Una vez, siendo niña, sentí la soledad de su resplandor, aquel brillo perdido en la inmensa oscuridad, sólo quebrada por el leve fulgor de las estrellas, sus eternas compañeras. Aunque nunca negué su belleza, no pude evitarlo, me compadecí tanto de aquel extraño destierro que en mi inocencia, fui haciendo mío y me imaginé que era una mujer...

miércoles, 6 de febrero de 2013

CUENTOS DE PRINCESITAS... LA VERDADERA HISTORIA DE UNA PRINCESA DISNEY.




La verdad es que nunca me avergonzó reconocer que durante un tiempo en mi vida yo también pertenecí a la Generación de las Princesas Disney. El por qué,  me costó descifrarlo pero ahora lo tengo muy claro: PORQUE ERA TONTA DEL CULO. Sí, así de simple.

Aunque entonces había muchas mujeres que no se cansaban de repetir que ya no querían ser princesas, yo era tan tonta que no es que quisiera ser una princesa, es que quería ser todas o al menos eso es lo que dice mi sicoanalista (eso y que he tenido muy mala suerte con los hombres).

Podríamos decir que todo comenzó con Blancanieves. Me esforzaba por tener, como ella, la melena siempre tan peinadita y las mejillas siempre tan sonrojaditas. También parecía vivir esperando en mi inocencia que un príncipe llegara y cambiara mi vida. Y claro que llegó y ahí me tenéis a mí viviendo con él.

Qué bonito fue jugar a ser ama de casa y atender todas sus necesidades que entonces, eran muchas porque él era lo más importante y no se cansaba de recordármelo. Claro era él el que traía el dinero a casa y eso lo condicionaba todo. Hasta tuve que abandonar mis estudios de Hostelería.

A veces, me preguntaba cómo Blancanieves había podido vivir con siete enanos, aunque uno fuera mudo; todo el día limpia que te limpia pero con una cara de felicidad increíble. Madre mía, yo sólo vivía con un príncipe y casi acabo enferma de ir todo el tiempo detrás de él colocando lo que él desordenaba.

Le amaba, le amaba mucho y él, él me dejó alegando que no soportaba mi obsesión por la limpieza…

Eso me marcó mucho hasta el punto que sin darme cuenta, me dejé un poco a mí misma, momento en el que quise experimentar la Cenicienta que toda mujer lleva dentro. Qué podía importar mi apariencia si encontraba a alguien que viera más allá de ella y consiguiera contemplarme cómo de verdad era por dentro.

Lo que decía antes, ERA TONTA DEL CULO, porque el exterior es lo primero en lo que se fijan los hombres por mucho que alguien nos venda lo contrario (vale, a las mujeres tampoco nos amarga un dulce).

Así que abandone mi dejadez y como Cenicienta acudí a un baile. Como ella, me arreglé, me puse de tiros largos, tacones, incluso fui a la peluquería y zassssss encontré un príncipe con el que bailé y bailé pero que al dar las doce y ver como mi maravillosa melena comenzaba a encresparse huyo despavorido dándome calabazas.

Qué noche más horrible.

Sumida en la más terrible depresión  me dio por dormir. Así llegamos a la fase Bella Durmiente en la que no dejaba de soñar con que otro príncipe llegara y consiguiera romper la maldición en la que parecía haber caído.

Y esperé y dormí. Y esperé y dormí…

Pero claro, yo no estaba preparada para dormir cien años. Aún así, despierta, seguí esperando.

En esa espera me dio tiempo a pensar mucho. Pensé que por ese príncipe podría llegar a sacrificarlo todo, como Ariel. Luego me enteré, leyendo un artículo, que en el verdadero cuento de la sirenita ésta no se casa con el príncipe y acaba suicidándose. Vale, yo era tonta, pero no estaba tan gilipollas.

Así, comencé a creer que ningún príncipe merecía tanto sacrificio, aunque bueno si era un poco bestia y luego se convertía en un hombre maravilloso, a lo mejor sí.  Efectivamente, hemos llegado a la fase Bella en la que por desgracia solo conocí a una bestia y aunque me esforcé por cambiarle con todo mi amor, aprendí que es muy difícil cambiar la naturaleza de algunas personas.

Por fin llegué a la fase Mulan en la que con toda la sabiduría que mi vida como princesa me había proporcionado, quise encontrar un hombre que no me viera como una muñequita, sino como un igual. Así que me apunté al gimnasio, busqué trabajo y demostré que podía ser completamente independiente.

Pero mi príncipe no llegó, quizás porque en el fondo a muchos hombres las mujeres fuertes les asustan y parece que busquen damiselas en apuros, princesas dulces y hermosas que necesiten de su protección y que les cuiden, sobre todo que les cuiden (y luego dicen que las mujeres somos las que vivimos en cuentos de hadas…).

Ahora ya no quiero ser princesa y mi sicoanalista me ha recomendado otro tipo de lectura.

Ayer leí a una tal Ana de la Luna Oscura que en su relato castraba a un hombre. Me gustó tanto que cuando terminé de leerlo, no pude evitar acordarme de mis príncipes y decidí ir a hacerles una visita no sin antes entrar en una ferretería y comprar unas tijeras de podar.

No sé que pensara mi sicoanalista de todo esto, pero ella es mujer y seguro que lo entiende…

1 comentario:

  1. todas tuvimos esa época estúpida donde pensabams que existían principes y princesas, menos mal que los años nos abren los ojos

    saludos ana

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