Una vez, siendo niña, sentí la soledad de su resplandor, aquel brillo perdido en la inmensa oscuridad, sólo quebrada por el leve fulgor de las estrellas, sus eternas compañeras. Aunque nunca negué su belleza, no pude evitarlo, me compadecí tanto de aquel extraño destierro que en mi inocencia, fui haciendo mío y me imaginé que era una mujer...

lunes, 30 de julio de 2012

QUIZÁS UN SUEÑO... EL VIGÉSIMO SEXTO...





Desperté en mi sueño embriagada por los últimos latidos de un bosque de árboles antiguos; árboles desnudos que fenecían lentamente al tiempo que narraban sus propias leyendas.

Hubiera sido fácil dejarme llevar por aquellas historias pero, en su lugar, Busqué asustada, entre ellos, el mío, intentando no escuchar el lamento de aquella tierra árida.

No, aún no era el momento.

Caminé sobre raíces, apartando aquellas ramas desiertas de vida  y entre sus sombras tristes, contemplé una figura que ocultaba el sol bajo su capa.

Me sentí cobarde al dar la espalda a la muerte y huir de aquel sueño,  pero mi árbol no estaba allí y no consentiría más mentiras.

El mío aún permanecía, solitario, en aquella colina verde respirando brisas, soñando lluvias.

No, aún no era el momento.

Y lo volví a contemplar…

Percibiendo su fuerza, la hice mía acariciando su tronco, condenando al olvido aquel cementerio en el que algún día mi árbol contaría su propia historia y yo soñaría con ella, entregándome a su muerte.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Antes de nada: gracias.