Una vez, siendo niña, sentí la soledad de su resplandor, aquel brillo perdido en la inmensa oscuridad, sólo quebrada por el leve fulgor de las estrellas, sus eternas compañeras. Aunque nunca negué su belleza, no pude evitarlo, me compadecí tanto de aquel extraño destierro que en mi inocencia, fui haciendo mío y me imaginé que era una mujer...

viernes, 8 de enero de 2010

LEGADO DE AUSENCIA. SEGUNDA PARTE.




Aquella tarde terminó en un libro que, al igual que el primero que él le regaló, contenía la melancolía de Esther, aún sin ella saberlo. Una despedida que escondía sus secretos intuidos en esos meses transcurridos, y aunque los labios de ambos temblaron al pretender guardar la compostura del triste e irremediable instante, el gran escritor chileno habló por Julián, y sobraron las confesiones.

Envuelta en muda poesía, ella silenció con su dedos cada vez más frágiles las palabras de él, agradeciendo, con tan significativo gesto, el fulgor que habría de permanecer en su pecho y que él había hecho surgir con su amistad, y continuas visitas, la luz a la que se aferraría fuertemente en lo más profundo de su ser.

Así acalló su voluntad contemplándole por última vez y escuchando la promesa de un nuevo encuentro sellado con un beso tímido sobre su mejilla, beso que, al recordar, haría nacer en ella el sonrojo de su piel mortecina, y en él la evocación de aquella dama tan llena de vida.

Al querer abatirse la tarde sobre ellos, en su última complicidad, acordaron no pronunciar su Adiós, fingiendo un futuro en el que todo permanecería igual, sin cambios, donde él reanudaría los encuentros para comentar aquellos poemas que ella sujetaba entre sus manos, simulando que no profesaban dolor ni pena, brindándose las sonrisas de siempre…

En las primeras horas de su alejamiento, la noche les acogió regalándoles una luna esplendorosa que, aproximándose a Esther, secó con suavidad sus ojos de lagrimas para poder leer ese último adiós escrito en aquel pliego mojado de llanto, mientras percibía, a lo lejos, el silbido del tren que, perdiéndose en la noche, alejaba a Julián.

Observando a aquella joven tan etérea, la blanca eterna sintió como su vieja conocida, la muerte, se agazapaba entre las sombras, y guardó su secreto. En la corta tregua concedida, decidió quedarse con Esther cada noche protegiendo aquel desvelo tan valiente como apasionado.

En Los días que siguieron a su despedida, Esther trató de calmar la inquietud por no verle, apaciguándola con la lectura de aquellos textos que habían compartido, hasta que decidió rebuscar en su alma, más aún, y retomando en su propia escritura se volcó en ella para dejar constancia de todo lo vivido y forjado en los últimos meses en su aún deseoso corazón.

Cada semana Julián la escribía relatándole cómo iba todo en su nuevo destino, sus paseos solitarios por aquella ciudad que apenas conocía y lo extraño que se sentía tan lejos de su familia y de ella. Cuando llegó su primera carta, Esther sintió cada una de sus palabras llenándola de una templanza que ahuyentó por momentos el frío y el deterioro que el otoño había ido sembrando lentamente, con sigilo, en su piel.

Una tarde, unos tímidos rayos de sol llamaron en su ventana y contemplando aquel jardín, quiso llenarse de nuevo de él y sus fragancias ahora ya lejanas. Apenas un esfuerzo por levantarse, por abrir el cristal y sentir un poco de calor sobre su rostro, pero sus fuerzas disminuían cada vez más deprisa y las que quedaban las reservaba para escribir y pensarle.

Sin darle respuesta, las misivas de Julián continuaron llegando y en la soledad de sus noches volvía a leerlas dejando que lo escrito reposara sobre su pecho, para así sentirle más cerca. Una nueva carta le hablo de libros que Julián comenzaba a descubrir en sus clases y visitas a la biblioteca, con la intención de compartirlos muy pronto de nuevo con ella. Pero Esther era consciente que jamás llegaría a leerlos.

Siguió escribiendo en su diario en los días en que su aliento, sin miedo, vencía al tiempo, aferrándose a sus recuerdos hasta quedarse dormida, rogando a la luna un nuevo amanecer para gritar aquella primavera del olvido de los años perdidos en llantos mudos que acabaron resignados en una desconsolada aceptación de un vivir vacío y sin propósitos.

Había transcurrido apenas algo más de dos meses cuando una mañana bañada en tonos grises recibió su última carta. En ella Julián le anunciaba, con palabras llenas de esperanza su inminente vuelta. En apenas unos días regresaría a su hogar con motivo de las vacaciones navideñas, y que, ese año sería él quién la llevara a misa la madrugada del 24 de diciembre.

Ella notaba como sus últimos instantes de vida la acechaban, lo presagiaba, y por primera vez sintió miedo por aquel egoísmo de querer morir envuelta en sus abrazos, de intentar evadir a quién tantas veces llamó antes de que su corazón comenzara a latir llenando sus entrañas de ilusiones irrealizables.

No, nunca hablaron de la muerte aunque siempre estuviera presente. A pesar del momento, una débil sonrisa se dibujó en sus labios casi apagados, rememorando el día en que le costó tanto caminar y fue él quien la convenció de que se sentarán para descansar por su propia fatiga. A pesar de su faz alegre por el engaño consentido, Esther leyó la preocupación en los ojos de Julián.

No, no hizo falta hablar de aquella sombra que siempre la había acompañado, y en ese momento en el que hasta ella llegaba el llanto de sus padres, lo supo con gran certeza, no hubiera resistido ver su rosto, su mirada apagada cuando llegara su momento.

Tratando de calmarlos pidió a sus progenitores que descorrieran la cortina de su dormitorio para que entrara la luz de la luna y que se despidieran de ella con un beso en la frente, como cada noche. En la última caricia de su padre ella tomó su mano y éste, al sentir la preocupación de su hija, quiso apaciguarla ratificándose en su promesa.

Por fin, en la soledad de su dormitorio impregnado de honda quietud contempló a través de la ventana como la luna la esperaba paciente para atender la última confesión de su alma, y mientras Esther le evocaba con intensas lágrimas de vida, fue desvaneciéndose en aquel sueño de amor comprendiendo así con su esencia sus propias palabras.

11 comentarios:

  1. pobre julian cuando regrese para su reencuentro. como les haces eso???? triste este fragmento, veremos como sigue


    un beso

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  2. uuuuuu.....mmmm... pobresito!!
    me puso la piel de gallina!!!!

    besitos.
    mua mua

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  3. tanto un texto como el otro me parecen de una redaccion exquisita, buen trabajo, un besito preciosa

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  4. Que tristeza por dios.
    Vaya papelón se va a encontrar cuando regrese para Navidad.
    Preciosa historia.

    Besos.

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  5. Julian me dá muchisma pena, pero la vida es así un cumulo de circunstancias que la mayor parte de las veces te dejan al margen
    Excelente historia.
    Saludos

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  6. Hermosa la historia que nos acercas en esta fría mañana del Sábado.
    Pobre Julian, veremos lo que le espera.
    Que tengas un buen fin de semana.

    Gracias por compartir.

    Cálido abrazo.

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  7. Te leo y parece todo tan facil de sentirlo en carne propia, tienes una mágia especial. Me gusta mucho, bueno ya lo sabes.

    ¿Cuánto habrá de tí?

    Agur un saludo.

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  8. Me encanta, y espero esa continuación...

    Muchos besitos preciosa y disfruta del finde.

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  9. ...me gusta mucho...seguire
    un beso

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  10. igual...tarde...pero...

    LO SABIAAAAAAAAAAAAA...JAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJA...SABIA QUE ESTARÍAS A LA ALTURA!!!!
    MAGNÍFICO!!!!

    Besitooooooooos Alo...

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  11. Aqui pongo el comentario de los dos escritos jeje y es q me da alegría q los haya leído juntos porq sino casi q te matoo jajajajaja
    La ausencia amiga es la soledad del alma en busca de ser liberada y me encanto como lo escribes!!

    Un beso muy fuerte :)

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Antes de nada: gracias.