Cuando sintió que su corazón se
rompía en mil pedazos juró que nunca volvería a creer en el amor y por
supuesto, siempre que llegaba esta fecha, renegaba de ella y de todos aquellos
que se entregaban a celebrarla pintando en sus ventanas corazoncitos.
Sí, ella era consciente de que muchas
personas habían pasado por lo mismo pero esa idea no le proporcionaba ningún
sosiego. Todo lo contrario, le hacía aferrarse aún más a ese sentimiento en
contra del amor. Cómo podía llamarse amor a algo que podía causar tanto
sufrimiento a tanta gente.
Por eso cuando veía como otros lo
celebraban, se compadecía de su inocencia porque estaba segura de que alguno
aquella noche se acostaría con el corazón roto.
Pero no os penséis que se sentía
infeliz y que caminaba por las calles como una sombra gris y apagada. No, ella
simplemente había renunciado a enamorarse, pero por lo demás era una persona
bastante completa.
Tampoco penséis que huía de los
hombres. No, a ella los hombres le seguían gustando e incluso a veces compartía
con ellos veladas increíbles. Sólo que cuando las cosas se complicaban y ellos
empezaban a hablar de sentimientos, ella huía porque si algo tenía claro es que
nunca volvería a sentir tanto, por miedo a sufrir.
Cuando de nuevo llegó la fecha, pensó
que podía encerrarse en su casa, abrir una botella de vino y disfrutar de un
par de copas mientras escuchaba algo de jazz, pero eso ya lo había hecho el año
anterior y decidió que tal vez para esa ocasión podía ser más original. Eso o
que tal vez sin darse cuenta necesitaba demostrarse a sí misma que ya ni
siquiera ese día podría lastimarla más.
Así que después de pensarlo, decidió que aquel año iría a cenar a uno de
los mejores restaurantes de su ciudad. Ella sabía que habría muchas parejas y
que el perfume de las rosas rojas flotaría en el ambiente, pero aún así no se
acobardó e hizo la reserva.
Para la ocasión, eligió un vestido de
terciopelo, por supuesto rojo y se recogió el cabello…
Al llegar, el camarero la acompañó a
su mesa y mientras elegía el menú percibió como los ocupantes de algunas mesas
se fijaban en ella. Sí, podía resultar algo extraño que en una noche como
aquella, una mujer cenara sola, pero ella estaba preparada para soportarlo.
Eligió el vino y de pronto un hombre
ocupó una mesa cercana a la suya. No pudo evitar mirarle y pensar que a lo
mejor, como ella, ese día había decidido no quedarse en casa. No pudo evitar
sentir esa curiosidad por aquel extraño y hasta deseó que él sintiera lo mismo
que ella.
Mientras saboreaba la copa de vino y
antes de que le sirvieran los entremeses, notó como él la miraba y el rubor
encendió sus mejillas.
A punto de mirarle abiertamente y
dedicarle una sonrisa, pudo ver como una mujer se sentaba en aquella mesa.
Aquel hombre la esperaba.
Durante unos instantes se sintió
avergonzada por su conducta, incluso ridícula, pero entonces lo vio todo muy
claro, quizás nunca había dejado de soñar con el amor y con encontrar algún día
una persona que se pareciera a ella…
Todos en aquel lugar parecían felices
y al final envuelta en aquel halo disfrutó de aquella cena.
Cuando el camarero le sirvió un trozo
de tarta de fresas y nata, una idea
comenzó a rondarla… ¿Qué postre habría elegido él?
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