Una vez, siendo niña, sentí la soledad de su resplandor, aquel brillo perdido en la inmensa oscuridad, sólo quebrada por el leve fulgor de las estrellas, sus eternas compañeras. Aunque nunca negué su belleza, no pude evitarlo, me compadecí tanto de aquel extraño destierro que en mi inocencia, fui haciendo mío y me imaginé que era una mujer...

viernes, 1 de junio de 2012

QUIZÁS UN SUEÑO... EL DECIMOQUINTO.






Quise  romper el maleficio de aquella noche acorralada por un aire lleno de misterio.

Cerré los ojos. Respiré.

“Atrapa la vida. Atrapa la vida…”

La escuché envuelta en su juventud, cubierta de sol, a pesar de su paraguas gris.

Su presencia me recordó atardeceres llenos de nubes pero sin embargo su voz evocó rayos de luz, tímidos, sí, pero que asomaban tratando de quebrar la tristeza.

Mientras la escuchaba, en silencio, sin que me viera, me percaté de que a pesar de mi sueño, la realidad  continuaba presa de una madrugada incierta, de una madrugada nueva, de una madrugada en la que todo y nada podía suceder.

“Atrapa la vida. Atrapa la vida…”

Me acerqué a ella y sentí como si me contemplara en un espejo. Entendí que quizás siempre había estado en aquel lugar de mi sueño, de mi realidad, como si fuera yo, como si fuera una parte de mí. Pero en su mano llevaba un paraguas y la mía estaba vacía.

Tuve miedo de de despertar y afrontar aquella realidad extraña. Ella tuvo miedo de soñar y que su sueño se enturbiara.

Pero no podíamos quedarnos allí. Las dos lo sabíamos y compartiendo nuestros temores nos abrazamos.

Al separarnos, su mano estaba vacía y en la mía encontré de nuevo mi voz, envuelta en su sol.

“Atrapa tus sueños. Atrapa tus sueños…”

2 comentarios:

  1. Los sueños hay que atraparlos y no soltarlos porque son los que nos mantienen con vida.
    Un beso! ♥

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  2. Para 'Slim Boy' llegó el día en que las calles del barrio le resultaron estrechas, sucias y desprovistas de expectativas.

    La culpa de aquella metamorfosis se le achaca a una costarricense de piel ámbar y ojos negros rasgados.

    El día en que tuvo el fortuito encuentro, ya de noche, escondió su navaja automática bajo la almohada. Ese encomendable gesto no bastó para que su sueño fuera continuo y reparador. Acostumbrado a tirarse sobre la cama a medio vestir, aquella noche quedó desnudo, abrió la ventana y dejo que el aire de la noche se posara en su piel.

    Pocos días después lo encontraron muerto junto a la orilla del rió aferrando en sus manos un ramo de flores blancas.

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Antes de nada: gracias.