Una vez, siendo niña, sentí la soledad de su resplandor, aquel brillo perdido en la inmensa oscuridad, sólo quebrada por el leve fulgor de las estrellas, sus eternas compañeras. Aunque nunca negué su belleza, no pude evitarlo, me compadecí tanto de aquel extraño destierro que en mi inocencia, fui haciendo mío y me imaginé que era una mujer...

jueves, 26 de enero de 2012

LOS RELATOS DE LA TIERRA 4. BARRO Y VIDA.



“Entierra lentamente tus manos en el barro, siente el frío en tu piel y como se desliza suavemente entre tus dedos. Entonces, cierra los ojos e imagina aquella figura a la que darías vida...”

No podía recordar la primera vez que en su infancia comenzó a jugar con la tierra. Quizás como otros niños, ella también se divirtió simulando cocinar tartas, ensuciándose toda la ropa.

Pero sí había algo que no podía olvidar, aquel verano que sus padres, por vacaciones, la llevaron a la playa y allí aprendió a hacer castillos de arena con murallas finamente labradas y torreones adornados con algas y conchas.

Cuando en septiembre regresaron a casa, comenzó a echar tanto de menos trabajar con sus pequeñas manos que aprovechaba cualquier ocasión, en la que su madre trabajaba en el jardín, para ayudarla y volver a sentir el barro entre sus manos.

Sus padres no tardaron en darse cuenta de la afición de su hija y decidieron fomentarla apuntándola a una academia en la que la enseñaron a trabajar con arcilla. Era la alumna más joven, y sin duda la que más rápidamente aprendió la técnica.

Comenzó haciendo ceniceros, vasijas, fuentes, pero un día su profesor le dijo que moldeara con sus manos lo que quisiera. Se sintió confusa pero, entonces, sin saber muy bien por qué, cerró sus ojos y se imaginó un árbol mientras sus manos comenzaban a darle forma.

Aquel día su profesor supo que ya no podría enseñarle nada más.

Sus padres la permitieron montar en el garaje su pequeño taller y poco a poco fue llenándolo de aquellas figuras que imaginaba. Cuando eran personas, tenía la extraña habilidad de perfeccionar tanto las facciones, dotándolas de expresividaD que, por momentos, aquellas figuras parecían realmente estar vivas.

La primera vez que supe de ella organizaba una exposición aquí en Madrid. Vi en una revista algunas fotografías de su obra, pero hubo una que me impresionó. Era un árbol y es extraño porque era exacto a uno que veo cada día cuando vuelvo a casa del trabajo, un árbol solitario en mitad de un extenso campo que siempre me ha inspirado mucho. Cuando por fin tuve aquella figura delante, lo supe, era el mío o yo quería que lo fuera.

Tuve la suerte de conocer a Mercedes y nos hicimos amigas. Así pude saber, según pasaba el tiempo, como otras personas, al igual que yo, reconocían entre sus esculturas, objetos, animales, personas que formaban parte de lo que eran.

Un día la pregunté cómo era posible y ella no supo responder…

¿Mi opinión? Yo creo que ella da vida a sus obras para nosotros, para que los que las contemplamos veamos en ellas lo que anhelamos ver. Sí, es una artista.

1 comentario:

  1. ¡Qué evocador y encantador, sobri !
    Muchos besos.

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Antes de nada: gracias.