Una vez, siendo niña, sentí la soledad de su resplandor, aquel brillo perdido en la inmensa oscuridad, sólo quebrada por el leve fulgor de las estrellas, sus eternas compañeras. Aunque nunca negué su belleza, no pude evitarlo, me compadecí tanto de aquel extraño destierro que en mi inocencia, fui haciendo mío y me imaginé que era una mujer...

domingo, 15 de enero de 2012

RELATOS DE LA TIERRA 2. EN AQUELLA CARRETERA.




“Si algún día las montañas cambiaran de lugar sin avisarme y los ríos decidieran atravesar nuevas tierras, yo volvería a aquella carretera por la que paseábamos y bajo aquella luna acariciaría con las yemas de mis dedos tu cabello. Sería verano de nuevo, tú nos contarías alguna historia divertida y sin que te dieras cuenta amaría tu boca y el brillo de tus ojos.

Si algún día se perdiesen los momentos por culpa del tiempo y los segundos retrocedieran a favor de los que una vez pidieron segundas oportunidades, yo amarraría mi vida, por miedo a perderte otra vez, al instante en el que te diste cuenta de que me amabas. Sería octubre y simplemente oiría tus pasos detrás de los míos…”

No podré olvidar nunca el momento en el que comenzó a hablarme. Siempre supe que estaba de paso, un hombre que amaba la tierra que pisaba, una tierra sin límites, sin fronteras y aunque al principio fue lo que me enamoró de él, entendí que llegaría el tiempo en el que tendría que dejarle ir.

Cómo aprisionar a alguien, cómo hacer que renuncie a sus sueños. Yo pensé que podría, pero en el fondo siempre sentí con dolor que mi anhelo era imposible. Surqué con él los más hermosos océanos, incluso alquilé un globo y viajamos durante un tiempo atravesando nubes, pero no, no podía impedírselo.

Detuvimos el tiempo de nuestro amor con un último beso y él juró, a pesar de nuestras lagrimas y de mi miedo, llevarme siempre en su bolsillo.

Hace años supe que había visitado aquellas grandes montañas de las que tantas veces me habló, tan cerca de su quimera.

A pesar de que mi vida ha cambiado, no hay un día que no pase por esa carretera y me detenga. Le contemplo de nuevo llenando sus pulmones con el olor de mi tierra. Sí, no hay un día que no piense en él y recuerde aquella noche; era domingo y supe que sería capaz de renunciar a su alma por mí. Pero no pude permitírselo.

Hoy me llegó su carta. Lo extraño es que la escribió antes de irse, antes de aquel beso.

“Si algún día las montañas cambiaran de lugar sin avisarme y los ríos decidieran atravesar nuevas tierras…”

3 comentarios:

  1. consigues que me mezcle entre tus letras y la realidad, entre nube y nube, un domingo de otoño, un domingo cualquiera en esa carretera...
    me encantó es poco!!

    Un beso mi niña!!

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  2. Dejaran nuestras tierras de pertenecer. Ilusiones, anhelos, voluntades habrán de rebajarse a la utopía inquebrantable de la voluntad imperiosa que dicta la vida que nos ata, somete y agarra. La montaña, alta, soberbia, inmortal semeja a un dios omnipresente ¿Será tan perenne la carretera? ¿El instante cálido del recuerdo qué evoca? Es tarde, es invierno, me arropo buscando la calidez que desprende mi cuerpo solitario, incapaz de conciliar el sueño por culpa de tu necesaria presencia. Mañana iré de excursión…

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  3. Estuvo, el amor.
    Dejó miscelánea,
    Cautiverio.
    Me falta el aire,
    El alma,
    Mis dispendios.



    ¡BESOTE GUAPA!

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Antes de nada: gracias.