Una vez, siendo niña, sentí la soledad de su resplandor, aquel brillo perdido en la inmensa oscuridad, sólo quebrada por el leve fulgor de las estrellas, sus eternas compañeras. Aunque nunca negué su belleza, no pude evitarlo, me compadecí tanto de aquel extraño destierro que en mi inocencia, fui haciendo mío y me imaginé que era una mujer...

viernes, 27 de julio de 2012

QUIZÁS UN SUEÑO... EL VIGÉSIMO QUINTO...





Y soñó pensamientos anaranjados…

Allí estaban, donde siempre habían estado, entre el amarillo y el rojo, entre la nostalgia de otoños caducos y la vida golpeando su sangre.

No dejaba de pensar, ni siquiera ante su espejo, ni siquiera ante su mirada.

Y mientras se envolvía en corrientes que la arrastraban a abismos llenos de recuerdos sintió como perdía instantes.

Una mariposa…

¿Qué importaba la palabra que llevaba grabada en sus alas?

Y descubrió en sus propios ojos que contemplar su vuelo podía serlo todo. Un instante para sentir infinito.

Sentir…

Quizás si hubiera encontrado un océano del color de sus alas… Seguía siendo  difícil no pensar.

Entonces, en su sueño, el atardecer se cubrió de tonos anaranjados despidiéndose del día…

Y en esa despedida sintió el rojo en su interior, golpeándola, hiriéndola de vida…

El amarillo solo era un recuerdo y el naranja se fue mostrando  cada vez más intenso hasta que, sintiendo su color, dejó de importarle.

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