Una vez, siendo niña, sentí la soledad de su resplandor, aquel brillo perdido en la inmensa oscuridad, sólo quebrada por el leve fulgor de las estrellas, sus eternas compañeras. Aunque nunca negué su belleza, no pude evitarlo, me compadecí tanto de aquel extraño destierro que en mi inocencia, fui haciendo mío y me imaginé que era una mujer...

domingo, 12 de febrero de 2012

LOS RELATOS DE LA TIERRA 12. HOY RECUERDO QUE TÚ FUISTE LA TIERRA



 No dejo de preguntarme por qué la tierra me recuerda tanto a ti.

¿Sabes? Hace un rato ha vuelto a mi memoria una mañana que me llamaste por teléfono. Era temprano y yo aún permanecía atrapada en mi pereza, entre las sabanas, para no abandonar esa cama que aún conservaba tu aroma y tu calor.

Estaba tan enamorada de ti que cuando te ibas a trabajar me cambiaba a tu lado, me abrazaba a la almohada y desnuda, volvía a quedarme dormida, imaginando que aún estabas a mi lado.

Recuerdo que al ver que eras tú el que llamabas me preocupé pensando que te había pasado algo.

“Ana, si vieras como huele hoy la tierra. Mientras sentía el frío en mi rostro, he llenado mis pulmones. Nunca sentí ese olor tan dentro de mí. Si estuvieras aquí…”.

Solo me llamaste para decirme más o menos esas palabras y después de colgar el teléfono sentí que seguías a mi lado, que no te habías ido y hasta me pareció oír tu corazón.

Hubo un tiempo en que traté de acompañarte y compartir aquellos paseos por el campo. Tú, tratabas de explicarme cosas sobre los árboles y las plantas. Me gustaba escucharte mientras cogía tu mano entre las mías.

¿Sabes? Nunca me importó que tus manos no fueran tan finas y suaves como las de un escritor. Las tuyas, eran las manos de un trabajador, duras, incluso ásperas, pero me hacían sentirme tan orgullosa de ti y tan segura…

Inspiraste tantos cuentos.

Un año me convenciste y plantamos un huerto inmenso. En verano, al caer la tarde, muchos días iba a buscarte allí. Trataba de ayudarte, pero los dos sabíamos que lo mío no era el campo. Al final, terminábamos riéndonos con mis intentos de ser la perfecta agricultora y me obligabas a sentarme en una piedra desde la que contemplaba como regabas aquella tierra, como tratabas de enderezar aquellas pequeñas plantas.  

“Ana, lo tuyo son las rosas…”

Y al caer la noche regresábamos a casa.

Aunque después plantamos muchos más huertos, ninguno fue como aquel primero ¿verdad?

Aun hoy, algunos de nuestros recuerdos hacen que me llene de nostalgia y que eche de menos pasear con mi mano entrelazada a la tuya.

Sí, es difícil que escriba sobre la tierra y no te recuerde.

2 comentarios:

Antes de nada: gracias.