Todavía conservo aquella flor, con ella cree un filtro aunque nunca más lo
utilicé…
Hoy en mi sueño tramaré de nuevo un
engaño envuelto en la fragancia. Tomaré aquella violeta que tantas veces
sostuve delicadamente entre mis dedos y sin remordimiento la deshojaré de
nuevo.
En mi confesión limpia y sincera me
desharé por fin de la máscara que en mí, a veces, se tiñó de purpura en su espera.
Mi querido Rafael, ella era el más
perfecto violeta, pero hasta que no derramé sus lágrimas y las hice mías, no lo entendí.
Han pasado años y todavía me
emociono.
Mi querida Esther, cuánto sufrí tu
muerte y cuánto ese amor cuyos versos desgarraron mi alma y mis letras.
Todo lo que fui antes, dejó de importar y hasta que no lo acepté no
nací de nuevo en aquel legado compartido.
“Por fin, en la soledad de su
dormitorio impregnado de honda quietud contempló a través de la ventana, como
la luna la esperaba paciente para atender la última confesión de su alma y
mientras Esther le evocaba con intensas lágrimas de vida, fue desvaneciéndose
en aquel sueño de amor comprendiendo así con su esencia sus propias palabras.”