Una vez, siendo niña, sentí la soledad de su resplandor, aquel brillo perdido en la inmensa oscuridad, sólo quebrada por el leve fulgor de las estrellas, sus eternas compañeras. Aunque nunca negué su belleza, no pude evitarlo, me compadecí tanto de aquel extraño destierro que en mi inocencia, fui haciendo mío y me imaginé que era una mujer...

lunes, 21 de enero de 2013

QUIZÁS UN SUEÑO... EL CUATRIGÉSIMO PRIMERO...




Un sueño, la quimera entre el blanco y el negro, un desvarío…

Percibiendo la contrariedad, traté  despierta de buscar un equilibrio, pero la ilusión ya me había atrapado y me fallaron las ganas.

Como la bruma que se deshace cerca del amanecer busqué desesperadamente de  nuevo mi memoria y encontré un recuerdo en gris. No, no me pertenecía  y sin embargo, completamente despierta, lo hice mío.

“De regreso a su casa, mientras colgaba la gabardina en el perchero de la entrada y se desprendía de sus botas de agua, se percató de que había perdido su paraguas.

Aquel atardecer de otoño el cielo se había cubierto de sus más hermosos grises y pensando que tras la ventana tal vez le esperase su lluvia, decidió salir a dar un paseo.

Caminó por el sendero de piedras de aquel parque que siempre atravesaba para ir a trabajar, contemplando los árboles, esperando aquellas gotas frías, soñándolas resbalar sobre su rostro templado.

En su cafetería predilecta, se sentó junto a las cristaleras para no perderse aquel momento al tiempo que saboreaba lentamente una taza de té y su mirada se perdía atravesando los edificios, haciéndolos desaparecer en un intento por sentirse más cerca de Edimburgo.

No importaba que la nostalgia una vez más hiriera su pecho pues desde su marcha poco a poco había ido aprendiendo a vivir con ella, incluso a celebrarla en días como aquel.

“Toma. Ya te olvidabas de tu paraguas. Anda súbete ya al tren, hace frío y no va a tardar en ponerse en marcha”.

Fue su último abrazo aquella tarde en que la lluvia parecía resistirse a una despedida y quiso envolverlos para que no abandonaran aquel instante.

Él nunca había visto un paraguas como aquel con aquellos lunares y ella para hacerle sonreír, aunque no lloviese, lo abría y paseaba a su lado tratando de cubrirle con él, simulando una lluvia mientras el resto de personas por la calle les contemplaban con asombro…

Al día siguiente recorrió el camino del parque, incluso fue a la cafetería, pero no lo encontró.

De regreso a su casa se mortificó pensando que quizás también algún día perdería sus recuerdos, pero entonces comenzó a llover y sintiendo el agua sobre su rostro sus labios esbozaron una sonrisa.

Nunca perdería sus recuerdos pues la lluvia siempre los evocaría.”

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