Una vez, siendo niña, sentí la soledad de su resplandor, aquel brillo perdido en la inmensa oscuridad, sólo quebrada por el leve fulgor de las estrellas, sus eternas compañeras. Aunque nunca negué su belleza, no pude evitarlo, me compadecí tanto de aquel extraño destierro que en mi inocencia, fui haciendo mío y me imaginé que era una mujer...

miércoles, 20 de febrero de 2013

SOBRE LAS DISCUSIONES...



No sé quién se inventó la frase de que la mujer es un hermoso defecto de la naturaleza, pero tengo muy claro que fue un hombre que como casi todos cuando quieren iniciar una discusión, primero te halagan y luego te… ¿Te sacan de tus casillas?

Porque si algo es cierto es que el hombre y la mujer discuten. Será porque como dijo Noel Clarasó, el hombre solo puede hacer dos cosas duraderas con nosotras: o discutir o casarse. Por eso creo que ahora se celebran menos bodas, porque la discusión siempre es algo irresistible pero no siempre acaba bien.

Para mí, la discusión es como un debate en el que se intercambian puntos de vista contradictorios; una especie de combate en el que cada uno intentará ganar imponiendo su razonamiento. Sí, cabe la posibilidad de perder pero eso es lo que lo hace aún más interesante.

Dicen que las mujeres somos fuente de más discusiones y yo no voy a ser quién diga que no (es que hoy no me apetece discutir) pero si es cierto que creo que tanto hombres como mujeres llevamos muy mal perderlas, porque a veces dejan de ser simples debates y se convierten en luchas a vida o muerte en la que cada uno empleará el arma que más duela a su contrincante. En esas ocasiones se utilizaran frases tipo como “Si es que todas las mujeres sois iguales” o “Si es que todos los hombres sois iguales”… y por supuesto se recurrirá al pasado trayendo recuerdos que siempre decimos que hemos perdonado pero que no hemos olvidado, los famosos “trapos sucios”. Ese debería ser el momento de que uno de los dos se retirase y se fuese a dar una vuelta, pero claro pocos lo hacen, no entendiendo que a veces una retirada a tiempo no supone ninguna derrota.

A veces pienso que cuando discuten dos personas sean hombres o mujeres con hombres o mujeres, deberían hacerlo delante de un juez imparcial que los moderase. Haciéndolo así, se evitarían muchos malos momentos pero, claro,  ponte a buscar a alguien imparcial en estos días en los que la justicia y la equidad están tan cuestionadas.

Y aunque algunas duelen, seguimos discutiendo… y hasta por la cosa más tonta, por malos entendidos, por celos (de los celos podemos hablar otro día), por otras personas, por tu perro, hasta por lo que pusiste ayer en el facebook…

“Erase una vez un hombre y una mujer que nunca discutían…”

Pues vaya rollo de cuento, Ana, porque a ti sí que te gusta discutir y si te encontrases en tu vida, a unas personas así seguramente te aburrirías con ellas. Sí, la verdad es que te encanta que la gente tenga opiniones diferentes a la tuya. Aunque hay que reconocerlo, no eres de las violentas, excepto en tus cuentos, en los que a veces prefieres cargarte al hombre que enfrentarle a la mujer porque sabes que a lo mejor el hombre no era tan malo, ni la mujer tan buena y prefieres que otros cuestionen tu final y lo cambien  si quieren.

“Erase una vez una mujer que pensó en escribir sobre mujeres y… “

lunes, 18 de febrero de 2013

“LO QUE ME GUSTA DE NOSOTROS ES QUE NO NOS NECESITAMOS PARA VIVIR…” LA VERDADERA HISTORIA DEL HOMBRE PEZ.



El día que él pronunció esta frase supe que no me había equivocado y que llevaba meses saliendo con un hombre-pez.

¿Que qué es un hombre pez? Pues he llegado a la conclusión que es un hombre que se cree muy independiente, autosuficiente y muchas otras palabras acabadas en “mente” y que por supuesto,  sabe nadar a la perfección en el agua porque ya lleva mucho tiempo haciéndolo. Hasta baila en ella y mientras lo hace, emite destellos hipnotizadores.

A todo el mundo les gusta contemplarlos porque son una especie que si bien no está en peligro de extinción, lo cierto es que a pesar de ser muy escurridizos, es imposible que te resulten indiferentes. Es que bailan muy bien y al final hasta consiguen convencerte de que no hay un baile mejor.Y claro, acabas bailando con ellos e incluso crees que parte de ese baile lo has inspirado tú.

GRAN ERROR… Porque un hombre-pez siempre nada y baila por él mismo. Aspecto que se puede comprobar cuando se termina la música y te hace sentir que no hay nada más fuera del baile. Sí, permanecen allí, los contemplas a tu lado, pero ya no brillan ni tú te sientes tan especial; es más,  muchos de sus silencios te hacen pensar que a lo mejor necesitan otro público. Entonces se escurren.

Pero lo más determinante, lo que hará que no te queden dudas acerca de que estás con un hombre pez es si intentas sacarle de su medio. Entonces se vuelven torpes, les falta el aire; el oxigeno, claro está, no les llega bien al cerebro y pueden pronunciar frases tan gilipollas como la que es objeto de este relato; frases que no se cómo decirlo pero… ESTÁN DE MÁS.

Recuerdo cuando pronunció aquellas palabras. De verdad que traté de ponerle ritmo e incluso procuré buscar un compás golpeando el suelo con mis zapatos de tacón desgastados de tanto bailar con él. Y claro, aunque me costó un poco aceptarlo, lo supe rápidamente, mi hombre pez se estaba asfixiando él solo. Porque yo no era de las que necesitaba frases bonitas para vivir, ni tampoco de nadie para respirar. Pero, sí sabía que mi vida no podía ser solo bailar a su ritmo.

 Sí, la conclusión es que se estaba asfixiando y pretendía culpabilizarme a mí porque quizás entre nosotros las cosas ya no eran como en aquellos primeros bailes y necesitaba repetirme aquella frase para darme la patada antes de que se la metiera yo.

Por un momento hasta casi me lo creí, pero recordé que durante todo el tiempo que habíamos compartido,  yo me había portado muy bien con él, incluso trataba de protegerle porque un hombre-pez aunque no lo parezca es frágil (llevar la carga de tantas palabras terminadas en “mente” es duro). El mío lo era, o eso me parecía a mí,  pero era también un capullo escurridizo que sólo quería bailar… 

Capullo y todo, al final, sentí lástima por él porque a lo mejor sin quererlo le había hecho creer que le estaba arrastrando fuera de su medio. Así que no lo dudé ni un momento; yo sabía que no me necesitaba para vivir y para despedirme de él y hacerle entender que le comprendía perfectamente, le regalé un océano inmenso con un público al que su baile tampoco dejaría indiferente…

Sin duda, tenía razón… No nos necesitábamos para vivir.

jueves, 14 de febrero de 2013

SAN VALENTIN... LA VERDADERA HISTORIA DE LA MUJER QUE ODIABA EL DÍA DE SAN VALENTIN



Cuando sintió que su corazón se rompía en mil pedazos juró que nunca volvería a creer en el amor y por supuesto, siempre que llegaba esta fecha, renegaba de ella y de todos aquellos que se entregaban a celebrarla pintando en sus ventanas corazoncitos.

Sí, ella era consciente de que muchas personas habían pasado por lo mismo pero esa idea no le proporcionaba ningún sosiego. Todo lo contrario, le hacía aferrarse aún más a ese sentimiento en contra del amor. Cómo podía llamarse amor a algo que podía causar tanto sufrimiento a tanta gente.

Por eso cuando veía como otros lo celebraban, se compadecía de su inocencia porque estaba segura de que alguno aquella noche se acostaría con el corazón roto.

Pero no os penséis que se sentía infeliz y que caminaba por las calles como una sombra gris y apagada. No, ella simplemente había renunciado a enamorarse, pero por lo demás era una persona bastante completa.

Tampoco penséis que huía de los hombres. No, a ella los hombres le seguían gustando e incluso a veces compartía con ellos veladas increíbles. Sólo que cuando las cosas se complicaban y ellos empezaban a hablar de sentimientos, ella huía porque si algo tenía claro es que nunca volvería a sentir tanto, por miedo a sufrir.

Cuando de nuevo llegó la fecha, pensó que podía encerrarse en su casa, abrir una botella de vino y disfrutar de un par de copas mientras escuchaba algo de jazz, pero eso ya lo había hecho el año anterior y decidió que tal vez para esa ocasión podía ser más original. Eso o que tal vez sin darse cuenta necesitaba demostrarse a sí misma que ya ni siquiera ese día podría lastimarla más.

Así que después de pensarlo,  decidió que aquel año iría a cenar a uno de los mejores restaurantes de su ciudad. Ella sabía que habría muchas parejas y que el perfume de las rosas rojas flotaría en el ambiente, pero aún así no se acobardó e hizo la reserva.

Para la ocasión, eligió un vestido de terciopelo, por supuesto rojo y se recogió el cabello…

Al llegar, el camarero la acompañó a su mesa y mientras elegía el menú percibió como los ocupantes de algunas mesas se fijaban en ella. Sí, podía resultar algo extraño que en una noche como aquella, una mujer cenara sola, pero ella estaba preparada para soportarlo.

Eligió el vino y de pronto un hombre ocupó una mesa cercana a la suya. No pudo evitar mirarle y pensar que a lo mejor, como ella, ese día había decidido no quedarse en casa. No pudo evitar sentir esa curiosidad por aquel extraño y hasta deseó que él sintiera lo mismo que ella.

Mientras saboreaba la copa de vino y antes de que le sirvieran los entremeses, notó como él la miraba y el rubor encendió sus mejillas.

A punto de mirarle abiertamente y dedicarle una sonrisa, pudo ver como una mujer se sentaba en aquella mesa. Aquel hombre la esperaba.

Durante unos instantes se sintió avergonzada por su conducta, incluso ridícula, pero entonces lo vio todo muy claro, quizás nunca había dejado de soñar con el amor y con encontrar algún día una persona que se pareciera a ella…

Todos en aquel lugar parecían felices y al final envuelta en aquel halo disfrutó de aquella cena.

Cuando el camarero le sirvió un trozo de tarta de fresas y nata,  una idea comenzó a rondarla… ¿Qué postre habría elegido él?

martes, 12 de febrero de 2013

DE MUJERES, PRÍNCIPES Y RANAS... LA VERDADERA HISTORIA DEL PRÍNCIPE QUE QUERÍA CONVERTIRSE EN RANA.



A ver cómo empiezo este relato…

Erase una vez un príncipe que quería ser rana…

Que sí, que es verdad, aunque no es un cuento y hoy cada vez existen más príncipes que quieren convertirse en ranas, algunos hasta en sapos… No digo todos eh…

Como os lo cuento. Aquí, una, toda la vida se la pasa esperando a encontrar a ese ser maravilloso de cuento de hadas y cuando se lo encuentra, que no, que él quiere ser rana.

Después de meditar mucho sobre esta cuestión y de darle muchas vueltas, he llegado a una conclusión: Un príncipe quiere ser rana solamente cuando conoce a una mujer verdaderamente especial; tan especial que sabe que en algún momento le hará elegir entre ser alteza y hombre y claro,  eso de renunciar a ser lo que se quiere ser es muy duro. Lo entiendo perfectamente. Es más fácil ser rana.

A ver, en parte es comprensible porque uno no se convierte en príncipe sin más. No, serlo conlleva una responsabilidad enorme. En primer lugar hay que mantenerse siempre en forma porque eso de ir enamorando a damiselas requiere una gran preparación,  porque uno de los principales cometidos de esta especie de infantes es esa, la de encandilar y sembrar suspiros a su paso. Pero no, no os creáis que son tan insustanciales porque, en segundo lugar, son representantes de un idealismo firme y defienden a capa y espada la libertad (la suya, claro) y cuando la sienten en peligro, sobre todo por culpa de alguna mujer, pues eso acaban convirtiéndose en ranas porque a pocas mujeres nos gustan las ranas…

La pena de estos príncipes es que se han quedado un poco anticuados y no se han percatado que hoy en día muchas mujeres respetan casi más que ellos el sentido de la libertad porque han tenido que luchar mucho más que ellos para conseguirla y disfrutarla. Por eso cuando se encuentran un príncipe que quiere convertirse en rana lo reconocen en seguida y permiten que sean lo que ellos deseen…

Erase una vez una mujer que a la salida de una discoteca perdió las llaves de su coche.

De pronto, apareció un príncipe hermoso y galante que le dijo… “No llores princesa. Si prometes invitarme a cenar y a dormir en tu cama,  yo encontraré las llaves de tu coche”.

Joder era muy tarde y ella pensó “Como no le lleve al mac auto…”. Pero accedió (no siempre le llaman a una princesa).

Pasada una hora, el príncipe con mucho empeño seguía busca que te busca y ella apoyada en su coche siguió pensando “Desde luego… Lo que son capaces de hacer algunos príncipes para echarte un polvo… Mírale, ni me habla”

A punto de dar las dos de la mañana, la mujer se cansó de pensar en silencio y llamó con su móvil a su aseguradora que envió una grúa y un taxi. Sí, podía haberlo hecho desde el primer momento pero es que, lo dicho, una tampoco se encuentra así como así con príncipes y quería saber a qué reino pertenecía.

Al verla subir al vehículo, el príncipe le dijo con cierta desesperación “¿No pensarás dejarme aquí que llevo casi tres horas buscando las condenadas llaves?”

Y ella le respondió… ¿Tú has leído alguna vez el cuento del príncipe rana?  Pues habrás de saber que las promesas están para cumplirlas…

Me parece que el príncipe no entendió el significado de aquellas palabras, pero era muy tarde para averiguarlo y aunque le dio cierta penilla, supo que si le llevaba con ella, al día siguiente seguramente amanecería al lado de una rana, porque aquel príncipe no buscaba las llaves por ella y ni siquiera las había encontrado.  Así que con pena y todo, allí le dejo croando, eso sí más libre que una perdiz.

Nota de la autora: Podía habérmele cargado, lo sé, pero en esta ocasión me he conformado con permitir que fuera rana porque yo también soy de las que defienden la libertad de las personas de ser lo que deseen ser. Valeeee, también soy una defensora de los derechos de los animales.

lunes, 11 de febrero de 2013

GUAPAS Y FEAS... LA VERDADERA HISTORIA DE LA FEA DEL COLE...



Pues sí, es cierto, yo soy de esas mujeres que en su día fui catalogada como la fea del cole y sufrí por culpa de ese apodo. Porque seas o no fea, te cuelgan el san benito y lleva sus años librarte de él.

Lo mejor es que yo no pensaba entonces que fuera tan fea. De hecho, en mi casa, mi familia, parecía no cansarse de decirme que era muy guapa, sobre todo mis abuelos que me repetían con mucha frecuencia que era la niña más bonita del mundo y también la más lista.

No, no me veía tan horrible. Vale, es verdad que me sobraba algún kilo de más, que mi pelo parecía que no se decidía entre quedarse liso o rizado, que me tocó llevar, durante unos años, unas gafas con un parche en un ojo porque el oftalmólogo decía que lo tenía vago y que también lucí un brillante aparato en los dientes, pero quitando todo esto, nunca me vi a mi misma como un monstruito.

De hecho,  llevar el apodo de “la fea” no fue tan traumático porque aunque no os lo creáis, no era de los peores. Recuerdo que había una niña a la que llamaban marimacho porque le gustaban los deportes y siempre estaba pidiéndoles a los niños que les dejaran jugar al futbol con ellos. A otra la llamaban la repetidora y muchos padres prohibían a sus hijos que se relacionasen con ella supongo que porque  a lo mejor se pensaban que ser repetidor era algo contagioso. También estaba la mojigata, muy católica ella, que pensaba que todo lo que no fuera estudiar era pecado; la rara, siempre con un libro en la mano y buscando un rincón tranquilo para leer; la delincuente porque fumaba y nadie se metía con ella; la repelente porque era muy lista y siempre sacaba las mejores notas (sí la que se sentaba en la primera fila); la adelantada porque había desarrollado antes que nosotras y todos los niños parecían querer estar con ella e incluso algunos presumían de haberle tocado las tetas… Y claro, luego estaban las otras, las guapas, siempre a la última que se movían en grupo,  sonrientes y que era las que se inventaban los apodos para el resto de nosotras mientras todos los niños bebían los vientos por ellas.

Yo a estas últimas las llamaba las pérfidas, pero ya lo dije una vez, los niños pueden llegar a ser muy crueles y yo hubo un tiempo que también lo fui pero es que no te podías defender de ellas; si lo hacías, te atacaban y  te venían con el cuento de que eras una envidiosa.

Y yo, yo no las envidiaba. Bueno, a lo mejor un poco porque todo parecía muy fácil para ellas…

Hay gente que piensa que lo que se vive en el colegio no tiene nada que ver con lo que luego te encuentras en la vida real. Yo no estoy de acuerdo, de hecho creo que algunos aprendimos a vivir antes porque no lo tuvimos, eso,  tan fácil y después no os creáis que fue mejor.

Soñar, soñábamos todos, incluso los guapos, pero algunos teníamos los píes más sobre la tierra.

Yo soñaba con el día en el que siendo yo la gente me aceptase no por mi apariencia… Sí claro, había leído el cuento del patito feo y pensaba que algún día yo también me convertiría en cisne, pero eso sí, sin olvidarme del patito. Es que era muy filosófica.

Pero puestos a ser sinceros, también soñaba con el día en el que todas las que teníamos esos apodos nos juntábamos y derrocábamos en un baile a todas las guapas; en ese baile, los niños se mataban al final por bailar con nosotras y claro, el niño más guapo bailaba conmigo. Porque feas o no a todas nos gustaba el guapo y él resultaba que no solo era guapo, también era maravilloso, listo y profundo.

Joder qué queréis que os diga, soñar es libre y a lo mejor yo no tenía los píes tan en el suelo…

Hace poco recibí una invitación para una fiesta que organizaba la asociación de antiguos alumnos del colegio y claro os podéis imaginar que fui. Me pudo la curiosidad.

Al llegar, me sorprendí porque aunque algunos rostros me eran familiares,  no sé,  me costó reconocer a la gente.

Pero a él no… Allí estaba tan guapo como siempre…

Me gustaría contaros que al verme no pudo resistirse y vino hacia a mí para invitarme a bailar… Me hubiera conformado con deciros que no me sacó a mí pero sí a otra compañera que también había soportado llevar la carga de un apodo… Pero no fue así. En su lugar, invitó a la más guapa que resulta que  también era la más guapa del colegio y la reina de todas las pérfidas.

Y aunque la visión de Carrie; cubierta de sangre y cargándose a todo dios,  se me pasó por la mente, me contuve.

En ese momento, reconocí a todas mis amigas: a la marimacho, a la mojigata, a la adelantada, a la cerebrito, a la rara,  incluso a la repetidora y a la repelente… y ellas, ellas no se contuvieron y al final hasta yo me uní al baile.

¿Envidia? Yo creo que no… Más bien Sed de Venganza.

Y luego dicen que los sueños de las feas no se cumplen… Eso sí, al guapo le salvamos, porque, porque, porque… Era muy guapo.

viernes, 8 de febrero de 2013

¿TODAVÍA EXISTEN MUJERES ROMÁNTICAS? POR SUPUESTO. LA VERDADERA HISTORIA DE UNA MUJER ROMÁNTICA.



Vale lo confieso, soy una romántica y no me avergüenza decirlo. ¿Qué hay de malo en ello?

Al parecer bastante, porque a estas alturas del cuento parece que ser una soñadora del amor verdadero para algunos hombres es algo malo. Incluso se asustan. En serio, se asustan. Quizás sea porque a las que pertenecemos a esta especie, nuestra sensibilidad y calidez y el creer que todo es posible nos hace pasar de ser princesas a ser brujas…

¿Yo? Yo crecí leyendo libros de Jane Austen. O sea que soy de lo peorcito, aunque ahora cuando conozco a algún hombre trato de omitir este detalle. Vale,  tampoco les digo que me encantan las películas de amor, con final feliz, eso sí y que escucho a Pablo alboran.

¿Por qué? Porque se asustan…

Soy tan romántica… Pero eso sí, con un toque progre. No espero que me regalen flores, ni bombones, ni perfumes, ni joyas… Los regalo yo. También suelo ser de esas que prepara cenas románticas a la luz de las velas o elige el lugar más maravilloso para pasar un fin de semana. Ah y que no se me olvide, también soy de las que manda muchísimos mensajes…

Sí, desde luego que soy una romántica progre que ha aprendido que a veces, el romanticismo hay que forzarlo un poco. Porque es verdad que si tengo que esperar a que sea él, a veces lo llevo claro.

¿Ha parecido un reproche? No era mi intención porque sí que hay hombres que te dicen eso de “LO PEOR QUE TE PUEDE PASAR CONMIGO ES QUE TE REGALE FLORES” y claro tú piensas que lo peor será el amor y caes como una gilipollas. Y claro que te regalan flores pero muchos no lo hacen con fines tan idílicos.

Una vez, en mi romanticismo, encontré el príncipe con el que toda mujer soñaba. Bueno no sé si toda, toda, pero yo, seguro, Guapo, alto, culto, con una buena posición social, de conversación y trato educado, un príncipe en toda regla, de esos que no esperan a que tú tengas la iniciativa y te agasajan con poemas, con flores y cenas románticas.

Un cuento maravilloso pero en el que los dos vimos finales diferentes. Yo quería el de “… y vivieron felices y comieron perdices” y él el de  “… yo prefiero comerte a ti y que me comas, sobre todo que me comas porque la felicidad hoy en día está demasiado valorada”.

Qué desastre de cuento…

Fue casi a punto de terminar nuestro idilio. Era viernes y me invitó al cine. “Atracción Fatal” así se llamaba la película. Al terminar,  fuimos a cenar y me dijo algo así como que todas las mujeres que se enamoran demasiado acaban convirtiéndose en Glenn Close.

¿Así nos veía él? ¿Cómo esa loca?

Creo que en ese momento perdí todo el romanticismo de mi vida y una mala leche increíble comenzó a apoderarse de mí. Sí se fue a la mierda todo mi austinismo..

La verdad es que hay que reconocer el momento exacto y la situación exacta en la que se puede o no decir algo. Él, sin duda no pensó en cómo aquello podría afectarme y tampoco se dio cuenta que en ese instante yo sujetaba el cuchillo y el tenedor, tratando de cortar mi entrecot.

Porque… No, queridos, una mujer no se convierte en Glenn Close cuando un hombre nos desaira de esa manera. No, no, no… Glenn Close puede parecer una hermanita de la caridad si ese hombre mata todo el romanticismo que ese hombre la ha inspirado… Y ella no acaba en la bañera muerta, ella al final se da una buena ducha, tratando de eliminar los restos de una relación.

Sí, nuestro idilio tuvo un final trágico, pero muchas de las mejores historias de amor tienen ese final…

Ahora he recuperado de nuevo mi romanticismo, aunque va por otras líneas, pero sí… A PESAR DE TODO, SIGO SIENDO UNA ROMÁNTICA.

jueves, 7 de febrero de 2013

¿EL AMOR ES DE COLOR ROSA? LA VERDADERA HISTORIA DE PINK GIRL.



No sé a quién coño se le ocurrió inventarse esta frase tan genial, pero aún recuerdo cuando siendo niña se la escuché decir a una compañera del colegio y un terrible escalofrío recorrió toda mi espalda porque si algo tenía claro a los diez años es que YO ODIABA EL COLOR ROSA.

Y la culpa de ello la tenía mi madre. Ya sabéis que siempre hay que culpabilizar a alguien y hasta los siquiatras acaban muchas veces señalándoles como responsables de muchos traumas. Pero sí, en mi caso estaba claro, ella tenía la culpa con esa manía de comprarme siempre vestidos rositas con puntillitas y lacitos, mientras a mis hermanos se les permitía vestir como les daba la gana.

¿Yo? Hasta las bragas y los calcetines los llevaba rosas; los pijamas, las sábanas, las toallas, el cepillo de dientes… Parecía un repollo, pero de color rosa, lo que aún lo hacía parecer más esperpéntico. No me extraña que la gente se burlara de mi, sobre todo los niños que ya sabéis que muchos pueden llegar a ser muy crueles y a mí en su crueldad me llamaban la princesita de rosa. Las gafas tampoco ayudaban mucho.

Por eso cuando escuche esa frase me dije a mi misma “hasta que no le cambien el color al amor, yo paso de él”.

Qué inocente era…

Dicen que no hay mal que cien años dure y yo a los quince logré  imponer un color en mi vida: el negro. Sí, fui una precursora del movimiento gótico.

Reconozco que a mis padres les costó un poco aceptarlo, sobre todo a mi madre que hasta tendía dentro de casa mi ropa interior para evitar, supongo, escandalizar a la comunidad vecinal (eso o para que no pensaran que trabajaba en una funeraria).

¿Sabéis? Al final terminé trabajando en una funeraria. Sí, también podéis llamarme gótica rebelde, aunque entonces mucha gente me llamaba rara (demasiada gente).

Fue precisamente cuando comencé a trabajar allí que encontré el amor de mi vida. Hasta entonces,  había logrado escapar de él y de toda la cursilería que le rodeaba. Porque a pesar de mi apariencia que a muchos parecía asustar, sí que me habían pretendido chicos pero en cuanto se acercaban a mí y comenzaban su conquista basada en frases tipo “eres una princesa”, “te daré la luna si tú quieres” “eres un bombón” “yo te cambiaré y te haré feliz” no sé por qué pero comenzaba a verles de color rosa y terminaba alejándolos de mí. Bueno hubo alguno que consiguió pasar de la fase de las frases empalagosas, pero ese se presentó un día a buscarme ramo de flores en mano y le eché. Y es que yo no quería cambiar, me había costado mucho escapar de aquel color.

Pero  le vi y  lo supe.

Mi amor fue verdadero pero solo duró unas horas porque él sin duda estaba de paso, así que   tratamos de aprovechar al máximo con un dramatismo tipo “romeo y Julieta” el poco tiempo que tuvimos.

Él era diferente. Creo que ni siquiera se fijo en mi apariencia.

Recuerdo que en nuestro encuentro yo no pude parar de hablar. Le conté todo de mí y él escuchaba tan atento cada una de mis palabras… Ni siquiera trató de cambiarme, ni de venderme algo que no se sabe si con el tiempo durará. No, simplemente compartimos instantes olvidándonos de todos los tópicos que rodean al amor.

Pasadas unas horas entendí el verdadero significado de esa frase. No era por el color, sino por lo que simbolizaba aquel color.

Mi amor fue puro, inocente y sincero. Pero duró tampoco…

Logré entender por fin porque todos aspiraban a sentir algo así en sus vidas y cuando yo lo sentí en la mía supe que no podría renunciar a él.

Ahora visto siempre de rosa, hasta el pelo me lo he teñido de ese color y aunque a veces le echo de menos y le visito en el cementerio ahora sé que algún día encontraré otro amor igual de bueno pero con alguien que no me deje tan pronto y que el color de mi cabello no le importe.

miércoles, 6 de febrero de 2013

CUENTOS DE PRINCESITAS... LA VERDADERA HISTORIA DE UNA PRINCESA DISNEY.




La verdad es que nunca me avergonzó reconocer que durante un tiempo en mi vida yo también pertenecí a la Generación de las Princesas Disney. El por qué,  me costó descifrarlo pero ahora lo tengo muy claro: PORQUE ERA TONTA DEL CULO. Sí, así de simple.

Aunque entonces había muchas mujeres que no se cansaban de repetir que ya no querían ser princesas, yo era tan tonta que no es que quisiera ser una princesa, es que quería ser todas o al menos eso es lo que dice mi sicoanalista (eso y que he tenido muy mala suerte con los hombres).

Podríamos decir que todo comenzó con Blancanieves. Me esforzaba por tener, como ella, la melena siempre tan peinadita y las mejillas siempre tan sonrojaditas. También parecía vivir esperando en mi inocencia que un príncipe llegara y cambiara mi vida. Y claro que llegó y ahí me tenéis a mí viviendo con él.

Qué bonito fue jugar a ser ama de casa y atender todas sus necesidades que entonces, eran muchas porque él era lo más importante y no se cansaba de recordármelo. Claro era él el que traía el dinero a casa y eso lo condicionaba todo. Hasta tuve que abandonar mis estudios de Hostelería.

A veces, me preguntaba cómo Blancanieves había podido vivir con siete enanos, aunque uno fuera mudo; todo el día limpia que te limpia pero con una cara de felicidad increíble. Madre mía, yo sólo vivía con un príncipe y casi acabo enferma de ir todo el tiempo detrás de él colocando lo que él desordenaba.

Le amaba, le amaba mucho y él, él me dejó alegando que no soportaba mi obsesión por la limpieza…

Eso me marcó mucho hasta el punto que sin darme cuenta, me dejé un poco a mí misma, momento en el que quise experimentar la Cenicienta que toda mujer lleva dentro. Qué podía importar mi apariencia si encontraba a alguien que viera más allá de ella y consiguiera contemplarme cómo de verdad era por dentro.

Lo que decía antes, ERA TONTA DEL CULO, porque el exterior es lo primero en lo que se fijan los hombres por mucho que alguien nos venda lo contrario (vale, a las mujeres tampoco nos amarga un dulce).

Así que abandone mi dejadez y como Cenicienta acudí a un baile. Como ella, me arreglé, me puse de tiros largos, tacones, incluso fui a la peluquería y zassssss encontré un príncipe con el que bailé y bailé pero que al dar las doce y ver como mi maravillosa melena comenzaba a encresparse huyo despavorido dándome calabazas.

Qué noche más horrible.

Sumida en la más terrible depresión  me dio por dormir. Así llegamos a la fase Bella Durmiente en la que no dejaba de soñar con que otro príncipe llegara y consiguiera romper la maldición en la que parecía haber caído.

Y esperé y dormí. Y esperé y dormí…

Pero claro, yo no estaba preparada para dormir cien años. Aún así, despierta, seguí esperando.

En esa espera me dio tiempo a pensar mucho. Pensé que por ese príncipe podría llegar a sacrificarlo todo, como Ariel. Luego me enteré, leyendo un artículo, que en el verdadero cuento de la sirenita ésta no se casa con el príncipe y acaba suicidándose. Vale, yo era tonta, pero no estaba tan gilipollas.

Así, comencé a creer que ningún príncipe merecía tanto sacrificio, aunque bueno si era un poco bestia y luego se convertía en un hombre maravilloso, a lo mejor sí.  Efectivamente, hemos llegado a la fase Bella en la que por desgracia solo conocí a una bestia y aunque me esforcé por cambiarle con todo mi amor, aprendí que es muy difícil cambiar la naturaleza de algunas personas.

Por fin llegué a la fase Mulan en la que con toda la sabiduría que mi vida como princesa me había proporcionado, quise encontrar un hombre que no me viera como una muñequita, sino como un igual. Así que me apunté al gimnasio, busqué trabajo y demostré que podía ser completamente independiente.

Pero mi príncipe no llegó, quizás porque en el fondo a muchos hombres las mujeres fuertes les asustan y parece que busquen damiselas en apuros, princesas dulces y hermosas que necesiten de su protección y que les cuiden, sobre todo que les cuiden (y luego dicen que las mujeres somos las que vivimos en cuentos de hadas…).

Ahora ya no quiero ser princesa y mi sicoanalista me ha recomendado otro tipo de lectura.

Ayer leí a una tal Ana de la Luna Oscura que en su relato castraba a un hombre. Me gustó tanto que cuando terminé de leerlo, no pude evitar acordarme de mis príncipes y decidí ir a hacerles una visita no sin antes entrar en una ferretería y comprar unas tijeras de podar.

No sé que pensara mi sicoanalista de todo esto, pero ella es mujer y seguro que lo entiende…

martes, 5 de febrero de 2013

¿LOS HOMBRES SIEMPRE MIENTEN? LA VERDADERA HISTORIA DE UN HOMBRE SINCERO.



Sin duda su paso por mi vida fue realmente importante. Fue toda una sorpresa, pues a fecha de hoy puedo afirmar que sin duda, es el hombre más sincero que he conocido.

Sí, ya sé que dicen que es un tópico aquello de que los hombres siempre mienten, pero después de mis experiencias con ellos y antes de conocerle a él, yo era de las personas que lo creía firmemente. Ahora, no tanto.

Recuerdo el día que por fin quedamos los dos solos después de meses de tonteo en la oficina. A mí me gustaba y aunque no sabía qué pasaría entre nosotros, no pude evitar imaginar que por supuesto, sería algo bonito (llamadme romántica si queréis).

Por eso no es de extrañar que se me quedara una cara de idiota tremenda cuando después de magrearnos, sin ningún pudor en el bar más oscuro que encontramos, se detuvo y me dijo…

“Mira quiero ser sincero contigo. Lo único que te ofrezco es mi amistad y mi pene.”

Sí, dijo pene.

Durante unos minutos no supe qué decir. Mis ojos miraban los suyos y ebria de tanto beso, pues eso que no le creí.

Estuvimos viéndonos durante meses y yo ya me veía a mi misma con el vestido blanco andando con paso firme y enamorado hacia un altar donde él me esperaba por supuesto, loquito por mí.

¿Nada es para siempre? Otro tópico. Pues parece que sí porque al poco tiempo fui consciente de cómo todo cambiaba. Aunque él seguía hablándome y comportándose bien conmigo nuestros encuentros fueron disminuyendo.

Dispuesta a saber qué iba a pasar entre nosotros y ante los rumores en la oficina de que andaba con otra compañera, quedé con él en mi casa para que hablásemos.

“Ya te lo dije. Sólo te ofrecí mi amistad y mi pene”.

Y claro después de escucharle, no pude evitar preguntarle ¿Y tu pene? ¿Qué pasa con tu pene?

Sí dije pene.

Ya os lo he dicho, sin duda creo que es el hombre más sincero que he conocido.

Al final no mintió. Él me ofreció su amistad y su pene.

Nuestra amistad… Aunque ahora anda algo enfadado conmigo, sé que cumplirá su palabra y será siempre mi amigo.

Y en cuanto a su pene…  Él me lo ofreció a mí y yo lo tomé. Sí que lo tomé. Quizás cuando salga de aquí le diga por fin donde lo enterré…

lunes, 4 de febrero de 2013

"MARIPOSAS EN EL ESTOMÁGO. LA VERDADERA HISTORIA DE LA MUJER MARIPOSA"



La verdad es que hasta el momento en que le conocí yo era una mujer normal que llevaba una vida normal, en una ciudad normal, con un trabajo normal…

No pensé nunca que las cosas pudieran cambiar tanto para mí pero en nuestra segunda cita me besó y empecé a sentir cambios extraños en mi interior.

Hasta llegué a pensar que estaba enferma; no tenía ganas de comer y un no sé qué parecía agitarse continuamente en mis entrañas, algo que ni siquiera conseguía aliviarse cuando volvía a estar con él.

Incluso fui al médico. ¿Su diagnóstico? “Señorita usted tiene mariposas en el estómago”

Oh Dios mío, qué hermoso me pareció aquello pues no podía imaginar un insecto más maravilloso que aquel (peor hubiera sido que me dijera que tenía cucarachas o escarabajos peloteros, pero no, eran mariposas que yo imaginaba con colores brillantes).

Desde ese momento, mi vida dejó de ser normal. Me encantaba sentirlas dentro de mí y hasta me daba miedo abrir mucho la boca por si se escapaban.

Después, después nos casamos y durante los primeros años se fueron multiplicando hasta el punto que a veces, cuando iba a comprar, al andar sentía como mis píes flotaban.

 Sí, fueron unos años maravillosos. Pero pasado un tiempo aquél que había logrado que dicho fenómeno se produjera en  mi interior, comenzó a cambiar, a transformarse… Sus besos comenzaron a ser menos frecuentes y empecé a sentir cada día menos mariposas.

Cada vez que una dejaba de aletear, no podía evitar llorarla con un sentimiento de tristeza que nunca imaginé que podría experimentar.

Hice todo lo posible por recuperarlas pero a pesar de mis intentos no lo logré, hasta que sólo quedó una.

El día que él me anunció que me abandonaba percibí claramente como si le clavaran un puñal a mi última mariposa.

Y sí, señoría, en un intento por salvar su vida, le maté a él y le di tantas cuchilladas como mariposas él había matado.

Sí, se podría decir que definitivamente fue en defensa personal…