Una vez, siendo niña, sentí la soledad de su resplandor, aquel brillo perdido en la inmensa oscuridad, sólo quebrada por el leve fulgor de las estrellas, sus eternas compañeras. Aunque nunca negué su belleza, no pude evitarlo, me compadecí tanto de aquel extraño destierro que en mi inocencia, fui haciendo mío y me imaginé que era una mujer...

martes, 8 de mayo de 2012

QUIZÁS UN SUEÑO. EL SÉPTIMO.






Las paredes se llenaron de pájaros azules, de una infancia que no quedó en el olvido.

Aunque,  en mi sueño, me pareció escuchar sus trinos, aquella ya no era mi casa y en su hondo vacío mi respiración los aniquiló.

No, ya no quedaba nada, tan solo las ventanas.

Quise apoyar mi mejilla sobre el cristal, deseé contemplar con aquellos ojos las horas desdibujadas, pero ni siquiera reconocí aquel parque, ni aquellos niños.

No, el sueño esta vez no me concedió el eco de aquellas risas con sabor a vainilla y aquellos pájaros se transformaron en mentiras azules que sujetaron durante, no sé cuánto tiempo,  las nubes en las que me sentí feliz.

El engaño del maldito, sin su lámpara, sin su unicornio, sin su magia. Sí,  me dejé engañar.

No sé si entonces me sumergí en un océano o en el interior de una botella o tal vez fue en tus ojos, pero busqué algo en lo que hundirme y desaparecer. Quería despertar, abandonar aquella casa en la que ya no quedaba nada mío.

Pero a estas alturas ya sabes que mis sueños son extraños y fue curioso porque al abrir los ojos me convertí en  nube y mi sueño se lleno de mí.

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