Una vez, siendo niña, sentí la soledad de su resplandor, aquel brillo perdido en la inmensa oscuridad, sólo quebrada por el leve fulgor de las estrellas, sus eternas compañeras. Aunque nunca negué su belleza, no pude evitarlo, me compadecí tanto de aquel extraño destierro que en mi inocencia, fui haciendo mío y me imaginé que era una mujer...

jueves, 14 de febrero de 2013

SAN VALENTIN... LA VERDADERA HISTORIA DE LA MUJER QUE ODIABA EL DÍA DE SAN VALENTIN



Cuando sintió que su corazón se rompía en mil pedazos juró que nunca volvería a creer en el amor y por supuesto, siempre que llegaba esta fecha, renegaba de ella y de todos aquellos que se entregaban a celebrarla pintando en sus ventanas corazoncitos.

Sí, ella era consciente de que muchas personas habían pasado por lo mismo pero esa idea no le proporcionaba ningún sosiego. Todo lo contrario, le hacía aferrarse aún más a ese sentimiento en contra del amor. Cómo podía llamarse amor a algo que podía causar tanto sufrimiento a tanta gente.

Por eso cuando veía como otros lo celebraban, se compadecía de su inocencia porque estaba segura de que alguno aquella noche se acostaría con el corazón roto.

Pero no os penséis que se sentía infeliz y que caminaba por las calles como una sombra gris y apagada. No, ella simplemente había renunciado a enamorarse, pero por lo demás era una persona bastante completa.

Tampoco penséis que huía de los hombres. No, a ella los hombres le seguían gustando e incluso a veces compartía con ellos veladas increíbles. Sólo que cuando las cosas se complicaban y ellos empezaban a hablar de sentimientos, ella huía porque si algo tenía claro es que nunca volvería a sentir tanto, por miedo a sufrir.

Cuando de nuevo llegó la fecha, pensó que podía encerrarse en su casa, abrir una botella de vino y disfrutar de un par de copas mientras escuchaba algo de jazz, pero eso ya lo había hecho el año anterior y decidió que tal vez para esa ocasión podía ser más original. Eso o que tal vez sin darse cuenta necesitaba demostrarse a sí misma que ya ni siquiera ese día podría lastimarla más.

Así que después de pensarlo,  decidió que aquel año iría a cenar a uno de los mejores restaurantes de su ciudad. Ella sabía que habría muchas parejas y que el perfume de las rosas rojas flotaría en el ambiente, pero aún así no se acobardó e hizo la reserva.

Para la ocasión, eligió un vestido de terciopelo, por supuesto rojo y se recogió el cabello…

Al llegar, el camarero la acompañó a su mesa y mientras elegía el menú percibió como los ocupantes de algunas mesas se fijaban en ella. Sí, podía resultar algo extraño que en una noche como aquella, una mujer cenara sola, pero ella estaba preparada para soportarlo.

Eligió el vino y de pronto un hombre ocupó una mesa cercana a la suya. No pudo evitar mirarle y pensar que a lo mejor, como ella, ese día había decidido no quedarse en casa. No pudo evitar sentir esa curiosidad por aquel extraño y hasta deseó que él sintiera lo mismo que ella.

Mientras saboreaba la copa de vino y antes de que le sirvieran los entremeses, notó como él la miraba y el rubor encendió sus mejillas.

A punto de mirarle abiertamente y dedicarle una sonrisa, pudo ver como una mujer se sentaba en aquella mesa. Aquel hombre la esperaba.

Durante unos instantes se sintió avergonzada por su conducta, incluso ridícula, pero entonces lo vio todo muy claro, quizás nunca había dejado de soñar con el amor y con encontrar algún día una persona que se pareciera a ella…

Todos en aquel lugar parecían felices y al final envuelta en aquel halo disfrutó de aquella cena.

Cuando el camarero le sirvió un trozo de tarta de fresas y nata,  una idea comenzó a rondarla… ¿Qué postre habría elegido él?

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