Una vez, siendo niña, sentí la soledad de su resplandor, aquel brillo perdido en la inmensa oscuridad, sólo quebrada por el leve fulgor de las estrellas, sus eternas compañeras. Aunque nunca negué su belleza, no pude evitarlo, me compadecí tanto de aquel extraño destierro que en mi inocencia, fui haciendo mío y me imaginé que era una mujer...

miércoles, 11 de mayo de 2011

LOS RELATOS DEL VIENTO. 3. EL GUARDIÁN DEL VIENTO



“A su alrededor no percibía nada, sólo la sensación de ser un hombre solo…”

La verdad es que no encuentro ningún recuerdo en el que entregándome a él, sintiera su caricia. Quizás sea porque nací en las tierras del viento y sin posibilidad de elección, tuve que compartir mi vida con él.

De niño, en muchas ocasiones, acompañaba a mi padre. Atravesábamos a pie montañas sintiendo su azote en el rostro. Yo buscaba su mano por miedo a perderle, por temor a que su paso rápido y firme le alejara de mi. Él quería que me hiciera fuerte, que me convirtiera en guardián de aquella tierra y gobernara el aire.

Y cuando un día la muerte le alejó de mí, ni tan siquiera en aquella mañana soleada, sentí su piedad.

Cada día, como un verdugo sin rostro, extendía su frío látigo sobre mi cuerpo, y su furia atronadora invadía mis oídos. Entonces, empecé a entender porque mi padre caminaba en silencio.

¿Quién podría gobernarlo? Tan sólo podría encontrar una pequeña victoria en el propio aislamiento, demostrándole que no me derrotaría nunca.

Y en mi retiro, la soledad…

Sí, cuando siento el fuerte soplo, tratando de no escuchar sus amenazas, de buscar mi propio silencio para acallar su voz, me siento solo.

He tratado en estos años de encontrar nuevas tierras en las que reinara su olvido, pero siempre he acabado regresando a este lugar.

Ahora, cada mañana, soy yo el que atraviesa montañas a pie, sin miedo a su rabia, pues al final me he convertido en este destierro, en el guardián del viento.


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6 comentarios:

  1. Hola Ana, un interesante relato, impregnado de sabores al pasado y un soplo de viento tal vez hacia el futuro.

    Saludos

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  2. volver sin entender el por qué, apego, tradición miedos, buscar erespuestas, entender......quien sabe.

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  3. Un relato muy interesante, bien narrado, equilibrado. Dejas las justas interrogantes para que podamos imaginar mas allá de las palabras, eso es de agradecer, nada facil pero lo consigues.

    Es de los relatos que dan pié para desarrollar historias paralelas, no lo haré, aunque ande incitado.

    Felicitaciones. Esta vez te ganaste el notable alto.

    BESOTE

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  4. no me lo esperaba...me emocionaste...
    imagino a mi padre en ese caminar solo
    como guardián del viento...

    INTENSO, muy INTENSO

    Me gustó mucho Anita !!

    Un beso grande!!

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  5. Aquella mañana había amanecido brumosa, no fría pero si algo destemplada. Cuando el aire se fue aclarando de la espesa niebla, tímidos rayos de sol alegraron las calles de la aldea. Los pájaros reanudaron su algarabía entre las ramas de árboles cuyas hojas, aun húmedas, pareciera haber estado llorando toda la noche. Debiera ser poco más del las nueve de la mañana, el eco de las campanas aun se percibía, escuchaba, lejano pero sin haber perdido su ritmo acompasado. Fue el trote de los cuatro caballos el que fulminó aquella paz acostumbrada. Que el carruaje estacionara en la plaza, frente al cuartel gestionado por el intendente venido de fuera hacía pocos meses y cuya brigada, acostumbrada a la pereza o rutina, tenían como centro de sus jocosidades y chanzas, pues, exceptuando fechas muy señaladas, nadie descendía de aquel coche que solía pasar con ruido, dejando una estela de polvo tras de sí. Nadie sabía de sus ocupantes, viajeros, si acaso una fugaz mirada tras las cortinas de cuero y de nuevo se perdían por los caminos arbolados. Cuando el polvo descendía, se amoldaba al suelo, el eco de las campanas quedaba en olvido, se rizaba por montes cercanos entre matas de espliego y tomillo.

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  6. Vuelvo a dejar este escrito (No comentario) con añadido, ya que tu tasa de visitantes y saludos quedó, inexplicablemente, a cero.

    ...

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    Aquella mañana había amanecido brumosa, no fría pero si algo destemplada. Cuando el aire se fue aclarando de la espesa niebla, tímidos rayos de sol alegraron las calles de la aldea. Los pájaros reanudaron su algarabía entre las ramas de árboles cuyas hojas, aun húmedas, pareciera haber estado llorando toda la noche. Debiera ser poco más del las nueve de la mañana, el eco de las campanas aun se percibía, escuchaba, lejano pero sin haber perdido su ritmo acompasado. Fue el trote de los cuatro caballos el que fulminó aquella paz acostumbrada. Que el carruaje estacionara en la plaza, frente al cuartel gestionado por el intendente venido de fuera hacía pocos meses y cuya brigada, acostumbrada la pereza o rutina, tenían como centro de sus jocosidades y chanzas, pues, exceptuando fechas muy señaladas, nadie descendía de aquel coche que solía pasar con ruido, dejando una estela de polvo tras de sí. Nadie sabía de sus ocupantes, viajeros, si acaso una fugaz mirada tras las cortinas de cuero y de nuevo se perdían por los caminos arbolados. Cuando el polvo descendía, se amoldaba al suelo, el eco de las campanas quedaba en olvido, se rizaba por montes cercanos entre matas de espliego y tomillo.

    El viajero descendió no sin esfuerzo, indudable su lozanía y juventud, pero, sin duda, tan largo trayecto habían dejado sus huesos anquilosados. Una vez en tierra descendieron su escueto equipaje. Un maletín de cuero repujado que, a los pocos ojos que observaban, curiosos, daba pie a pensar que su visita pudiera ser fortuita o puro capricho aventurero. Reanudó el carruaje su trayecto programado. El mediodía convocaba silencio, pasó un escuálido perro buscando las sombras, avergonzado. El viajero se libró de su oscuro sombrero, miró a lo alto, al cielo impoluto, radiante, azulino, sin vestigios de nubosidades implicadas en lo que fuera un amanecer vaporoso.

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Antes de nada: gracias.