Que me condenen a morir en la hoguera de mis propios cuentos que no imploraré por la salvación de mi fe, ni suplicaré el perdón por mis palabras. Pues aunque me rodeara de pecados y jugara con ellos, con dignidad confesé el mío y las palabras, aunque quemaron, rozaron mi propio cielo.
Que me arrastren a las puertas del infierno que ante ellas gritaré con valentía y orgullo que no me arrepiento, pues siempre fui yo. Que puede que arrancara las alas a un ángel porque no entendía su alma. Yo sí entendí la mía, la sentí y por eso lo hice.
No lloraré, ni temeré las llamas, pues ya no existen dudas en mí y hace tiempo dejé de temer a la muerte pues con ella hablé, escuché su voz y la sentí viva. Sí la muerte también es vida.
Quemad mis relatos, convertidlos en humo, pero haced un fuego grande pues hoy el verbo golpea en mí cada vez con más fuerza y no me avergüenza el de ayer.
Sabed que existen verdades que no podréis extinguir.
Que a pesar de la frialdad de mi luna y de ocultarme en mi oscuridad, un día logré abrazar al sol y ciega ante su luz, mis ojos contemplaron el más hermoso amanecer.
Que a pesar de la nostalgia de los caminos por los que mis pies anduvieron descalzos, una vez más me arrojé al volcán de unos labios llenos de mentiras que ardían sin piedad y, aun así, mi corazón salió ileso y comenzó a latir con más fuerza abrasando los recuerdos. El pasado también es mi verdad aunque el tiempo decidió que no me detuviera en él.
No, no creo en el ave fénix, ni en los fuegos purificadores, así que sí, haced un fuego grande, y mientras lo hacéis yo seguiré escribiendo, seguiré soñando con la certeza de que lo único que hoy apagaría mis letras sería tenerle a mi lado pues no siempre escribo aunque mis relatos me acompañen siempre.
Soy quien soy.