Una vez, siendo niña, sentí la soledad de su resplandor, aquel brillo perdido en la inmensa oscuridad, sólo quebrada por el leve fulgor de las estrellas, sus eternas compañeras. Aunque nunca negué su belleza, no pude evitarlo, me compadecí tanto de aquel extraño destierro que en mi inocencia, fui haciendo mío y me imaginé que era una mujer...

jueves, 18 de febrero de 2010

EL CUENTO Nº66 DE LA LUNA OSCURA. UN VIAJE POR EL ALMA. CONFLUENCIAS


Hoy otra luz rompe este alma llenándola de colores cálidos y aromas intensos; una pequeña parada en el viaje en el que la luna de mis cuentos se oculta ante la pretensión de los que alguna vez creyeron que los sueños son sólo nocturnos.

Hoy que las sombras son otras, a pesar de la escasa luz relatada en señal de respeto, duerme la dama sin melancolías.

Hoy vivo y comparto, permitiendo que la única oscuridad se encuentre en la profundidad de unos ojos que no han podido ser mejor descritos con tus palabras.




Y si no puedes hacer tu vida como la quieres,
en esto esfuérzate al menos
cuanto puedas: no la envilezcas
en el contacto excesivo con la gente,
en demasiados trajines y conversaciones.
No la envilezcas llevándola,
trayéndola a menudo y exponiéndola
a la torpeza cotidiana
de las compañías y las relaciones
hasta que llegue a ser pesada como una extraña.

C. P. Cavafis (1863-1933)



Cuando nuestra embarcación a vapor enfiló su proa al querer adentrarse en puerto un resoplido hueco e intencionado despertó a todo el pasaje anunciando el próximo desembarco. Los prácticos en sus lanchas vinieron a nuestro encuentro para guiar las maniobras de atraque con la precisión que debiera proceder sin el más mínimo infortunio. La mañana se presentaba limpia y, aunque el Sol intentaba despuntar en un lejano horizonte dejado atrás, el aire era tibio, húmedo, así como agobiante por su densidad.

Desplegado el puente los viajeros aun permanecían repartidos por las barandillas de la cubierta, ensimismados en la contemplación del gentío que esperaba en los alrededores de la dársena. El equipaje, aunque listo, esperaba en los camarotes. La euforia de los que aguardaban abajo se iba tornando en impaciencia interesada. Me tomé un buen tiempo para hacer señal de vida por la escalinata que me dejara en tierra firme, la muchedumbre, algo mas disminuida, seguía siendo enorme como bulliciosa.

Con la ayuda de mi joven asistente que, a dos manos, cargaba nuestras pocas pertenencias, fuimos con pasos tranquilos confiándonos a la concurrencia aún reunida a la espera de algún rezagado pasajero. Cuento que al pisar suelo infiel, a los ojos del buen cristiano, un remolino humano su fue agitando, nervioso e impaciente, alrededor nuestro. Entre tantas invitaciones e instancias al buen servicio, un chiquillo, escuálido como mal nutrido, intentaba hacerse oír entre aquella turbulencia humana. Pies descalzos, pantalón y camiseta de fibras desgastadas, pelo apelmazado sobre la frente sudada. Con palabras titubeantes y afrancesadas pregonaba con voz apenas sobresaliente un albergue tranquilo en algún lugar no muy distante.

— ¿Está lejos lo que voceas?
— ¡Muy cerca!… Yo acompaño.
— ¿Qué precio?
— ¡No preocupa! …Venir… venir… siempre contento de amigo madre… hermana también.
— ¡Está bien muchacho! Guíanos y veremos si son ciertas tus palabras.
— ¡Yo ayudo,… brazos fuertes!

Sus ojos negros y vivarachos eran lo único que pudiera considerar en poco desarrollo, pues, una vez, por insistencia, haber hecho carga sobre sus hombros de nuestros pocos bultos, sus piernas de hueso enfundadas en piel sin apenas músculos daban pena, pero, fue tanta sus instancias que, tras varios intentos por mi parte de conmiseración, dejé hacer no sin cierta duda, teniendo en cuenta su ahínco y sincero propósito.

Por suerte para él tanto como para nosotros el trayecto hasta los aposentos previstos no se encontraban a larga distancia de la zona portuaria. Después de alejarnos apenas de las lindes asediadas por las voraces gaviotas nos adentramos en callejas estrechas donde el Sol persistente en su intento de reinar con poder absoluto en los firmamentos apenas hacia mella. Tras guiarnos por aquel laberinto de callejuelas flanqueamos un portal que daba a un patio interior lleno de plantas, en tiestos y macetas, donde jilgueros y canarios enjaulados entremezclaban sus alegres cantos aprendidos en su involuntaria vida holgazana. Con una retahíla ininteligible para nosotros nuestro joven guía anunció nuestra llegada. Al instante apenas una mujer de mediana edad, aunque algo avejentado su semblante, salió a nuestro encuentro. Con continuos gestos y flexiones intentaba manifestarnos su satisfacción y contento por nuestra presencia en su humilde hogar. Ayudando a su desfallecido hijo con el equipaje que esté había cargado, no sin cierto evidente sobreesfuerzo, nos invitó a pasar al interior de la vivienda.

Aunque se trataba de una casa indiscutiblemente de familia humilde, las estancias eran amplias y frescas, de típica arquitectura musulmana, sus paredes enjalbegadas de blanco y casi en su totalidad alicatadas en su mitad inferior con azulejos y teselas así como sus suelos completamente embaldosados permitían a sus moradores mantenerla a base de mucha agua clara y aljofifa impoluta de polvo y suciedad.

Se nos adjudicó dos cuartos contiguos de mediano tamaño pero que nos pareció muy adecuado para nuestro propósito, pues, estando sus aperturas dirigidas al patio, el ruido del exterior era inexistente, solo el canto de los pájaros cautivos llegaba a nuestros oídos. Celosías en las ventanas y puertas con rejas y cortinas vaporosas de finos hilos impedían que el calor penetrara manteniendo los aposentos en una agradable temperatura y luz tamizada que invitaba al letargo y ensueño.

Una vez instalado cada cual en su pieza vino una joven muchacha a traernos agua limpia para poder refrescarnos en la dispuesta aljofaina de porcelana. Sin duda debiera tratarse de la hermana de nuestro joven y descarnado guía porteador. Sus inmensos ojos negros evitaban con firmeza mi mirada, con ademanes precisos como tranquilos vertió el límpido liquido con templanza bien aprendida. Vestida a la manera árabe con una falda que le llegaba a los tobillos, su corpiño sin mangas dejaban ver unos torneados brazos de piel cobriza, unas bien proporcionadas caderas y cintura hacían idealizar, sino intuir, el resto de su indudable hermosura. Al volverse para querer marcharse no pudo evitar encontrarse frente a frente con mi persona que, paciente, esperaba concluyera su faena junto a la entrada. Su mirada se alzó un instante, en un quiero pero no debo, encontrándose con la mía. Dos ojos encerraban todo la magia de aquellas tierras, la antigua y oriunda, la asentada y venida de tierras de oriente, la sortilegios que aun habría de llegar por mor a mujeres que, como ella, podían enloquecer a príncipes y sabios, serenos guerreros y viajeros que, como en este caso, tuvieron el infortunio de que se les cruzara en su pasajero camino.

— Madre prepara té para señores, pronto yo…
— ¡Muchas gracias! No es necesario que os molestéis…
— No molestia, madre hacer… pronto listo,… no tarda.
— Está bien, nos refrescaremos y cambiaremos nuestra indumentaria por algo más fresco y saldremos al patio. ¿Podéis prepararlo fuera? Me apetece respirar el aire de la mañana.
— Yo prepara mesa fuera para señores…
— ¡Sois muy amables!… enseguida estaremos listos.

Pasado escasamente una media hora decidí salir al exterior del patio. Una mesita baja compuesta de una bandeja circular de cobre o bronce estaba extendida sobre un trípode que la sustentaba sobre sus delgadas patas de madera repujada. Dos asientos de cuero o piel a modo de cojín se habían colocado a uno y otro lado junto a los muros blanquecinos para que el sol del mediodía no les alcanzara con su insolencia. Al poco tiempo mi asistente y yo departíamos amigablemente sentados casi en cuclillas con nuestras espaldas reposando sobre el resguardado e impoluto muro blanco.

Tras un intercambio de impresiones sobre nuestra ruta dejada atrás y nuestro nuevo albergue recién habitado quedamos casi en tabla en nuestras precisiones. Estábamos en tierra firme rodeados ambos de una cierta familiaridad que nos reconfortaba. En eso que por un flanco nos llegó la presencia de nuestro heroico guía de la mañana de desembarco.

— ¿Gusta a dos… casa… chambre?
— Todo nos complace joven amigo. Estamos más que…
— Madre hace té… pronto…
— No hay prisas, una buena infusión tomada en este…

En eso que su joven hermana hace presencia. Sus ojos nuevamente bajados a la bandeja que báscula apenas en su andar meditado, uniforme como sensual en sus pasos leves pero voluptuosos a la vez. Intento llegar a sus pupilas, puerta de sus secretos. No hay tregua. Imposible. Su pelo desatado apenas deja vislumbrar su barbilla y parte de su labio inferior. Al descargar las tazas y querer verter en ellas el contenido humeante percibo como gracia de Dios sus bucles negros con un vaivén de casualidad que me impregnan de inquietud y deseo al llegar su perfume de hembra a mi olfato y sentidos.

La estancia programada en aquel rincón del mundo no estaba premeditada más de lo que pudiera tardar nuestro próximo enlace hacia un nuevo enclave y destino. Conscientes de nuestra efímera huella en aquellas tierras quisimos afianzar nuestros recuerdos con las más imprescindibles visitas a sus alrededores que pudieran marcar nuestra memoria con estampas inolvidables. En ese afán nuestro tuvimos el apoyo de nuestro joven amigo enclenque. Siempre predispuesto y con sus miras volcadas hacia nuestra satisfacción indudable por sus servicios.

Visitamos tanto palacios y edificios casi en ruina, aunque lo más que perdura hoy día de aquellas excursiones son los artesanos y talleres. Muchos de ellos trabajaban en minúsculos habitáculos repletos de labores ya ultimadas, sumidas en el olvido de clientes ávidos de piezas únicas. Cuero troquelado; alpaca con diversas formas, diseño o utilidades; tejidos vaporosos o ligeros para el tacto; alfombras tramadas con los mejores vellones de las comarcas circundantes.

Entre descansos largos en las mañanas y visitas guiadas durante el día nuestra estancia fue transcurriendo hasta llegar la fecha contratada para nuestro próximo embarque hacia otras tierras. La última tarde fue un reflejo de nuestra primera mañana en aquel barrio intrincado de enredadas esquinas sumidas en quietud y sombras no muy lejos del puerto.

Dejamos nuevamente nuestro joven guía y ya compañero más que maltrecho junto a la escalinata de embarque. Su voz siempre débil como amigable sonaba esta vez más triste y sentida. A pesar de nuestra ostentosa propina por sus atenciones desmedidas se notaba que algo le fallaba en su sincero intento de despedido. La noche se vertía como un fardo inevitable. Una travesía apalabrada se balanceaba junto a los últimos abrazos.

Por coincidencias o mala fortuna el capitán de la embarcación decidió que los vientos no eran favorables a nuestra predestinada travesía. Con suerte, a la mañana, los intempestivos aires que azotaban los mares quedarían algo más calmos y a la espera de otra noche donde hacer gala de sus desaires mal ajustados.

En eso que a la marinería y pasaje se le dio consentimiento u opción de pernoctar en sus camarotes o, por instancia algo remachada de cierto hincapié, ocupar sus respectivas cabinas y departamentos donde, una vez liberados del peso de todo equipaje y bultos que pudiera molestar, acceder a un corto desembarco que no trascendiera más allá de la medianoche, momento en que por seguridad se levantaría la pasarela una vez que, tripulación que no estuviera en aquel momento de servicio y viajeros que hubieran optado por una corta salida, estuvieran nuevamente de regreso al buque a la espera de una inaplazable partida a cualquier hora imprevista al alba, en cuanto amainaran los vientos y la bonanza regresara por sus fueros.

Fue así que decidimos aprovechar esas últimas horas para bajar de nuevo a tierra firme y buscar en las cercanías alguna taberna o fonda donde se nos permitiera tomar un trago mientras degustábamos algún plato de carne o pescado aderezado a la manera local. Pues el cocinero de nuestra embarcación acostumbraba a preferir las recetas y menús propios de la Francia ya algo dejada atrás desde hacía varios días con sus respectivas noches.

No tuvimos que deambular mucho rato para encontrar una cantina de entre tantas que rodeaban los embarcaderos en callejas lindantes al puerto. Adentrados al azar en una que parecía prometer los servicios y viandas de nuestras pretensiones, una atmosfera turbia y agria, mezcla de humo y vapores de vino añejo, golpeó nuestros sentidos hasta entonces despiertos y despejados gracias al fresco y agitado aire que soplaba en el exterior en aquellas horas tempranas de la noche.

Las voces de la marinería que ocupaban gran parte de las mesas como del mostrador estallaban en un embrollo de lenguas y dialectos propios de la mezcla de razas, nacionalidades y diferentes colores de piel y cabello. Algún que otro despistado viajero, que como nosotros, habían optado por aventurarse en tan peculiar hostería, no sin cierto grado de peligro, permanecían casi en silencio degustando su pedido con ojos avispados, atentos, siempre, en guardia, pues era frecuente en aquellos tugurios portuarios las disputas y reyertas donde, en cuestión de segundos, aparecían cuchillos y otras armas además de los puños bien endurecidos y curtidos en los aires y trabajos del mar.

Estábamos mi asistente y yo haciendo los honores a una bandeja de estofado de cordero con nuestra jarra de oscuro tinto casi vaciada, cuando un grupo de músicos en una amplia tarima dieron rienda suelta a sus instrumentos de cuerda y viento. Al compás y ritmo marcado por los timbales y sonajeros, flautas, chirimías, violines y laudes tejían sus melodías y fraseos con la exactitud y filigrana tan propia de los bordados y entramados más exquisitos de tejidos y tapices ofertados en los no muy distantes bazares.

Aquella primera pieza ejecutada con brío y meticulosa interpretación, fue celebrada por la variopinta concurrencia con muestras de satisfacción y apruebo a base de aplausos, chiflidos, golpeteos de jarras y vasos sobre las roñosas mesas, también vocifero aprobante que se sobreentendía o traducíamos como un -¡bravo!- en los escenarios y salones más elegantes.

Tras aquella primera muestra aprobatoria del público asistente los músicos reanudaron su arte con una segunda pieza. Una larga introducción rítmica a base de percusión acalló los ánimos exaltados por la bebida y la música. Fue cuando el resto de instrumentos debiera entrar en el compás preciso que una bailarina salió al entarimado. Siguiendo los dibujos sonoros que los instrumentos de cuerda y viento diseñaban, su cuerpo, de esplendorosas formas, se balanceaba con movimientos serpenteantes de brazos, cintura y torso a la par que sus pies y piernas se afanaban en rítmicos pasos ligeros como cadenciosos.

Ataviada con un conjunto de prendas casi en su totalidad confeccionadas con tules de sensual transparencia, excepto en las partes más pudorosas, su cuerpo semidesnudo, de una perfección casi insultante saltó de aquel escenario que ocupaban los atareados músicos. Al caer en su brinco sobre el suelo, los cascabeles atados a modo de esclava en sus tobillos atrajo nuevamente los bramidos y el éxtasis del aquel rudo público masculino. Sin dejar en ningún momento su carnal contoneo fue sorteando con su baile las manos y brazos que, en señal de súplica, intentaban un roce de su piel o de su cabello que aplacara la libido que se les desataba sin decoro ni remisión.

En eso que la grácil y joven danzarina, con pasos rítmicos, vino, petulante, hasta donde me encontraba sentado con mi servil compañero. Sin dejar sus movimientos sinuosos como sugerentes hizo una corta pausa en la itinerante representación de su arte frente a nuestra mesa. Aunque de espaldas a nosotros el brillo de su cabello ondulado como negro e impenetrable hizo que por un instante evocara la tímida muchacha que horas antes habíamos dejado atrás en nuestra corta visita de escala que, pronto, habría de concluir con la inminente partida hacia otros rumbos. En eso que, en una voltereta lenta, incitante como provocativa por las oscilaciones de su cuerpo, queda ante mi vista su rostro de doncella, dueña de tantas lascivias contenidas en aquel momento. Dos ojos me traspasan con mirada acusadora. Dos ojos no son suficientes para que acapare el deleite y complacencia que se me brindaba por una última vez. Dos ojos que me miran y transmiten última despedida muda pero significativa. En aquel momento supe, vislumbré, que mi paso por aquellas tierras quedaría en el recuerdo de dos personas, de dos corazones que guardarían en su más profundo, no sin cierto desconsuelo, un amor que pudo ser y se evaporó por la lejanía de los mares en la distancia del tiempo.

A la mañana siguiente nuestra embarcación despidió aquellas tierras míticas, de culturas que se adentran en los anales de la historia, con un último golpe de vapor sonoro. El Sol despertaba, la Luna, oculta durante toda la noche por las inclemencias, miraba con ojos tristes y compasivos antes de desfondarse por un horizonte impreciso e indulgente.


Rafael Martín (Palma de Mallorca, 12-02-2010)


9 comentarios:

  1. Hoy soy yo la que da las gracias por este relato, rafa.

    Trato de escribir, a veces con esfuerzo buscando palabras, siempre buscando...

    Hoy compartes el trabajo bien hecho en un relato que consigue trasladarte y envolverte. Todo un ejemplo. Y esos ojos... más no digo.

    Gracias por viajar conmigo.

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  2. Hola cielo un bellisimo realto me encanto
    un beso

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  3. \\\///
    (Ó_Ó)
    siempre es un lujo leerte¡¡¡
    excelente relato¡¡
    un beso¡¡

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  4. Magnífica narración, plena de sustancia y descrito en el más estricto género de las novelas de aventuras... Enhorabuena al escritor y Abrazos para ti...

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  5. Pues que bien buscas amiga, te quedan fantàsticos...

    felicitaciones y abrazos

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  6. Hola!!

    Permiteme presentarme soy administrador de un directorio de blogs, visité tu blog y está genial, me encantaría poner el link de tu blog en mi directorio y así puedas tener una opcion mas a incrementar tus visitas a diario.

    Esperando su pronta respuesta

    Jacob.
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  7. Ya tenia yo ganas de volver por tu blog, querida amiga, y darte un enorme abrazo...! Gracias por tu cariño y animos, volver con vosotros es un regalo autentico.

    Besos...!

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  8. Si señor!!!...Como siempre poniendo el listón alto estimado Rafael...JAJAJAJAJAJAJAJAJA...Una estancia descrita en miradas de ojos negros como las 1.001 noches...Los unos tímidos y huidizos, los otros que atraviesan...pero ladrones!!!! JAJAJAJAJAJAA...

    Chapeau!!!

    Un abrazo...Besos para la anfitriona

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  9. Gracias a ti... por regalarnos estos relatos..., y enhorabuena a rafa...

    beso y abrazo Ana... no se si llueve donde vives... aqui en Andalucía... se han disparado la venta de zodiacs y barquitas hinchables jajaja.

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Antes de nada: gracias.