Una vez, siendo niña, sentí la soledad de su resplandor, aquel brillo perdido en la inmensa oscuridad, sólo quebrada por el leve fulgor de las estrellas, sus eternas compañeras. Aunque nunca negué su belleza, no pude evitarlo, me compadecí tanto de aquel extraño destierro que en mi inocencia, fui haciendo mío y me imaginé que era una mujer...

martes, 12 de abril de 2011

DIEZ CUENTOS NEGROS. X. LA CASA.


Todavía existe quien compone música inspirándose en la oscuridad que alberga en su interior. Son notas estridentes para aquellos que nunca cruzaron a un lado, en ocasiones de extrema nostalgia y en otros tenebroso.

Nunca me encontré verdaderamente en las tinieblas, pero no dejo de ser tentada imaginándome la música que me acompañaría.

X. LA CASA

Durante todos estos años he vivido en la convicción de que el tiempo a sabiendas se olvidó de aquella casa, permitiendo su eternidad.

Muchas son las leyendas que sobre ella existe y aunque muchos han tratado, en ocasiones, de averiguar su verdadera historia, al final, el misterio que la rodea ha terminado por desdibujar la realidad.

Sólo una cosa es cierta, a pesar de no estar habitada existen noches en las que… Pero me estoy adelantando, y quizás antes de desvelarles algo que seguro hará que me tachen de loco, voy a ofrecerles primero mi testimonio.

Cualquiera que pasease por la pequeña ciudad en la que vivo, igual que me sucedió a mí la primera vez que lo hice, le llamaría la atención, sin duda, la calle en la que está ubicada, pues el resto de viviendas guardan con gran respeto la distancia que les separa de ella, dejándola prácticamente desterrada.

En mi caso, recuerdo como aquel atardecer no pude evitar detenerme frente a ella. Me pareció hermosa a pesar de su jardín abandonado y tan inerte, como la hiedra que envolvía su fachada.
No tuve ninguna duda acerca de que allí no habitaba nadie desde hacía mucho tiempo, quizás más del que mi mente pudiera imaginar, pero mientras la contemplaba tuve la extraña sensación de que alguien desde dentro me estaba observando, y me sorprendí a mi mismo en un escalofrío que recorrió mi espalda.

Así me encontró Marianne que, al verme, se detuvo a mi lado observándome con atención. Rápidamente adivinó que era nuevo en la ciudad y después de las presentaciones, durante unos segundos, pareció compartir conmigo aquella visión.

Confieso que me sorprendió su atrevimiento, casi tanto como su belleza extraña, casi rozando lo intemporal.

Parecía tener prisa, pero mientras miraba la casa me preguntó si alguien ya me había hablado del misterio que rodeaba aquel lugar y, al responderla que no, me advirtió de que en su interior ocurrían cosas extrañas.

Pensé que bromeaba y comencé a reír, pero al mirarla vi su rostro lleno de seriedad.

Ella se despidió y continuó su camino atravesando aquel jardín. Yo todavía permanecí unos segundos pensando en sus palabras.

Aquella noche, en mi habitación, mientras trataba de dormirme, reviví aquel momento, y decidí regresar al día siguiente. Volví a la misma hora con la esperanza de encontrarme con ella. La casa seguía igual, pero Marianne no apareció, y lo mismo sucedió los siguientes días que acudí.

Pasó algún tiempo, pero no conseguí olvidarme del incidente. Traté de averiguar por mi cuenta a quién pertenecía aquella casa, pero hasta eso era un misterio, y en los registros prácticamente se perdían los datos, lo cual resultaba sorprendente porque aquella no dejaba de ser una mala propiedad.

Lo que sí me quedó claro es que sobre ella existía la creencia de que estaba encantada. Pocos eran los que se prestaban a hablar de ello y los que reunían el valor de hacerlo, juraban haber escuchado algunas noches como una melodía lejana se escapaba de entre aquellas paredes, la música triste y el lamento de un piano.

Tan grande fue mi curiosidad que llegó el día en el que me decidí a regresar dispuesto a permanecer allí, si era preciso hasta que llegara el alba, para tratar de averiguar cuál era el misterio que rodeaba a esa música.

De nuevo frente a la casa, oí sus pasos rápidos y supe que era ella, Marianne. Me sonrió y, tras saludarnos, me dijo que aquel día sabía que me iba a encontrar allí.

Tratando de detener su camino, le pedí que compartiera conmigo lo que ella sabía de aquella casa, pero su rostro se volvió sombrío de nuevo, y tuve la sensación de que se iría. Entonces, me asombró, de nuevo, adentrándose en aquel jardín e invitándome a pasear con ella mientras la historia comenzaba a brotar de su boca, y lentamente caía la tarde.

“Hace mucho tiempo un compositor llegó a esta ciudad en compañía de su joven esposa. Buscaban un lugar tranquilo para vivir y éste les pareció el sitio perfecto.

Rápidamente, mandaron construir esta casa que se convirtió en una de las más hermosas de toda esta ciudad.

Los primeros años de su vida aquí, fueron muy felices. Él se dedicaba a componer con su piano sinfonías que completaban cada rincón de esta casa y ella, mientras le escuchaba, cuidaba de este jardín, embriagando con su amor cada planta que en él crecía.

Pero el músico se fue haciendo cada vez más famoso y sus compromisos de trabajo le obligaron a viajar.

Al principio, ella le acompañaba, pero después de un tiempo decidió quedarse a esperarle, sintiéndose poco a poco, en su ausencia, prisionera de esta casa. Su felicidad comenzó a durar el tiempo de su regreso y empezó a sufrir el abandono por aquel piano con el que componía y que le robaba los instantes de su amor.

Aunque él la amaba más que a nadie en el mundo, no vio ningún peligro y, sin tratar de evitarlo, continuó dedicándose a su música, convencido de que ya llegaría el tiempo en el que los dos pudieran disfrutar más de su compañía.

El tiempo se lleno de reproches y el olvido del amor se hizo presente, y en ella, la locura.

Las melodías del compositor se tornaron más oscuras, la fama le abandonó y en un intento por recuperarla amenazó a la mujer con su abandono, abriéndole las puertas de la casa.

Al hacerlo, se condenó, porque ante él, en su jardín, su mujer creyendo que él ya no la amaba, se quitó la vida y sólo después de muerta recuperó la cordura, aunque de nada le sirvió pues nunca pudo volver a su lado.

Después de aquello, preso de la culpabilidad, él se encerró en el interior de esta casa y se negó a salir de ella incluso cuando le sobrevino la muerte. Todavía hoy, algunas noches, se aferra a su viejo piano tratando de terminar una sonata para su amor, una composición en la que entregó el recuerdo de un tiempo lleno de felicidad”

Escuché cada una de sus palabras sin darme cuenta de que la noche comenzaba a asomar su rostro sobre nosotros, y al hacerse la oscuridad empecé a oír golpes dentro de la casa y como se abría una puerta y se cerraba otra, después silencio, y unos segundos más tarde aquel piano comenzó a tocar sus notas.

No podía creerlo, pero ahí estaba aquel sonido.

Nunca creí en fantasmas y dispuesto a desvelar aquel misterio conseguí abrir una ventana y adentrarme en aquella casa, mientras Marianne se quedaba en aquel jardín con el rostro sereno.

Dentro, todo parecía intacto a pesar de los estragos del tiempo. Siguiendo la música, llegué a una pequeña sala en la que estaba aquel piano muy cerca de la ventana. Pude comprobar cómo no había nadie y sin embargo las teclas se movían. Y de nuevo, un escalofrío recorrió mi espalda.

Pensé que se trataba de algún mecanismo y me acerqué aun más, mientras la música parecía no acobardarse ante mi presencia, entonces, sobre él, vi una vieja partitura, su título, “Marianne”. Ella era la esposa.

A través de la ventana traté de buscarla y pude contemplarla tal y cómo era. ¿Cómo no me di cuenta? La luz de una tímida luna parecía atravesar su cuerpo en ese momento etéreo.

Por eso siempre tenía prisa, volvía a su jardín a sabiendas de que nunca podría entrar de nuevo en esta casa.

Después de unos minutos en los que el desconcierto golpeó mi mente, decidí abandonar aquel lugar no pudiendo dar crédito a lo que había presenciado.

El jardín estaba vacío, y antes de dejar del todo atrás la casa, me giré para contemplarla. La música había cesado y allí, al pie de la ventana, se encontraba el esposo. Nunca dejo de amarla.

Han pasado muchos años desde aquella noche.

Al principio, llegué a pensar que todo había sido fruto de mi imaginación por aquel aspecto fantástico que presentaba aquella casa, pero todavía hoy, hay atardeceres que acudo de nuevo allí y a veces me encuentro con Marianne, entonces hablamos y dejo que me cuenté de nuevo la historia, aunque antes de que la melodía del anochecer de comienzo, me despido de ella y la dejo sola en su jardín…



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6 comentarios:

  1. Me gustó mucho la entrada. Tiene el ritmo perfecto de los relatos de misterio, el lector se sumerge enseguida la atmósfera sobrenatural y los caracteres están muy bien perfilados. Eso es mi impresión de estilo. Mi impresión interior es que no toda oscuridad es negativa, también puede haber aqtracción e incluso una extraña forma de amar.
    Saludos.

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  2. Hiciste una mezcla perfecta para un libro de suspenso/terror, una casa de impacto, un musico y su amada, acompañados por sucesos extraños y melodias que erizan la piel.

    Me gusto la combinacion, y ademas la narraste genial, muy bien señorita.


    Besotes Ana!

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  3. wuauuuuu!! me adentré en la historia niña!!
    haces que resulte fácil imaginar cada escena, pareciendo una película...fantástico!!

    Un beso enorme y gracias por deleitarnos con tus maravillosos cuentos, éste me ha encantado, si cabe, un poco más...me hubiera gustado seguir...

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  4. No solo leo tus letras...las siento y las vivo…que decirte que no te haya dicho ya¿?...con tus historias es como estar en cuerpo presente en cada escenario y lugar que describes…
    Inmenso amiga, un verdadero deleite…;-)

    Muackss!!

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  5. Sin palabras que puedan describir los suspiros que roba cada obra que os presentas; sin duda eres de mis escritoras favoritas, no me canso de repetirlo...me encanta lo que obsequias; veré que puedo compartirte de las leyendas urbanas que caminan de boca en boca por estos lares...se te extraña...besos oscuros!!!!

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  6. En un asiento cualquiera, en un ricón incomodo donde ni la luz, ni el aire debiera acomodarse en mi rostro. En los ventanales de enfrente solo el tiempo empuja con insidencias sufrientes. Pedí el mejor menú. Estaba entoces en paz, tranquila. Era consciente que no dejaba un adios siquiera insinuado. En mi camino todo era olvido. El rey de reyes estuvo tanto tiempo clamando, cantando, misericorde. Debiera conglaturarme. Hacer un último intento. Atar mi libertad tan solo a la voz del viento, al aire que no miente, arrastra voces de hombres, mujeres. El Sol se mueve y yo sin saber si continuar hacia el norte o cambiar. Esta noche no deben estar mis cabellos destrenzados por manos duras de hombre. Desgastaré neumáticos hasta encontar un susurro que me lleve a la cama.

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Antes de nada: gracias.