Una vez, siendo niña, sentí la soledad de su resplandor, aquel brillo perdido en la inmensa oscuridad, sólo quebrada por el leve fulgor de las estrellas, sus eternas compañeras. Aunque nunca negué su belleza, no pude evitarlo, me compadecí tanto de aquel extraño destierro que en mi inocencia, fui haciendo mío y me imaginé que era una mujer...

viernes, 29 de julio de 2011

LOS RELATOS DEL VIENTO 11. ROZANDO UN VIENTO REGALADO.


"AUTORRETRATO DE ESPALDAS TOMANDO CAFÉ" Maria José Reche



Hoy, aún dormida,  busqué tu voz en el soplo fresco del amanecer. Arropada entre sábanas blancas, tan sólo encontré una paz silenciosa.

Te imaginé en la cima de aquella montaña bajo un cielo azul, el más azul. Mis palabras agitaron libres tu cabello. Una parada en tu viaje, un sorbo de agua fresca sobre tus labios para calmar la sed.

Hoy, sintiendo como todavía el sueño rozaba mis párpados, traté de encontrar tu perfume entre las rosas más frágiles del verano. Como siempre, acabé turbada en mi eterna quimera. ¿Olías a sal?

Te evoqué en aquel pequeño barco. Tu espalda desnuda sobre la cubierta y tus ojos llenos de esperanza, de poesía, de colores. ¿Viste realmente aquel viejo mercante que pasó cerca de ti con todas sus luces prendidas?

Hoy, aunque supe que la luna, de nuevo,  había caminado descalza,  rebusqué en el cielo  tus instantes de desvelo. Pero el sol brillaba tanto que, al final,  enmudeció los sonidos de tu lecho.

Un avión. Te vi saltando desde él con un paracaídas pintado de nubes, renaciendo en cada viento, acariciando los susurros que se llevo mi noche, llenándome de alegría en cada una de tus sonrisas. Una caída al vacío hermosa.

Hoy, mientras sujetaba mi taza de café, enfrentándome al día con las ventanas abiertas, buscando tu brisa, en el primer sorbo, sentí la promesa sobre mi mejilla, de que algún día la alcanzaría.

miércoles, 27 de julio de 2011

LOS RELATOS DEL VIENTO 10. DE VIENTO Y ESTRELLAS.



Te he preguntado tantas veces que era para ti el viento sin lograr que me respondieras, que al final he tenido que inventar las palabras mientras te imaginaba, como aquel día, de espaldas, sobre un pequeño muelle de madera, contemplando todos los océanos.

Ahora recuerdo que escuché tus carcajadas y supe que me perdería en un mar lleno de estrellas tratando de adivinar cuál era la tuya. En tu juego, aprendí que tendría que buscar prímero la mía para acercarme aún más a ti, pero sólo vislumbré, en mi oscuridad, el reflejo lejano de una estrella errante. No me pertenecía. Aunque me tendió la mano, pude sentir como a su paso se levantaba una suave brisa, y no pude evitarlo, alejándome, le puse tu nombre, pues creo que era ella la que acariciaba la poesía, aún sin brotar, de tus labios. No. No me pertenecía.

He aprendido. Algunas estrellas, hasta que encuentran su verdadero camino, vagan solitarias, sin miedo. 

¿Sabes? Muchas noches mientras todos duermen he viajado hasta ese muelle. Me he sentado sola para saber qué se siente, porque todavía yo no he encontrado mi viento, y en mi mar no se reflejan aún todas las estrellas.

Sí. Ahora ya no tengo miedo.

Esta noche, volveré allí y, mientras dibujo en mi rostro una gran sonrisa brillante, dejaré grabado algo para ti en uno de sus tablones… 

“Gracias por compartir conmigo, mi querida estrella errante”.

domingo, 10 de julio de 2011

LOS RELATOS DEL VIENTO 9. ESCUCHÉ TU VOZ EN EL VIENTO.




Si fuera el viento, el mío sería la voz de tu mundo.

En tus noches, me envolvería con una suave brisa y susurraría, sobre la desnudez de tus labios, el misterio que tanto añoraste, arrullando tu piel con un suspiro.

En tus tardes bañadas de sol, agitaría alegre tu cabello, enredando tu sonrisa en el jazmín, cantándote el sentido del por qué formas partes de mi vida, entonando para ti mi alma.

Aunque me doliese, en tus mañanas grises me convertiría en un soplo frío y feroz para que rescataras de tu olvido, el por qué siempre odiaste ese viento, y lo compartieras conmigo.

Y en tus sueños, en tus sueños, mataría tus lágrimas para convertirte en gota de lluvia. Te envolvería con mi aliento para amarte y en tu caída te regalaría, por fin,  mi silencio con un beso, inspirándote tal vez un cuento hermoso en el que el viento, enamorado, acompañó a la lluvia para mecerla entre sus brazos.

Si fuera el viento, el mío sería la voz de tu mundo.