Desperté en mi sueño embriagada por los últimos latidos de un
bosque de árboles antiguos; árboles desnudos que fenecían lentamente al tiempo
que narraban sus propias leyendas.
Hubiera sido fácil dejarme llevar por aquellas historias pero,
en su lugar, Busqué asustada, entre ellos, el mío, intentando no escuchar el
lamento de aquella tierra árida.
No, aún no era el momento.
Caminé sobre raíces, apartando aquellas ramas desiertas de
vida y entre sus sombras tristes,
contemplé una figura que ocultaba el sol bajo su capa.
Me sentí cobarde al dar la espalda a la muerte y huir de
aquel sueño, pero mi árbol no estaba
allí y no consentiría más mentiras.
El mío aún permanecía, solitario, en aquella colina verde
respirando brisas, soñando lluvias.
No, aún no era el momento.
Y lo volví a contemplar…
Percibiendo su fuerza, la hice mía acariciando su tronco,
condenando al olvido aquel cementerio en el que algún día mi árbol contaría su propia
historia y yo soñaría con ella, entregándome a su muerte.
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