EL CUENTO Nº22 DE LA LUNA OSCURA: EL OLIVO Y LA LUNA.

En aquel campo, su soledad majestuosa era contemplada con envidia por el tiempo, pues ni vientos, ni nieves, ni lluvias, ni sequías, habían podido acabar con la serenidad de sus raíces aferradas en aquella tierra roja.

Pero quién pudo ver el alma de aquel olivo por dentro. El tiempo no. Quién pudo imaginar que el soñaba con ser pájaro y luchaba cada día contra la tierra que le tenía preso. Y aún así ¿le envidiaba el tiempo?.

Así sentía el olivo, con sus ramas abiertas al cielo, esperando el abrazo de aquella que cada noche le cautivaba. Y durante el día, añoranza.

Holas lanceoladas blanquecinas por el envés y verde brillante por el haz formaban su manto, que arrancaba en guirnaldas para ella, cada vez que la veía aparecer y su luz se reflejaba en sus frutos negros.

Esos frutos que pronto estallarían en gotas de óleo con el que hubiera deseado ungir el cuerpo de su señora. Y durante el día, melancolía.

Cada noche la luna le visitaba. Le resultaba hermoso ver aquel árbol viejo y solitario en la cima de aquel campo. Parecía esperarla, y en noches de brisa hasta escuchaba el romance cantado por sus hojas.

Y aquellos frutos brillantes del color de la noche...

Cuánto le hubiera gustado abrazarse a su tronco gris y llorarle su pena, cuánto sentir la tierra que él sembraba con su fuerza.

Una noche, la luna fue a su encuentro y al llegar aquel suelo se encontraba yermo y vacío, sólo restos de sus frutos derramados como lágrimas negras y las gotas de su vida.

En un intento por atraparlas entre sus dedos de luz, el roce de las alas de un búho. Y durante el día, soledad.

Si tan solo hubiera podido detener el tiempo...