Una vez ya escribí sobre los colores.
¿Lo recuerdas?
Yo que había empuñando con valentía
el estandarte negro de mi alma, me vi envuelta en una quimera de luz.
Aprendí tanto…
Ahora sueño…
He pintado espejismos dormida y
despierta me ha costado renunciar a un letargo en el que me sentí seducida por
todos sus matices, incluso los que herían mi voluntad.
Hoy, me resisto al amanecer porque sí, porque la
vida me asusta aunque ya la hice mía.
Y de nuevo, la sinfonía de mi corazón…
Duele despedirse de un sueño que teñí
del más hermoso verde, de un verde nocturno
bañado por mis lunas, de un verde que se respira y duele, que se desnuda, que palpita…
Hoy me resisto al amanecer porque sí,
porque temo perder la ilusión y aún me quedan tantas palabras escondidas.
Y de nuevo, la esperanza que ya no se
calla, atormentando mis sentidos.
no sé si estoy más sensible de lo normal, pero hoy, en ese amanecer...me has emocionado
ResponderEliminarporque entre tanta palabras escondidas, muere ese sueño...
Un beso enorme!! qué GRANDE ERES JODIA!!!
Excelente esta serie.
ResponderEliminarDejas fluir, con cuidado lirismo, parte de ti. Eso hace seas más transparente con lo que ello conlleva. Tu mismo, sinceridad desbordas.
He estado releyendo la mayoría de los textos y pienso que son digno de fundirlos en uno solo, quizás mas adelante, con las pertinentes correcciones, pues, pienso, que hay redundancias si lo tomas en un conjunto, pero, a mi endeble entender, has reunido un poema extenso en prosa muy digno.
Yo, culpable, me quito el sombrero y añado un contrapunto oscuro. ¿Qué quieres Luna, Lunita, Lunera... es que ando metido en eso de la novela negra estos últimos tiempos y ando ensayando.
...
El camarero le sirvió la copa con en el habitual semblante de pereza, flemático. Sacó de su bolsillo el mechero bañado en oro que le regalaron en una de sus últimas onomastica. La música para entonces había dejado de sonar y solo se escuchaba el trasiego continuo que tras la barra del bar provocaba aquel único empleado que,sin duda, ansiaba liberar sus huesos de aquel antro mortecino. Palpó sus bolsillos buscando cigarrillos. El envoltorio acartonado de Camel sin filtro solo le ofreció unas minusculas hebras de tabaco apelmazadas. Fue cuando quiso sacar la billetera para abonar lo consumido y pedir cambio para un nuevo suministro de nicotina que la puerta se abrió y entró. Ella.
El silencio se arrinconó al primero de sus pasos.
—¡Pero bueno! Si aun andas acompañado. ¿Y quién este angelito que te vela a estas horas?
La fiebre llega sin avisar. Un cuerpo de apenas poco mas de veinte años ceñido en lo imprescindible.
Fumé aquella noche, mas de lo debido. No sabría decir cuantas copas se fueron sucediendo. Llegó el alba. El despertar. Es raro, al ver mi cama vacía, me vino a la mente el camarero indolente.