Una vez, siendo niña, sentí la soledad de su resplandor, aquel brillo perdido en la inmensa oscuridad, sólo quebrada por el leve fulgor de las estrellas, sus eternas compañeras. Aunque nunca negué su belleza, no pude evitarlo, me compadecí tanto de aquel extraño destierro que en mi inocencia, fui haciendo mío y me imaginé que era una mujer...

lunes, 19 de noviembre de 2012

QUIZÁS UN SUEÑO... EL TRIGÉSIMO SÉPTIMO...




Todavía conservo aquella flor,  con ella cree un filtro aunque nunca más lo utilicé…

Hoy en mi sueño tramaré de nuevo un engaño envuelto en la fragancia. Tomaré aquella violeta que tantas veces sostuve delicadamente entre mis dedos y sin remordimiento la deshojaré de nuevo.

En mi confesión limpia y sincera me desharé por fin de la máscara que en mí, a veces,  se tiñó de purpura en su espera.

Mi querido Rafael, ella era el más perfecto violeta, pero hasta que no derramé sus lágrimas y las hice mías,  no lo entendí.

Han pasado años y todavía me emociono.

Mi querida Esther, cuánto sufrí tu muerte y cuánto ese amor cuyos versos desgarraron mi alma y mis letras.

Todo lo que fui antes,  dejó de importar y hasta que no lo acepté no nací de nuevo en aquel legado compartido.

“Por fin, en la soledad de su dormitorio impregnado de honda quietud contempló a través de la ventana, como la luna la esperaba paciente para atender la última confesión de su alma y mientras Esther le evocaba con intensas lágrimas de vida, fue desvaneciéndose en aquel sueño de amor comprendiendo así con su esencia sus propias palabras.”