Una vez, siendo niña, sentí la soledad de su resplandor, aquel brillo perdido en la inmensa oscuridad, sólo quebrada por el leve fulgor de las estrellas, sus eternas compañeras. Aunque nunca negué su belleza, no pude evitarlo, me compadecí tanto de aquel extraño destierro que en mi inocencia, fui haciendo mío y me imaginé que era una mujer...

lunes, 12 de diciembre de 2011

LOS RELATOS DEL AGUA 8. ROCÍO INVERNAL. OTRO DÍA.


Otro día.

Después de pelearme con las sábanas, tratando de decidir si me levantaba o me quedaba acurrucada entre los sueños que la noche había bordado entre ellas, pensé que sí, que había que levantarse.

Descalza, en mi realidad, agradecí haber puesto este año la chimenea, pues mis pies no sintieron frío, y pudieron andar libres

Qué acogedor es el calor de la chimenea. Decididamente es una compañía agradable en estos días en los que el invierno, gélido y húmedo, parece que quiera, cada mañana, robar ese sol que tanto me gusta.

Sin meditarlo mucho, solo lo justo, lavé mi cara con agua fresca, como no podía ser de otra forma, dándole una última bofetada a la pereza que últimamente siempre me reta en el despertar de mis días.

Despierta por fin, ante el espejo, secándome la cara, tratando de aplastar un poco mis rizos declarados en rebeldía, me repetí, “Es otro día”. Una vez que me siento por fin yo, no puedo pararme, aunque mientras preparaba el té, traté de no pensar (últimamente creo que lo hago demasiado). 

Con la taza en la mano, desperté al remolón de mi perro. A él sí que no le gusta nada el invierno, y aunque luego, cuando por fin le convenzo de que salga al jardín, mueve contento su cola, entra de nuevo en casa, me hace alguna carantoña y vuelve a su rincón para acurrucarse de nuevo. Hoy salí con él, y aunque no había llovido, el suelo estaba mojado, y las hojas que, aún hoy caen de mis árboles, se habían pegado a él, formando un mosaico hermoso con rojos, verdes y ocres brillantes…

Un cuento…

“Una mañana de invierno todo amaneció cubierto de un manto de agua brillante.

Busqué una lluvia que la noche hubiera traído, pero no había charcos en el suelo y supe que era, simplemente, el rocío que el invierno regalaba; un rocío frío pero hermoso.

Algunas gotas tímidas sobre la corteza de los árboles desnudos, temblaban ante la idea de desprenderse de aquella superficie que las había visto nacer. Me fije que, con cierta añoranza, contemplaban a las afortunadas que habían nacido sobre hojas de hermosos colores y a aquellas que, sobre el jazmín, se mostraban orgullosas como él, que siempre sale vencedor de todos sus inviernos.

Pobres gotas. No podían evitar sentir el miedo de no saber dónde acabaría su viaje una vez que abandonaran aquel fugaz hogar. No se daban cuenta que ellas, en su recorrido, con un poco de suerte se posarían, sin quebrarse, quizás, sobre aquella hoja roja del cerezo, para colmarla en su hermosura.

Tan frágiles y al mismo tiempo tan fuertes.

Si hubiera tenido un frasco de cristal en ese momento, las hubiera recogido a todas, pero no lo hice, ni siquiera lo busqué, porque si lo hubiera hecho, aquellas gotas hubieran perdido la magia de ese instante.

Hoy antes de irme, pasé cerca del ciruelo, y una resbaló cayendo sobre mi rostro…”

1 comentario:

  1. Un relato delicado y al final algo nostálgico. me ha gustado.

    Un abrazo.

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Antes de nada: gracias.