Una vez, siendo niña, sentí la soledad de su resplandor, aquel brillo perdido en la inmensa oscuridad, sólo quebrada por el leve fulgor de las estrellas, sus eternas compañeras. Aunque nunca negué su belleza, no pude evitarlo, me compadecí tanto de aquel extraño destierro que en mi inocencia, fui haciendo mío y me imaginé que era una mujer...

lunes, 23 de enero de 2012

LOS RELATOS DE LA TIERRA. 3. LA MUJER ÁRBOL



Erase una vez una mujer que creyó que era un ser de tierra y en su vida trató de caminar con pasos firmes, procurando no separar demasiado sus pies del suelo.

No os confundáis, pues hubo un tiempo en que viajó y se maravilló contemplando el mar, dejándose mecer por las olas, incluso conoció otros países en los que el viento susurraba a sus oídos poesías en otros idiomas, pero siempre terminaba volviendo al lugar que la había visto nacer y un día ya no lo abandonó.

Sí, en el fondo de su corazón, amaba aquel sitio, aquel pequeño pueblo que conservaba en sus rincones todos sus recuerdos y en el que vivía su familia, a la que dedicaba la mayor parte de su tiempo.

Nunca hubo una mujer que se entregara como ella a su gente y que disfrutara tanto haciéndolo.
Sobre todo, le encantaba acompañar a su abuela, dar largos paseos con su padre, y comer los domingos en casa de su tía rodeada de todos aquellos seres que tanto quería y que, como ella, permanecían en aquel lugar al que el tiempo, para ellos, les había concedido el regalo de no cambiar.

Como un árbol, fue echando raíces hasta que un día sin darse cuenta quedó atrapada en ellas y comenzaron a asfixiarla.

Algunos atardeceres, se sentaba en el jardín y miraba, con cierta nostalgia, las fotos de aquellos viajes. Habían pasado muchos años y aunque alguna vez soñaba con volver a viajar siempre encontraba alguna excusa para no hacerlo.

Un día un pájaro se posó en sus ramas decidiendo permanecer a su lado y hacerla compañía. Cantaba sus amaneceres con alegría y al anochecer se acurrucaba cerca de ella. Pero aquella mujer árbol no entendía por qué aquel pequeño no volaba lejos. Si ella hubiera tenido alas, pero no, ella en su lugar tenía raíces y pensándolo mucho entendió que a lo mejor aquel gorrión se había cansado de volar.

Pasaron los años y una mañana al despertar no oyó su cantó. Pensó que por fin se había ido pero no, había muerto. Mientras lo enterraba escarbando aquella tierra, se dio cuenta de lo fácil que sería desenterrar sus propias raíces.

Aquel día llenó una maleta, cerró la puerta de su casa y emprendió un viaje sabiendo que pasado un tiempo volvería de nuevo a aquel lugar, pues era un ser de tierra pero eso no significaba que no pudiera soñar…

3 comentarios:

  1. ¡Vaya...pude entrar! Maravilloso relato...felicitaciones por tu pròximo libro...

    Mis cordiales saludos

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  2. Acostumbrada a corretear por el prado, a circundar las hondonadas traicioneras del páramo, las manos licenciosas de los hombres, a dormir en su dúctil colchón ablandado con borra.

    Bla bla bla


    Bonito texto guapetona.

    BESOTE

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Antes de nada: gracias.