Una vez, siendo niña, sentí la soledad de su resplandor, aquel brillo perdido en la inmensa oscuridad, sólo quebrada por el leve fulgor de las estrellas, sus eternas compañeras. Aunque nunca negué su belleza, no pude evitarlo, me compadecí tanto de aquel extraño destierro que en mi inocencia, fui haciendo mío y me imaginé que era una mujer...

viernes, 16 de julio de 2010

EL CUENTO Nº78 DE LA LUNA OSCURA. UN VIAJE POR EL ALMA. NOCHES VACÍAS.





Nunca volví a Yokohama y sin embargo hoy, después de tantos años, todavía hay noches en las que el desvelo acaricia mi dolor y me encuentro de nuevo en aquel puerto contemplando cómo te alejas.

Sentí el pálpito de la muerte dibujado en tu sonrisa y, en la certeza acaecida, maldije con lagrimas nuestra promesa arrojada al mar antes de que la claridad rompiera a la luna y la desnudez que enlazaba nuestros cuerpos.

Y renegué en mi pesar de ese mar que, llegado el alba, te conducía cada día sin piedad lejos de mi lecho, ese mar que no dejó de guardar en sus aguas el reflejo del abrazo y del último roce de nuestros labios.

Durante un tiempo busque el silencio para que mi alma dejará de pensarte, pero el sonido de sus olas no dejaba de recordarme la añoranza compartida.

Y tu barca vacía, que no entendía de guerras, esperando un nuevo viaje.

Y mi vientre vacío, que no entendía de ausencias, me condeno a la soledad y a la pena de no dejar de amarte.

Aún hoy mi querido esposo te amo y aunque continuo viviendo, te sigo esperando en la oscuridad y, aferrada a tus palabras, trato de soñar contigo buscando algo de luz, aunque se que nuestra luna se quedo en Yokohama.


“Mi querida Shiam:

Al final has conseguido que tu marido, que apenas sabe de palabras si no son las que te roba con sus besos, te escriba esta carta tratando de acercarme de nuevo a ti.

Llegamos hace diez días al campamento militar. Tratan de hacer de nosotros los perfectos soldados y no dejan de repetir que tenemos que estar preparados porque pronto entraremos en combate y los grandes aliados nos necesitan.

Te reirías contemplando como el oficial en mando trata de infundirnos confianza mientras nuestras manos de pescadores, lejos del mar, sienten la torpeza de no haber sostenido nunca un fusil.

Por la noche me asalta el miedo de no saber si seré capaz… y parece que te escucho repitiéndome que ésta no es nuestra guerra. Entonces pienso en ti y oigo de nuevo el mar y sé que hemos hecho bien viniendo y que pronto volveré a Yokohama, a tu lado para vivir sin que nadie amenace la paz que ansío.

¿Cómo está todo por allí? ¿Mis padres cuidan bien de ti? Me angustio pensando que pudiera faltarte algo.

Pero sé que pronto volveré y cumpliré la promesa de vivirte en cada amanecer, y esos hijos que tanto añoramos llegarán por fin para colmarnos de felicidad, a pesar de que yo ya la alcance el día que me aceptaste como esposo.

Sigo llevando anudado al cuello tu pañuelo, mi querida Shiam, y siento, lejos de tus temores y de las lagrimas que derramaste sobre él, que esta prenda me devolverá a ti.

Ahora tengo que despedirme, pero sólo por un instante pues en mis pensamientos siempre estás conmigo.

Tu esposo.”