EL CUENTO Nº25 DE LA LUNA OSCURA. LA LEYENDA DE LOS UNICORNIOS.

Cuenta la leyenda que hubo un tiempo en el que la luna acumulo tanta magia en su luz que apenas podía viajar para ofrecer a todo el mundo su noche.

Muchos eran los reyes que ambicionaban este tesoro, y por ello la luna tuvo miedo de desprenderse de él.

Pero la carga, cada vez se hacía más pesada y decidió buscar un lugar donde los hombres no tuvieran acceso, un valle cerca de las fronteras del mundo, rodeado de montañas y bañado por las aguas de un pequeño lago, donde liberar parte de ella.

Al hacerlo, una cascada de plata manó de su interior, en la lluvia más hermosa que nunca se vio. Y al caer sus gotas sobre la tierra, la luna con asombro pudo ver como éstas cobraban vida y decidió cuál tenía que ser su forma, la del animal más noble y de pura raza, aquel que se coronara como rey de las bestias, y cuya corona en la creación tomo la forma de un largo y retorcido cuerno que apuntaba a su creadora.

En el último momento de su obra, el color, que no podía ser otro que el suyo propio.

Ella les llamó hijos, pero después les conocieron con el nombre de Unicornios.

Pero esa noche y esa lluvia no paso desapercibida, y los reyes de corazón negro presagiaron el poder y la belleza de aquellos destellos que se veían en el horizonte, y se lanzaron en su búsqueda desgarrando sus cuerpos y desplegando toda su maldad hasta adoptar la forma del ser que realmente llevaban dentro, una sombra de la nada llena de la más absoluta oscuridad.

Deslizándose furtivamente, casi serpenteando, su maldad les condujo rápidamente al valle donde se encontraban los unicornios, y al olfatear el olor de la dama afilaron sus colmillos voraces. Un grito gutural y ensordecedor, venido desde el mismo infierno, dio comienzo a la cacería.

En ese momento nubes negras intentaron vendar los ojos de la luna, pero cuando cayó el primero, su dolor las apartó para contemplar como su magia empezaba a ser capturada.

En su profundo lamento, el grito a sus hijos de que huyeran, y éstos se separaron con la condena de que en su persecución viajarían sólos.

La luna, cada noche, intentaba visitarlos, y cada noche sentía el dolor de la pérdida de alguno de ellos. Si tan sólo hubiera podido luchar contra las sombras, pero no podía hacerlo, y pagaba la osadía de su creación, al ver como la inocencia de su magia era exterminada cruelmente.

Aunque hubo quienes creyeron en ellos, y rozaron con la punta de sus dedos su cornamenta mágica, la fe en ellos no fue suficiente para salvarlos, y así llego el día en el que la luna despertó sabiendo que esa era la noche del último unicornio.

El pobre extenuado, llegó al valle del origen donde vio aparecer a su madre y se tumbó sobre sus patas para contemplarla por última vez, mientras esperaba el momento de su sacrificio. Y al tiempo que la sombra se le acercaba, la miro con la ternura infinita de su alma, agotando su fuerza.

La luna descendió entonces por su brillo por la ladera de una montaña, y continuando por su reflejo en el lago, desafiando a las sombras, llegó hasta su hijo para en el abrazo unirse de nuevo a él, y ofrecerle su calor.

Y en la unión final, el estallido de luz que borro a las sombras haciéndolas desaparecer.