NO ALCANZAN EL ORGASMO DURANTE EL COITO SÍ LO CONSIGUEN CON EL SEXO ORAL”. Ahaaaaaaaaaa.

DATO 2. “SI EL SE LO CURRA PUEDE HACER QUE UNA MUJER DISFRUTE DE HASTA 56 ORGASMOS SEGUIDOS” Sí, lo confieso este dato a mi me asustó un poco porque si es verdad, madre mía de mi vida… Y son 56, ni 55 ni 57 (esa exactitud numérica es alucinante). Y algunas conformándonos con un par de ellos JA JA JA JA JA JA JA. Este artículo será el inicio de una revolución sexuarrrrrrrr. Ya podéis prepararos hombres de bien…

DATO 3. “INSISTE EN EL HECHO DE QUE TU SEXO NO SE COME COMO UNA OSTRA”. Claro que eso está bien para los que les gustan las ostras, pero anda que no conozco yo a gente que comer ostras crudas como que no les va mucho. Bueno venga aceptaré ostra como animal de compañía y no pondré mucha pega al respecto.

Me preguntó, ahora recordando cuando empecé a escribir sobre esta revista dónde habrá quedado la expresión "Me gusta lo que me has hecho ahí abajo" ¿Lo recordáis?. Pues ahora lo clarifican pero vamos que les ha faltado hacer un esquemita práctico,

Vamos que al final cuando fue mi turno de que mi peluquera obrara el milagrito pertinente con mis pelos, no me quedo más remedio que hablar con ella del tiempo, porque joder que no saque pega al artículo, que os lo digo yo, que la revista es otra y nos la han cambiado.

Definitivamente tendré que busca nuevas publicaciones porque si no mi blog va a empezar a perder audiencia, así que por favor desde aquí hago un llamamiento para todo aquel que conozca de alguna revista que precise de alguna crítica, siempre con ánimo constructivo que me lo haga saber porque presiento que ir a la peluquería ya no será lo mismo JA JA JA JA JA JA.

Un besazo muy fuerte. Por cierto, el milagro se obró, si es que mi peluquera es la leche.


lunes, 18 de enero de 2010

EL CUENTO Nº58 DE LA LUNA OSCURA: EL PÍCARO Y LA LUNA.





Hoy os contaré el cuento de un granuja lleno de picardía, porque hasta la luna supo de bellacos, aunque éste se ganó su simpatía.

Cuentan que una noche la gran dama blanca paseaba por un bosque de enamorados, y cerca de unos fresnos que regalaban a un rio que por allí cruzaba su reflejo, oyó a un hombre pronunciar las siguientes palabras “No renunciaré a tu recuerdo, como no lo hago a respirar, mi gran amada”.

Y con una gran sonrisa acudió a su encuentro, pues aquella voz era la de un viejo compañero y quiso delatarle en su pillería reiterada, de querer robar la inocencia de jovencitas, en blancos sueños de amor bañadas.

Sí, aquel era un antiguo conocido, el gallardo ladrón de corazones, aunque nunca fue sabido su verdadero nombre.

La primera noche que se encontró con él era aún un niño y ya entonces se afanaba en aprender poesía soñando conquistar a la mujer de sus sueños. Pero aquella mujer, por aquel entonces, era la del panadero y ella poco sabía de los grandes maestros. Aún así, cada noche dejaba que le visitara y le leyera, y ella a cambio con panes y bollos le agradecía el gesto.

Años más tarde aprendió a deshacer su boca pronunciando su empalagoso embeleso. Entonces, su enamorada era la esposa de su casero que, a escondidas de su marido, daba por pagado el arriendo. En la codicia de creerse irresistible comenzó, nuestro pícaro, a urdir su plan de enriquecerse a cambio de besos.

Y sí, aunque os parezca mentira, a la luna le era simpático pues nunca vio con tanta gracia fingir un enamoramiento.

Poco a poco se acostumbró a visitarle, aunque cada vez le fue costando más encontrarle porque aquel truhán era rápido y fue ascendiendo con avidez en las capas sociales, a cambio, claro está, de sus favores tan notables.

En las grandes reuniones danzaba hábilmente y recitaba sus poesías. Y aunque nadie sabía cómo había adquirido su riqueza, para todos era cierto que aquel caballero era el príncipe de la cortesía.

Sólo la luna sabía que en su palacio la lista de enamoradas crecía y crecía y en la espera por sus favores, innumerables regalos de aquellas grandes damas iban aumentando su economía.

Hasta que una noche quiso el pícaro en su afán de conquistar, pronunciar el nombre de nuestra luna, y amparándose en ella pronunció aquella gran mentira.

En su venganza y, sin pensarlo, la eterna blanca quiso descubrir con su luz a la más hermosa belleza escondida en una joven de labranza.

Al verla el pícaro ladrón que entonces estaba acompañado por una condesa muy adinerada, la dejo en aquel claro del bosque, como se podría decir, plantada y bien plantada, y corrió hacia la joven que, por supuesto, ya era conocedora y sabia de su fama.

Aquella noche no hubo poesía triunfante, ni besos de conquista, bueno… quizás alguno suplicante. Y las intenciones del conquistador no llegaron a buen término pues la joven receló y juró no ceder ante su empeño.

Fue así como la luna dejó de encontrarse con su compañero y no supo más de él hasta aquella noche que oyó su voz de nuevo. Y al acercarse con su brillo, dispuesta a acusarle, se encontró un anciano campesino que contemplaba con tristeza dos anillos sobre su dedo.

Y no hizo falta que le contara su historia… De cómo a un ladrón de corazones le llegó el tiempo de pagar su pena y convertirse en preso, quizás de un verdadero amor de esos que dicen que es ciego y que llenó sus años de dicha incluso en aquella noche en la que una luna iluminaba la nostalgia de un viejo y por qué no, también su desdicha.

sábado, 16 de enero de 2010

EL CUENTO Nº57 DE LA LUNA OSCURA: UN AÑO DE CUENTOS.





Aquella noche, tras su ventana, la escritora esperó pacientemente el despertar de su querida amiga. Y esta vez no la aguardó para oír cómo le relataba las historias de las que había sido testigo en sus viajes, compartiendo con ella sentimientos y anhelos. No, esta vez sería ella la que le contaría un cuento a su luz, quizás uno de los más hermosos.

Al verla aparecer, más oscura que ningún día, no pudo evitar sentir esa extraña emoción ya conocida por tantas oscuridades compartidas.

¿QUIÉN TE HIZO LUNA TAN HERMOSA?

¿QUIÉN TE OTORGÓ ESE BRILLO QUE TANTOS SUEÑOS IRRADIA?

¿QUIÉN TE ENCERRÓ EN ESA JAULA DE ESTRELLAS PARA QUE TODOS TE CONTEMPLARAN?

Su frío esplendor acarició la ventana de la escritora para saludarla, y ésta comenzó a escribir para ella un cuento.

“Una noche una joven escritora decidió por fin enfrentarse a su temores. Y revolviendo entre sus papeles viejos encontró un relato que empezó en su adolescencia y que nunca logró terminar.

Leyendo sus palabras consiguió ver a una niña que soñaba con sentir, y supo entonces que ese cuento había esperado a la mujer para poder darle el fin que se merecía, a una mujer que hubiera sentido hondamente en su vida.

Lo leyó varias veces y por momentos no se sintió capaz de hacerlo, pero poco a poco se inundó de esa luna plasmada en aquellas hojas amarillentas, y las palabras comenzaron a brotar en hojas nuevas que poco a poco se llenaron de ella…

¿QUIÉN NO MERECE UNA LUNA, COMO TÚ, EN SU VIDA?

¿QUIÉN NO MIRA A TRAVÉS DE TI BUSCANDOSE EN LAS SOMBRAS?

¿QUIÉN NO TE AMA EN SECRETO Y SIN EMBARGO GRITA TU NOMBRE?

…Y consiguió terminarlo. Quizás no fue el mejor de sus cuentos pero sí uno de los que más le llenarían. Aquel cuento escrito a dos manos fue el primero y al acabarlo, se planteó si sería capaz de escribir otro, lo hizo y no pudo dejar a la luna. Aquel hablaba de un campesino y unas rosas blancas.

Poco a poco siguió escribiendo y sin darse apenas cuenta compartió a la dama blanca en palabras. Y viajó con ella y su nostalgia.

En sus noches con la luna conoció a príncipes, reyes, caballeros, hadas, almas, duendes, princesas, elfos, pintores, locos… Incluso a un diablo y a un gran maestro. Y supo de poetas y soñó con envolver a la blanca en poesía, marcándose una nueva meta.


¿QUIEN NO HARÍA DE TI UN POEMA?

¿QUIEN NO TE BAÑARÍA EN MELODÍAS?

¿QUIÉN NO TRANSFORMARÍA TU LUZ BLANCA EN MIL COLORES?

Según iba escribiendo más cuentos la escritora sintió como el vacío de los años en los que sus dedos no habían acariciado la pluma, iba desvaneciéndose. Y jugando, con sus manos, enfrentó a la luna a la muerte, a la vida, al amor, al deseo… convirtiéndola en su mejor confidente.

Por eso aquella noche al verla no pudo si no escribir cómo había sido compartir con ella un año de cuentos, un vivir”

Cuando la luna terminó de leer el cuento esbozó en su brillo las palabras ya escritas:

ENTREGARÉ ESTA NOCHE DE SILENCIO

A QUIEN PUEDA OIRME Y VERME

A TRAVÉS DEL ETERNO BRILLO QUE ME RODEA,

MI ALMA OSCURA, MI PASIÓN

PUES YO TAMBIÉN QUIERO SENTIR

Y SER MÁS

Y SER MENOS

Y SER OSCURA

Y SER LUZ.

Terminadas las confidencias la escritora sonrió a la luna y la invitó, como cada noche, a que le contará alguna historia, y entonces la gran dama blanca inició un nuevo relato que algún día os contaré….


MUCHAS GRACIAS A TODOS POR COMPARTIR CONMIGO UN AÑO DE CUENTOS.


Fdo. Ana, la Escritora de los Cuentos de la Luna Oscura.

miércoles, 13 de enero de 2010

AÑO DE NIEVES... UNA DE MOCOS JA JA JA JA JA JA




Hola a todos, llevo un rato, como siempre que me pongo a escribir, pensando que podría contaros hoy, para arrancaros una sonrisa.

Y es que desde las Navidades apenas os he contado nada, ni siquiera lo que me trajeron los reyes, que por cierto CONTENTA ME TIENEN ( Ahora, que se preparen el año que viene que les voy a hacer una huelga que se van a enterar y no les va a quedar más remedio que dejarme lo que yo quiera. JA JA JA JA JA JA).

Bueno, que no me quejo, de verdad que no, que se que estamos en crisis y el bolso de Louis Voitton tendrá que esperar, pero jolines dónde ha quedado el concepto “te vamos a regalar algo que no necesites”.

Yo, por si acaso, no he quitado todavía el árbol de navidad, no vaya a ser que vengan con retraso (que todo es posible). Y además que como dicen por aquí “Hasta San Antón pascuas son”. Así que se queda todavía unos días puestos, que después de lo que me costó ponerlo, como que me da pena quitarlo.

Pues sí, mis queridos amigos, pasaron las navidades y estamos en plena cuesta de enero, con un tiempo que mejor ni comentamos. Pero por aquí, por la zona, en menos de un mes hemos visto de todo: lluvia, niebla, heladas, nieves, vientos… Ya sólo nos queda el Sunamí en el Tajo, que ya sería lo más grande del mundo mundial. Aunque bueno, hace unos años se desbordó. Mejor no lo diré muy alto que con mi suerte…

Y claro que tengo que hablar de mi suerte que la tengo y además mala. Y no porque no me haya tocado la lotería, que no me ha tocado, por supuesto, sino porque por fin me han concedido esa semana de vacaciones que tanto esperaba.

¿A qué suena bien? HUMMMMM, VACACIONESSSSS. Suena de maravilla, si no lo pronuncias con la nariz supertaponada por culpa de los mocos.

HAY QUE JODERSE LLEVO MESES ESPERANDO ESTA SEMANA Y COJO Y ME PILLO UN TRANCAZO PERO DE LOS BUENOS.

¿A ver quién me dice ahora que lo de la mala suerte es un decir?

Yo que me había hecho ilusiones de hacer mil cosas estos días, estoy en casa prácticamente enclaustrada por culpa de un ataque masivo de virus a mi organismo.
Ahora, que van listos si creen que van a poder conmigo. Ayer mi doctora y yo nos aliamos contra ellos y me equipé con un huevo de pastillitas de colores varios para combatirlos. Hoy, mientras se me cae la nariz a cachos, creo que han empezado a caer los primeros.

Y es que mi historia con los mocos es una historia que podría empezar a contaros y no acabarla nunca. Sí, os dejo que me llaméis mocosa, en el fondo no me importa.
Soy de esas mujeres que siempre llevan en el bolso por lo menos dos paquetes de pañuelitos de papel desechables, por culpa de una alergia que me acompaña casi todo el año, aunque en estos días los he abandonado, y como nadie me ve, me he colgado al cuello un rollo de papel higiénico, de estos del perrito ese tan mono, que son muy suaves y no dañan tanto mi nariz.

Sé que no es muy ecológico, pero hace tiempo descarté los pañuelos de tela. Es que no me cundían nada, y si encima te pilla como estos días que no para de llover, pues como que al final te quedas sin pañuelos porque no se secan nunca. Y limpiarme los mocos con una sábana, como que no, como que eso se lo dejo a los fantasmas.

En fin con mocos y todo, estoy tratando de descansar todo lo que puedo, leyendo y viendo alguna que otra película. Y por supuesto, cuando los mocos me lo permiten, intento sacar el lado bueno de las cosas. Con un poco de suerte me libro de ir a las rebajas con mi madre, que ya se había reservado un día para que la llevara y acabar con mis nervios.

Menos mal que soy una buena enferma y que no me quejo mucho. Sólo un poquito. Tampoco soy de las que me deprimo. Aunque ayer contemplaba mis venas y pensaba que hacer con ellas si cortármelas o dejármelas largas. Al final, decidí dejármelas largas, aunque eso me recordó que tengo unas raíces en mi pelo que no son normales, al igual que el tamaño del vello de mis piernas. Pero es que estando así como que no me apetece ir a la pelu.

Vamos que tengo unas pintas que estoy para que me retraten: pijama de los más viejos que tengo, calcetines de lana de estos que son muy feos pero abrigan mogollón y mi eterna bata roja, haciendo juego con mi nariz. Vamos Marujona constipada total. Sólo me faltan los rulos y el mandil encima de la bata. JA JA JA JA JA. Sí, reíros, reíros, pero que es cierto.

Pero con bata y todo haciéndole la guerra a los virus. El lema que me he marcado esta semana es DE AQUÍ AL VIERNES ACABARÉ CON TODOS LOS VIRUS PARA POR LO MENOS DISFRUTAR UN POCO DEL FIN DE SEMANA.

Bueno espero que vosotros estéis mejor que yo. Si alguno hay resfriado que se una al club. He preparado dos ollas de buen caldo, y siempre guardo algún cuenco para los amigos. Ahora, el papel higiénico para los mocos os lo traéis de casa que tengo contadas las existencias del mío, JA JA JA JA JA JA.

Y Para los que estéis bien deciros que no sabéis la suerte que tenéis.

Un besito para todos en la distancia para no contagiaros.

NOTA ACLARATORIA: ESTE POST DE VERDAD QUE NO ES FRUTO DE LA FIEBRE, AUNQUE PAREZCA A VECES QUE ESTOY DELIRANDO.

domingo, 10 de enero de 2010

LEGADO DE AUSENCIA.



Tratar un libro, un emborronado diario de cualquier jovencita enamorada, no tiene ni la importancia ni el más intrínseco deber para las almas acostumbradas a la estricta y prudente sabiduría de los entendidos en el campo de las palabras bien redactadas. Estas primeras páginas de un opúsculo privado, tanto como íntimo, es un secreto apenas confirmado por los entendidos en este vasto saber de los insignes doctores que analizan sin descanso el dolor plasmado en palabras conforme al diccionario…




PARA JULÍAN


"DE LA AUSENCIA"

I

Hace tanto que no respiro el peligro de ser libre. Hace tanto que mis más preciados vestidos dejaron su blanco colgado en un perchero oscuro a la espera de una mañana contagiosa. Hace tanto que mi piel se permite apenas esta tenue iluminación, misericordia de la noche que perdió la vergüenza por acoplar enamorados desconocidos en sus penumbras. Hace tanto que mi piel no traspira emociones inquietantes.

II

La flor mortal se embriaga en su misma fragancia; frescura y picardía de la ortiga que crece a sus pies persigue la duda. Hoy que bebo mis palabras enmudecidas e intento adornar la huera insistencia de ser amada, querida, deseada.

III

Rasgaré la magia del eterno tiempo que me mantiene prisionera de mi misma. Me rebelaré, me romperé para gritar la oscuridad que me alimenta hasta que veas a través de mi mirada todo el amor que soy capaz de sentir a través de mis ojos con una exhalación de luz.

IV

Frente al espejo de mi oscuro armario, con la frialdad bien aprendida, derramo sobre mi imagen reflejada el dolor impuesto en mi nacimiento, regalándole el justo grado de compasión por existir, intentando redimirlo del cuerpo que lo aprisiona. Pero se niega la muerte, como de costumbre, dando la espalda a mi soledad, cual vulgar farsante.

V

El frio me atrapa y, como enemigo envuelto en armadura de indiferencia, solo deja ver su enigmática y feroz mirada en estas horas perpetuas de ofuscación y prejuicios, permitiendo, con dudosa indulgencia, el pálpito en mi cuerpo, opción de derrame o desliz de la pasión cuando clarea la noche, al alba, se me niega y es por eso, que yo quisiera, reclamo, se cumpla mi última voluntad antes que el Sol triunfe.

VI

¿Qué pretende el tiempo? Como virutas olvidadas en el suelo del laborioso artesano así me siento.

VII

Me acostumbré a flotar adornada por sutiles sonrisas en la complacencia de mis propias frustraciones, vagando por los rincones como sombra de la desdicha. ¿La mía? Perdida dentro de esta prisión sin apenas sueños ni ilusiones.

VIII

Dime que para ti no soy desventura, dime que ves a través de la imperfección que me ata, dime que eres real para poder soñarte. Pues… soñar es lo único que se me permite. Delirar no me vale.

IX

Como un bello poema de amor, como una melodía nacida del alma, encuentro por fin la luz, aunque me duela. Y la derramo con palabras sobre este diario que pretendo llenar con mi propia oscuridad ahora demorada aunque vencida.

X

Delirar el imán, el ancla olvidada pero segura. Delirar con la flor repujada en indiferencias incoloras pero confiadas en su aroma, fragor inolvidable…

XI




Agradezco en primer lugar la paciencia y comprensión de los lectores.

Este trabajo conjunto es, sin duda, imperfecto, pero detrás hay tanto ilusiones como sueños donde estáis todos involucrados.

Lo más importante, lo que cuenta, es saber que la amistad es un valor, un valor que puede crecer y se ha de alimentar.

Queda aquí delante de vuestros ojos un fruto… ¿maduro?... podréis decidir y opinar…

… pero os digo que lo importante, lo que a mí más me ha llenado son las conversaciones que no están reflejadas pero, espero, intuidas, en una amiga indiscutible con tantas posibilidades que merece para ella sola la mejor de las LUNAS.

Rafa Martín

Un trabajo imperfecto, quizás inacabado para muchos… Que cada cual forje libremente sus propias conclusiones. La mía es un secreto y sin embargo lo he gritado en cada una de esas conversaciones con aroma de café que tanto me han acompañado y guiado en esta labor. Espero también poder gritarlo para vosotros.

Hoy se pone fin a este Legado compartido con un amigo que como todos los legados deja plasmada una voluntad. Sentirla, hasta hacerla una, ha sido una experiencia maravillosa.

Y no puedo sino agradecerle aquellas palabras que un día me dedicó y que me han acompañado muchas veces en este camino.

“Nunca, nunca digas que no escribes poesía. No son sólo poemas los escritos con versos. Yo la he sentido en tus cuentos”
Rafael Martin, 7 de marzo de 2009.

Sirva este agradecimiento también para vosotros, todos los que habéis visto más allá de simples cuentos.


viernes, 8 de enero de 2010

LEGADO DE AUSENCIA. SEGUNDA PARTE.




Aquella tarde terminó en un libro que, al igual que el primero que él le regaló, contenía la melancolía de Esther, aún sin ella saberlo. Una despedida que escondía sus secretos intuidos en esos meses transcurridos, y aunque los labios de ambos temblaron al pretender guardar la compostura del triste e irremediable instante, el gran escritor chileno habló por Julián, y sobraron las confesiones.

Envuelta en muda poesía, ella silenció con su dedos cada vez más frágiles las palabras de él, agradeciendo, con tan significativo gesto, el fulgor que habría de permanecer en su pecho y que él había hecho surgir con su amistad, y continuas visitas, la luz a la que se aferraría fuertemente en lo más profundo de su ser.

Así acalló su voluntad contemplándole por última vez y escuchando la promesa de un nuevo encuentro sellado con un beso tímido sobre su mejilla, beso que, al recordar, haría nacer en ella el sonrojo de su piel mortecina, y en él la evocación de aquella dama tan llena de vida.

Al querer abatirse la tarde sobre ellos, en su última complicidad, acordaron no pronunciar su Adiós, fingiendo un futuro en el que todo permanecería igual, sin cambios, donde él reanudaría los encuentros para comentar aquellos poemas que ella sujetaba entre sus manos, simulando que no profesaban dolor ni pena, brindándose las sonrisas de siempre…

En las primeras horas de su alejamiento, la noche les acogió regalándoles una luna esplendorosa que, aproximándose a Esther, secó con suavidad sus ojos de lagrimas para poder leer ese último adiós escrito en aquel pliego mojado de llanto, mientras percibía, a lo lejos, el silbido del tren que, perdiéndose en la noche, alejaba a Julián.

Observando a aquella joven tan etérea, la blanca eterna sintió como su vieja conocida, la muerte, se agazapaba entre las sombras, y guardó su secreto. En la corta tregua concedida, decidió quedarse con Esther cada noche protegiendo aquel desvelo tan valiente como apasionado.

En Los días que siguieron a su despedida, Esther trató de calmar la inquietud por no verle, apaciguándola con la lectura de aquellos textos que habían compartido, hasta que decidió rebuscar en su alma, más aún, y retomando en su propia escritura se volcó en ella para dejar constancia de todo lo vivido y forjado en los últimos meses en su aún deseoso corazón.

Cada semana Julián la escribía relatándole cómo iba todo en su nuevo destino, sus paseos solitarios por aquella ciudad que apenas conocía y lo extraño que se sentía tan lejos de su familia y de ella. Cuando llegó su primera carta, Esther sintió cada una de sus palabras llenándola de una templanza que ahuyentó por momentos el frío y el deterioro que el otoño había ido sembrando lentamente, con sigilo, en su piel.

Una tarde, unos tímidos rayos de sol llamaron en su ventana y contemplando aquel jardín, quiso llenarse de nuevo de él y sus fragancias ahora ya lejanas. Apenas un esfuerzo por levantarse, por abrir el cristal y sentir un poco de calor sobre su rostro, pero sus fuerzas disminuían cada vez más deprisa y las que quedaban las reservaba para escribir y pensarle.

Sin darle respuesta, las misivas de Julián continuaron llegando y en la soledad de sus noches volvía a leerlas dejando que lo escrito reposara sobre su pecho, para así sentirle más cerca. Una nueva carta le hablo de libros que Julián comenzaba a descubrir en sus clases y visitas a la biblioteca, con la intención de compartirlos muy pronto de nuevo con ella. Pero Esther era consciente que jamás llegaría a leerlos.

Siguió escribiendo en su diario en los días en que su aliento, sin miedo, vencía al tiempo, aferrándose a sus recuerdos hasta quedarse dormida, rogando a la luna un nuevo amanecer para gritar aquella primavera del olvido de los años perdidos en llantos mudos que acabaron resignados en una desconsolada aceptación de un vivir vacío y sin propósitos.

Había transcurrido apenas algo más de dos meses cuando una mañana bañada en tonos grises recibió su última carta. En ella Julián le anunciaba, con palabras llenas de esperanza su inminente vuelta. En apenas unos días regresaría a su hogar con motivo de las vacaciones navideñas, y que, ese año sería él quién la llevara a misa la madrugada del 24 de diciembre.

Ella notaba como sus últimos instantes de vida la acechaban, lo presagiaba, y por primera vez sintió miedo por aquel egoísmo de querer morir envuelta en sus abrazos, de intentar evadir a quién tantas veces llamó antes de que su corazón comenzara a latir llenando sus entrañas de ilusiones irrealizables.

No, nunca hablaron de la muerte aunque siempre estuviera presente. A pesar del momento, una débil sonrisa se dibujó en sus labios casi apagados, rememorando el día en que le costó tanto caminar y fue él quien la convenció de que se sentarán para descansar por su propia fatiga. A pesar de su faz alegre por el engaño consentido, Esther leyó la preocupación en los ojos de Julián.

No, no hizo falta hablar de aquella sombra que siempre la había acompañado, y en ese momento en el que hasta ella llegaba el llanto de sus padres, lo supo con gran certeza, no hubiera resistido ver su rosto, su mirada apagada cuando llegara su momento.

Tratando de calmarlos pidió a sus progenitores que descorrieran la cortina de su dormitorio para que entrara la luz de la luna y que se despidieran de ella con un beso en la frente, como cada noche. En la última caricia de su padre ella tomó su mano y éste, al sentir la preocupación de su hija, quiso apaciguarla ratificándose en su promesa.

Por fin, en la soledad de su dormitorio impregnado de honda quietud contempló a través de la ventana como la luna la esperaba paciente para atender la última confesión de su alma, y mientras Esther le evocaba con intensas lágrimas de vida, fue desvaneciéndose en aquel sueño de amor comprendiendo así con su esencia sus propias palabras.

martes, 5 de enero de 2010

LEGADO DE AUSENCIA


En su día mi estimada amiga me propuso un trabajo conjunto a dos manos. Esto que sigue es el resultado que comenzó apenas con varios párrafos emborronados que le presenté y hoy, por fin, he concluido.

El proceso ha sufrido varios cambios de intenciones. De los pocos que hoy llegan a mi texto y que me han leído con anterioridad sabrán de mi manía de extenderme en mis narraciones más de lo debido teniendo en cuenta el formato idóneo para una página de blog. Pido disculpas.

Sin embargo creo idóneo pedir vuestra paciencia y atenta lectura de este humilde trabajo que presento pues, en él, están la clave que en las próximas entregas han de complementar mis intenciones ahora apenas esbozadas.

Espero que sea de vuestro agrado y aprobación. Pues, tanto como yo he disfrutado con mi escritura, tanto o más quisiera que sea vuestro deleite.

Rafael Martín


LEGADO DE AUSENCIA


Es un sueño la vida,
pero un sueño febril que dura un punto;
cuando de él se despierta,
se ve que todo es vanidad y humo…

¡Ojalá fueras un sueño
muy largo y muy profundo,
un sueño que durara hasta la muerte!
Yo soñaría con mi amor y el tuyo.
(G.A. Bécquer)






Un mediodía plácido y templado llegué a casa abriendo la puerta del hogar con un empujón, originando un tembleque en los tantos cacharros colgados en la cocina a uno y otro lado de los fogones.

— ¡Madre…!

— ¡Por Dios, niño! ¿Qué manera son de entrar estas?

— ¡No te lo vas a creer! ¡Tengo trabajo! ¡Mañana comienzo!

— ¿Trabajo? ¿Dónde? ¡Explícate…!

Entre resuellos y con voz fatigada despotriqué mi hazaña culminada esa misma mañana en una promesa firme, apalabrada, de un puesto de aprendiz en el horno panificador del pueblo. Mi tarea, apenas desentrañada en escueta y corta negociación, debiera comenzar diariamente un par de horas antes de la medianoche.

Bien frotado mi cuerpo y miembros con agua tibia, enjabonada, rematado con un eterno buscar la mejor imagen frente al espejo atusando mi pelo hirsuto para tan crucial momento. Recuerdo que la primera noche llegué antes de tiempo al trabajo.

Las fechas navideñas se acercaban y los pedidos de cliente iban en aumento. Mi aprendizaje fue rápido y pronto el maestro dejaba de observar mi labor algo más confiado. Se había decidido en Nochebuena darnos descanso pero, hasta entonces una ardua labor nos esperaba noche tras noche hasta bien entrado el alba.

El día de Nochebuena, tras haber yo dormido hasta bien entrada la tarde, la familia se engalanó con su mejores atavíos para la cena familiar. Luego se cantó algún villancico y poco antes de la medianoche todos encaminamos nuestros pasos por las calles empedradas, húmedas, hasta la iglesia donde habríamos de asistir a la tradicional Misa del Gallo. Apenas quedaban asientos libres exceptuando uno de los primeros asientos que quedaba frente a los reclinatorios junto al altar.

Unos minutos antes de que el párroco hiciera su solemne entrada llegaron los que eran mis actuales y flamantes patronos, los dueños del horno en el que apenas unos días antes había comenzado mi labor. Entremedio de ambos una joven se abrazada a uno y otro enlazando sus brazos, y, con pasos tranquilos, parsimoniosos, dejaba tras de sí una estela de innata pureza, antes de ocupar finalmente el banco que había permanecido hasta entonces desocupado.

Un par de encuentros los que se permitieron nuestros ojos, uno casual en el momento de comulgar y el último, algo más buscado, tras la ceremonia religiosa, cuando, nuevamente flanqueada a uno y otro lado por sus padres en los que se apoyaba con delicadeza, su mirada, esta vez más viva e interesada, descansó en mis pupilas durante un buen rato, hasta que su caminar le hizo imposible retar mi mirada con sus negros ojos sin tener que girar su grácil rostro sobre sus hombros.

Aquella aparición de medianoche en la iglesia apenas me permitió conciliar el sueño. Acostumbrado a dormir de día y laboral en las horas nocturnas pasé el resto de la noche en vela tratando de ahuyentar de mi mente aquella imagen que se había grabado en mis pensamientos como marca de fuego.

Mi más inaplazable cometido al levantarme al día siguiente era saber algo más de aquella muchacha que, aun siendo aproximadamente de mi misma edad, me era desconocida. Tras preguntar aquí y allá, como el que no quiere la cosa, fui descubriendo algunos antecedentes que me esclarecieron del porqué de mi desconocimiento absoluto sobre aquella enigmática como angelical persona.

Esther, que así se llamaba, padecía una grave dolencia que le obligaba a permanecer en reposo continuo en sus aposentos, por lo que sus salidas eran muy esporádicas y casi se limitaban a excursiones con sus padres en coche por la sierra y playas de las comarcas cercanas. Se decía que apenas recibía visitas por lo que sus amistades en la ciudad eran nulas, tanto como sus apariciones. La de la otra noche fue tan sorpresiva que durante días la comidilla en cualquier corrillo fue la hermosura de aquella jovencita enclaustrada en su propio hogar casi de por vida.

El trabajo se reanudó en la tahona y noche tras noche, sabiéndome cerca de la que había apresado con su lindeza y primor mis pensamientos, intentaba encontrar el modo que me permitiera verla de nuevo, acercarme a ella y escuchar su voz aunque fuera una y única vez.

Concluí hacerle un regalo y, en consideración a su padre que me ofreció en su día un empleo en su negocio, hacérselo dar a este como agradecimiento. Eso haría. Tras muchas elucubraciones había pensado que quizás un libro para alguien que pasaba los días prácticamente a solas podría ser una buena elección. Me hilvané los sesos pensando cual podría ser de su agrado. Finalmente me decidí por una edición de Azul del poeta al que llaman príncipe de las letras castellanas. El día de vísperas de reyes, antes de marchar a casa tras concluir la jornada, me dirigí a su despacho, la puerta estaba entornada, pedí permiso y le entregué mi presente cuidadosamente envuelto en papel bermellón, satinado, con flores doradas. Con amabilidad y algo sorprendido tomó mi agasajo en sus manos indicándome que, sin duda, su hija se sentiría complacida de recibir el atento gesto de mi parte. Golpeando mi hombro amistosamente a modo de aprobación tanto como de despedida dimos por concluida mi corta visita.

A los pocos días de aquel encuentro me hicieron entrega de un sobre cerrado, pequeño. Por su resistencia a doblarse con facilidad supuse que dentro habría alguna tarjeta de felicitación navideña llegada algo a destiempo. Lo abrí sin prisas pero sí algo intrigado. Al abrir su solapa un vaho de violetas se escapó de su interior. Extraje con la punta de de mis dedos una cartulina color malva. En ella, escrito a mano, en correspondencia a la atención que había yo había tenido, se me invitaba encarecidamente a tomar el té en día y fecha señalada. Firmaba Esther. Ni que decir tengo que asistiría.

Entretanto mis vacaciones llegaban a su fin y con ello también mi compromiso laboral. Pronto comenzaba nuevamente el curso con su rutina matinal y habría de olvidar mis ajetreos nocturnos en la panificadora.

La tarde señalada en la escueta nota de invitación se pintó de brumas rosáceas en el horizonte. Con puntualidad exagerada abrí la puerta metálica que daba paso al coqueto jardín donde los dormidos rosales hacían guardia. Uno, dos… hasta cinco marmóreos escalones me separaban del reino de mis aspiraciones. Mis piernas comenzaron a amainar sus fuerzas. Dos golpes tímidos con la aldaba de bronce. Una eternidad me hizo ser consciente de mi fragilidad en aquel momento.

— ¡Buenas tardes! ¿La señorita Esther?

— Pase. Por favor. Usted debe ser el señorito Julián. Ella le espera. Sígame si es tan amable.

A lo lejos la tarde cambiaba sus tonos rosáceos por otros de oro viejo.
Tras subir una escalinata casi en penumbra mi guía golpeó una puerta pintada de blanco pero que a mis ojos semejaban plateadas. Entreabrió ligeramente, con discreción. Al instante apenas, una eternidad para mis sentidos, se escuchó una voz.

— ¿SÍ?

— Señorita. Es el señorito Julián. ¿Permite usted?

— Por favor, hágalo pasar.

Haber ensayado tanto tiempo mi saludo y sonrisa no tuvo el fruto esperado. Quedé mudo y petrificado cuando la estancia de aquella flor se me abría a mis pasos.

— ¡Cuánto me alegro que aceptara mi invitación! Pero pase, se lo ruego. No se quede ahí parado.

— Con su permiso— conseguí apenas murmurar.

El mismo perfume de flores violáceas que percibí en la esquela me atrajo al interior. El cielo, como por arte de magia, se abría a mis pasos.

— Espero que mi invitación no fuera inoportuna.

— En absoluto señorita. Para mí fue un halago y alegría.

— Pero siéntese, por favor. No sabe cuánto me agrada su visita.

Con una mano indicaba una rinconera junto a la ventana con la otra, casi rozando mis dedos, instaba su ofrecimiento.

— ¿Le apetece tomar té u otra cosa?

— Confieso que no tengo costumbre. Lo que usted decida.

— Eso está bien, entonces yo decido. Primeramente que podamos tutearnos como amigos. Me apetece. El resto se podrá dialogar sin prisas…

— Como usted prefiera.

— ¡Que te acabo de decir! Me llamo Esther, deja los cumplidos a un lado. ¡Insisto!

— Si, claro. ¡Perdona! Esther.

La tarde se descompuso en los cristales de su ventana con elegancia y resabios de tiempos calmos. Esther, desechada mi imagen preconcebida, resultó ser una persona, no solo afable, sino holgada de ímpetu y ganas de hacer. En este, nuestro primer encuentro, quedó enlazada una amistad que aún hoy lloro. Pero, dejadme que siga contando.

Resultó que mi libro regalado le había hecho, por entusiasmo, abrir una nueva claraboya en su vida anquilosada. Confesó que sin duda, era una de sus mas, sino la única, experiencia que le había abierto horizontes nuevos. Me confesó, no sin gracia, que había comenzado a borronear, ahora si ahora no, una especie de diario donde plasmaba sus mas intrínsecas e intimas elucubraciones. La charla más que amena discurría con complacencia para ambos. Más para mí pues yo escuchaba y ella departía sin cesar, alegremente.

Hablamos primero de libros, de preferencias y gustos. Tras muchos titubeos acomodamos una próxima visita donde yo, pobre de mí, debiera sorprenderla con un nuevo libro tanto como con la primera entrega, con mis gustos y excelencias.

Se fueron sucediendo las visitas. Al principio fueron esporádicas, digamos mas espaciadas, pero a la par que nuestra confianza mutua iba en aumento se iba convirtiendo en complicidad. Los libros se sucedían cada vez con más prontitud. Así como nuestras amenas charlas se iba tornado en intimidad desvelada.

No siempre la predisposición de Esther era alegre y fresca pues, más de una vez, sus dolencias la dejaban postrada y sumida en una tristeza no fingida. Aún en esos días sus ojos brillaban a pesar de denotar cansancio y hastío cuando me veía entrar en su alcoba.

La primavera fue un agradable bálsamo con sus tardes templadas. Había días en que nos permitía sentarnos junto a los rosales que auguraban esplendores mitificados en sus botones aun por estallar. Durante aquel período habíamos repasados en lecturas gran parte de autores, clásicos o románticos, modernistas unos, otros parnasianos. Desde Shakespeare o Calderón pasando por el inevitable bostoniano y sus narraciones extraordinarias.

Pero el tiempo es inexorable en su cómputo. Entretanto, el verano se consumía resguardado bajo las sombras de las mimosas. Mi pronta marcha era inevitable. Convenido en su día reanudar mis estudios en un internado de la capital llegó el día de mi partida.

Me adentré en el jardincillo, fiel testigo de nuestros últimos encuentros. En una mano una orquídea esplendorosa en la otra los veinte poemas de amor de Neruda con una, una sola, canción desesperada.