Las
paredes se llenaron de pájaros azules, de una infancia que no quedó en el
olvido.
Aunque,
en mi sueño, me pareció escuchar sus
trinos, aquella ya no era mi casa y en su hondo vacío mi respiración los
aniquiló.
No,
ya no quedaba nada, tan solo las ventanas.
Quise
apoyar mi mejilla sobre el cristal, deseé contemplar con aquellos ojos las horas
desdibujadas, pero ni siquiera reconocí aquel parque, ni aquellos niños.
No, el sueño esta vez no me concedió el eco de
aquellas risas con sabor a vainilla y aquellos pájaros se transformaron en
mentiras azules que sujetaron durante, no sé cuánto tiempo, las nubes en las que me sentí feliz.
El
engaño del maldito, sin su lámpara, sin su unicornio, sin su magia. Sí, me dejé engañar.
No sé
si entonces me sumergí en un océano o en el interior de una botella o tal vez
fue en tus ojos, pero busqué algo en lo que hundirme y desaparecer. Quería
despertar, abandonar aquella casa en la que ya no quedaba nada mío.
Pero
a estas alturas ya sabes que mis sueños son extraños y fue curioso porque al
abrir los ojos me convertí en nube y mi
sueño se lleno de mí.
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