Fue una idea, de esas que a veces se me ocurre. Quería escribir un cuento de Navidad y al empezarlo pensé que estaría genial escribirlo con todos vosotros. Pero con todos ha sido imposible, sobre todo por falta de tiempo.
Nota: Para el próximo año lo planificaré con mucha más antelación ja ja ja ja ja ja.
Aún así, la experiencia de haber compartido esto con muchos de mis queridos amigos ha sido un placer.
Mi queridos Anabel,Milagros, Eurice, Gara, Sandra, Silvia, Cornelis, Adolfo Payés y todos los demás que me dejo en el tintero y que sois muchos, queda pendiente el que algún día escribamos algo juntos ¿vale?.
Y a los que habeis escrito, joder, y perdonar la expresión que se que es Navidad y no debería decir tacos, QUE OS LO AGRADEZCO DE TODO CORAZON: YARDAN , CHARO, ANA, YAIZA, ARWEN,MANOLO JIMENEZ, JUAN, RAFA, SENSACIONES, HARGOS, LUNA, MARIA, ADELFA MARTIN, PACO ALONSO, NEL, MARI, REY SAGRADO, SIAB-MINIPRINCESAAZUL, NOE, CALAVERA Y DIABLITO.
REALMENTE ESTE CUENTO LO HABEIS ESCRITO VOSOTROS. Para mi desde luego será un recuerdo.
Y ya no digo nada más, simplemente desearos lo mejor para el año que se avecina. Que todos vuestros sueños y deseos se hagan realidad. Y nos vemos en Blogger, que lo sepais.
CUENTO DE NAVIDAD CONJUNTO: "LA ILUSIÓN DE LUCÍA"
Caía la noche y la pequeña Lucía apoyaba su carita contra la ventana para perder su mirada en las luces de las guirnaldas que adornaban la calle. Pronto sería Navidad y en sus sueños, papá regresaba a tiempo para cenar como una familia de verdad. Eran pocas las Navidades que podían estar juntos, los tiempos eran difíciles y las necesidades imperiosas, pero aquellas luces brillantes de colores la hacían creer que todo era posible.
De pronto comenzó a nevar, lo que era extraño porque en su ciudad nunca lo hacía. Siempre había visto en la televisión esos paisajes blancos donde los niños jugaban con sus trineos y hacían muñecos de nieve con una zanahoria por nariz. Se sintió feliz, tal vez aquellas imágenes tan lejanas podrían hacerse realidad. Por la mañana todo estaría cubierto de aquel manto inmaculado. Sería la mejor Navidad que recordaba de su corta vida.
Hacía mucho tiempo que soñaba con la nieve, y al comenzar a caer esos copos diminutos, que ella pensaba que eran de algodón, abrió la ventana y quiso tocarlos. En ese momento comprobó que, al calor de sus manitas, los copos se convertían en agua, limpia y fría, pero agua al fin y al cabo. Le sorprendió su suavidad, y aunque no fueran algodón, su tacto le encantó. Alzó su vista al cielo, para después cerrar los ojos y pedir ese deseo que tanto ansiaba. Alguien, hace mucho tiempo le dijo que el día que nevara en su ciudad podría pedir un deseo, y que la nieve se encargaría de cumplirlo.
Había llegado el momento, Lucía cerró sus preciosos ojos azules, y sintió como el corazón se salía de su caja, solamente de visualizar ese gran deseo, ese deseo que llevaba pidiendo mucho tiempo, y que casi nunca se cumplía. Recordó aquella Navidad cuando mamá y papá discutieron por algo que nunca llegó a comprender, pero desde ese día sus Navidades fueron muy distintas, ya no existía esa alegría, y papá se pasaba mucho tiempo fuera. Alguna vez había visto llorar a su mamá hablando por teléfono. Deseó con todas sus fuerzas verlos unidos, volver a ser esa familia feliz que tiempo atrás habían sido.
Tan fuerte fue su deseo de Navidad, que fue escuchado por la gran Dama Blanca que desde los confines del eterno tiempo escuchaba los deseos de los mortales. Le sorprendió ver el alma tan pura de la pequeña Lucia, que no pedía nada para ella, solo quería que su papa y su mama volvieran a encontrar el camino de su amor perdido, por ello por su bello corazón, la bondadosa Dama blanca decidió concederle su deseo, pero antes debería pasar una dura prueba.
La Navidad era la fiesta de la solidaridad y el compromiso con los demás, Lucía había pedido un deseo que era precioso pero había olvidado, sin darse cuenta, a todos para los que la nieve era frío, buscar un techo, algo de comida caliente... era preciso que recordará que el Amor es para con todos, especialmente para con los que menos tienen.
¿Cómo hacérselo comprender sin dañar tanta inocencia? Para ello la gran dama intento explicarle de la forma más sencilla, como podría conseguir ese Amor para todos los que lo necesitaran, y le dijo: “mira Lucia cuando vayas por la calle con tus amigos y veas a una persona ciega que quiere cruzar la calle, cógela de la mano y se sus ojos para ella, cuando veas a una persona mayor que lleva peso en sus manos, ayúdala liberándola de ese peso que lastima sus brazos y espalda, con todo esto conseguirás que su corazón y el tuyo latan de una forma muy especial y ambos sentiréis lo que es el amor en vuestros corazones”.
Así pues la pequeña Lucía salió a la mañana siguiente dispuesta a sentir en su compasivo y limpio corazón la señal de aquello que los mayores denominaban amor, desinteresado amor, aunque no sin cierta inquietud y desasosiego.
Ya vestida con su abrigo bien abotonado, su bufanda anudada al cuello, y sus pies bien enfundados en gruesos calcetines bajo las botas, abrió la puerta de la casa. Una ráfaga traicionera quiso impedirle con gélidos motivos la expedición que se proponía. Encogida y algo más desorientada que en los días anteriores, en que la nieve solo era un sueño, una quimera imposible de estampa navideña, enfiló sus pasos por las calles solitarias en busca del ser desvalido, necesitado de su pronto cuidado, aquel que habría de facilitarle, una vez consumado el buen gesto, la obtención del deseo que en su más intimo seguía anhelando con toda sus ansias y fervor.
Pero no había contado la pequeña Lucía que con la llegada de la nieve también el frió había hecho presencia con más furor y rabia de lo que era costumbre en su pequeña ciudad. Tras deambular por las principales calles seguía sin encontrar alguien que necesitara de sus favores, de su cariño y disposición. En verdad, tras más de media hora rondando de aquí para allá solo encontraba calles vacías y los pocos viandantes que se le cruzaba iban con prisas, deseando regresar nuevamente al calor del hogar.
El frío se había hecho intenso, duro y consistente, y Lucía empezó a no sentir sus pies y su cuerpo comenzó a temblar. Continuó caminando lentamente, apenas le quedaban fuerzas. Así que decidió regresar a casa antes de acabar congelada. En el camino de regreso, cuando sus esperanzas parecían esfumarse, divisó a lo lejos algo oscuro entre el manto blanco. Parecía un bolso o una maleta, se acercó y comprobó que era una manta gruesa de color burdeos y se sorprendió, casi se asustó, al percibir movimiento. Se inclinó para cogerla y al levantar su mano observó a un gatito tiritando. Lucía se emocionó al ver que el pobre gatito tenía tanto frío como ella y lo envolvió en la manta, se lo puso entre sus brazos y como pudo continuó caminando hacia su casa.
Cuando llegó, inmediatamente colocó al gatito justo al lado de la chimenea, con una mantita limpia y le acercó un tazón con leche. Se sentó a su lado y no se separó ni un instante del gatito y lo mimó muchísimo, acariciándole a cada momento, y hablándole dulcemente. Su madre le preguntó qué dónde lo había encontrado, que posiblemente sería de alguien y tendrían que devolverlo. Lucía se echó a llorar porque quería quedárselo, pero en seguida comprendió que su madre tenía razón y que si en algún hogar había un niño que había perdido su gatito estaría triste.
Pero de momento lo tendría, mientras el viento soplara con su aliento frio, ella lo tendría. Se abrazo a él, dándole el calor de su pequeño cuerpo, se recostó a su lado, mientras sus pequeños ojos azules, buscaban luces de colores entre las llamas de la chimenea. Su dama blanca estaba en ellas, mostrando una bella sonrisa. Bien hecho pequeña, todos necesitamos el calor de unas manos.
Al día siguiente Lucia salió de su casa dispuesta a encontrar al niño que había perdido a su gatito; triste porque le había cogido mucho cariño, pero sabiendo que lo tenía que devolver porque su dueño seguro que estaría más triste que ella, y buscando, encontró en la calle a un niño llorando y Lucia intuyó enseguida que aquel era su dueño. Mostrándole el gatito rápidamente el niño lo cogió en sus brazos y dejando de llorar le dio las gracias de corazón.
Contenta por tener dos nuevos amigos Lucia se despidió de ellos y siguió buscando lo que le había dicho la gran Dama blanca, alguien desvalido, para poder ayudar y conseguir su deseo. Llena de ilusión así lo hizo con la esperanza de que sus padres volvieran a estar juntos.
Ahora se sentía más segura, si había conseguido devolver al niño su gatito perdido podría ayudar a más personas y así la Dama Blanca le concedería su gran deseo.
Hacía un intenso frio pero ella iba con la esperanza de que habría alguien que necesitara de su ayuda. En un asiento del parque se encontró cartones amontonados y pudo comprobar que había alguien dentro. Sintiendo una gran pena y tristeza porque no tuviera un hogar y alguien que le brindara cariño y una taza de chocolate caliente, se acercó despacio y le preguntó si se encontraba bien y necesitaba algo.
De entre tanto cartón asomó una señora con la piel arrugada, sorprendida de que una niña estuviera preguntándole a ella, cuando todas las personas adultas no se dignaban ni tan siquiera a mirarla.
“¿Qué me puedes ofrecer dulce niña?”, le dijo aquella señora, y lucía con una gran sonrisa le respondió “Mi casa, un plato de comida caliente y ropa que seguro que mi mamá tendrá para Usted para abrigarla de este frío”.
Sorprendida, la anciana la miró de nuevo comprobando que lo que aquella niña decía salía de su corazón, y se alegró de encontrar un alma limpia, sincera, capaz de solidarizarse con personas que lo habían perdido todo.
“¿Pero tu mama me dejará entrar contigo?,” Preguntó la anciana y Lucía le respondió que no lo dudara tendiéndole su mano.
La pobre mujer, ante esa petición, se levantó y tomo aquella cálida mano y juntas se encaminaron a su casa. Al llegar y abrir la puerta, su madre se sorprendió, y Lucía le explicó porque la había invitado. Mirando a la anciana no pudo negarle el auxilio y más cuando su hija le estaba enseñando a ser solidaria “si su padre viera que grandes sentimientos tiene su hija…” pensó la madre.
Preguntándole a aquella mujer si no tenía ninguna familia y al ver que su respuesta era que no tenía nadie en el mundo, sintió que tenía que abrir esa puerta y dejarla entrar.
Lucía enseguida invitó a la anciana a sentarse delante de la chimenea mientras que ella y su madre se encaminaron a la cocina. Y en la espera, la anciana se quedo agradeciendo a Dios haber encontrado dos almas tan iguales que le estaba brindando un poco de calor.
Mientras que su madre calentaba un poco de sopa, Lucia cortó un trozo de queso y pan y al llevárselo la anciana comenzó a llorar y a darle gracias por el gesto. Con el tazón de sopa en sus manos bendijo a la madre por tener un ángel en su casa, y la madre de Lucía al oírla se conmovió pensando que aquella anciana debía haber sufrido mucho en la vida. Intentando no llorar se dirigió a su habitación para ofrecerle un baño caliente y ropa limpia para que se sintiera mejor.
La anciana por un momento pareció resistirse y Lucia empezó a sonreír diciéndole que a ella tampoco le gustaba mucho bañarse en días de frió. Y aquella mujer se rió. Hacía mucho tiempo que no lo hacía.
Cuando por fin se reunió con lucía, la niña la abrazó y le preguntó cómo se llamaba. “Me llamo Irene, ¿Y tú cómo te llamas?” le dijo la anciana.
“Lucía” le respondió la niña, un nombre que le gustaba mucho a mi abuelita paterna que falleció antes de yo nacer. Mi mamá se llama Ana y mi papa Gustavo. Nuestro apellido es Robles”
La anciana se puso seria primero, luego pálida, y lágrimas incontrolables rodaron por sus mejllas “Dios mío .¡gracias!, he encontrado a mi familia”.
Ana, al escuchar aquel grito, llegó rápidamente donde ellas se encontraban preguntando qué sucedía, y lucía emocionada se dirigió a su madre “mamá, mamá, que la señora dice que ha encontrado a su familia”
“Gracias al cielo he podido volver a casa. Ana yo soy Irene, la madre de Gustavo”.
Y sin mediar palabra Ana, al escucharla, corrió a los brazos de aquella mujer, entre sollozos, mientras le decía lo mucho que habían sufrido desde el día en que se fue de su casa, al poco de conocerla Gustavo a ella y dejarla embarazada y de cómo su marido le había culpado a ella de que no viviera con ellos, y de cómo sus discusiones eran diarias.
Irene, calmándola, trató de explicarla que al enterarse de que su hijo le había dejado embarazada, sabiendo que quería que se fuera a vivir con ellos, pensó que sería una carga y por eso se fue pensando que saldría adelante y que cuando lo lograra se pondría en contacto con ellos.
Lucía, empezando a comprender lo que estaba escuchando, le preguntó a la anciana “¿Entonces tú eres mi abuelita?”
“Sí hija mía yo soy tu abuela. Cuántas veces he pedido al cielo encontrarme con todos vosotros y al fin me ha escuchado”.
A la pequeña se le iluminó la cara y abrazó, de nuevo, con gran alegría a aquella mujer que había encontrado en la calle y que resultaba ser su abuela, a la que creía fallecida, pero la madre de Lucía no podía dejar de sollozar.
“¿Por qué lloras, hija mía? Al fin vuelve a estar la familia unida” dijo, preocupada, Irene.
“Porque no quiero ni pensar en todo lo que habrás tenido que sufrir durante todos estos años” contestó Ana. “¿Por qué no viniste antes? Aquí siempre has tenido las puertas abiertas, nos temíamos lo peor…”.
“Ciertamente no lo he pasado bien” contestó, pensativa, la anciana. “Verás, cuando marché tenía suficientes ahorros para intentar empezar una nueva vida y pensaba volver a ponerme en contacto con vosotros en cuanto pudiera valerme por mí misma… Cogí todo lo que me quedaba y marché en el tren, pero al llegar a mi destino unos vándalos me robaron todo lo que poseía, con lo que me quedé tirada en la calle, sin nada.”
“Vagué por aquella ciudad viviendo de limosnas y cada día veía más lejana la posibilidad de volver, a pesar de que lo deseaba más que nada en el mundo. No quería ser una carga para nadie ni que vierais lo bajo que había caído. Así fueron pasando los años y mi corazón se fue llenando de tristeza.”
“Pero hace unas pocas noches, en la primera nevada que había presenciado en mi ya larga vida, mirando las guirnaldas que adornaban la calle, sentí por primera vez en mucho tiempo un poco de calor en mi corazón y el deseo de regresar a mi ciudad se adueñó de todo mi ser. Tenía el dinero justo para el billete de tren, así que a la mañana siguiente me subí a él y emprendí el viaje de regreso a la ciudad adonde anteriormente había sido tan feliz, con la esperanza de volver a encontraros.”
“Pues Irene, estoy muy feliz de haberte reencontrado”, respondió Ana, aunque esta Felicidad no puede ser plena, pues Gustavo no está en esta casa”.
Sintiendo el amor en la voz de Ana, no lo dudó y pidiéndole el número de teléfono de su hijo le rogo que le dejara hablar a solas con él. No quería que ni ella ni Lucía se enteraran de lo que quería hablarle, porque Intuía que una buena parte de culpa del huir de Gustavo había sido por la desilusión de no tener presente a su madre en la nueva y maravillosa vida que habían decidido tener tras quedarse Ana embarazada…
Irene pulsó la tecla de llamada. Un tono, dos tonos, tres… cuatro… cinco… hasta que la voz de su hijo se hizo presente.
“¿Qué quieres esta vez, Ana?” fue la respuesta que escuchó la anciana llenándole de una gran emoción pues hacía mucho que le hubiera gustado hablar con su hijo.
“ No, te equivocas, Gustavo, hijo mío, soy tu madre” respondió Irene con la voz casi quebrada.
Se hizo un silencio sólo roto por el latido de sus corazones.
“¿Eres tú realmente, madre? ¿Cómo es posible?” preguntó Gustavo.
“Sí, soy tu madre y necesito hablar contigo para decirte, Gustavo, que dentro de poco estaremos todos reunidos de nuevo. Lo sé”.
“Madre, tengo tantas cosas que preguntarte, que decirte, quiero verte…”
“Y nos veremos, hijo mío, mañana, por la tarde en la plaza donde te llevaba a jugar de pequeño el día de noche buena ¿lo recuerdas?.
"Claro que sí madre, y allí estaré. ¡Dios, no puedo creerme que esté hablando contigo!"
"Pues esta soy yo, y no es un Sueño, hijo mío".
"Está bien, madre. ¡¡Allí nos vemos!!".
Irene, tras colgar el teléfono, salió de la habitación. Madre e hija le vieron un brillo muy especial en los ojos y una fuerte determinación…
“¿Qué te ha dicho?” preguntaron ambas a la vez, e Irene, con una sonrisa les respondió “Mañana por la noche, él mismo os contestará a esa pregunta”.
La noche se llenó de emoción y a Lucía le costó dormirse. Habían pasado tantas cosas ese día... Pero al final el sueño la venció y la mañana llegó rapida. Al despertarse fue corriendo a la cocina y allí se encontro con su madre y su abuela que charlaban mientras preparaban el desayuno. Al contemplarlas se sintió feliz.
Durante casi todo el día charlaron las tres tratando de resumir aquellos años de ausencia. Y hubo lágrimas y hubo risas, y la tarde también llegó rapidamente.
Casí habían olvidado que era el día de nochebuena y mientras Irene se preparaba para salir a encontrarse con su hijo, Lucía y su madre, sin saber lo que iba a pasar, comenzaron a preparar juntas todas las viandas que servirían en su mesa.
Cuando Lucía vió que su abuelita iba a salir a la calle, sintió miedo al pensar que a lo mejor no volvería, pero Irene la calmó "En un ratito volveré, mi querida niña y celebraremos esta noche".
Nunca un camino se le hizo tan largo para Irene. Quizás sí, el camino que recorrió el día que se separó de su hijo. Pero por fin llegaba a aquel parque y cerca de un banco reconoció a su hijo, y él a ella. Antes de poder decir nada, Gustavo corrió hacia ella para abrazarla, sintiendo como sus lagrimas mojaban su cara ¿o eran las de ella?.
Cuando por fin ambos se calmaron, hablaron largamente de todo lo sucedido, de por qué Irene se fue y lo que después ocurrió. Y hubo un tiempo para el perdon por la ausencia, en el que Gustavo sólo podía sentirse dichoso por haberla encontrado, y de qué forma tan extraordinaria. Y hubo un tiempo para la reflexión por entender cómo podría sentirse su hija con su propia ausencia"
"Tienes una familia Gustavo que te quiere, una mujer enamorada y una hija adorable. El motivo que os separaba ya no existe y tienes que volver porque ellas te esperan, siempre te han esperado", le dijo su madre. "Hoy he sentido cómo duele perder los momentos con quién de verdad se ama, y no quiero que a vosotros os pase lo mismo, pues veo tanto amor..."
Gustavo escuchó cada una de esas palabras y presa del temor de que a lo mejor fuera tarde para recuperar lo que había perdido, corrió hacia su casa. Al llegar frente a la puerta tocó el timbre y espero a que le abrieran y al ver que nadie lo hacía, decidió usar su llave. Mientras abría esa puerta el corazón se le revolcó de nervios y angustia al no saber dónde podría estar su familia.
Entró, recorrió la casa y en cada rincón sintió lo mucho que amaba a su mujer y lo que, con desesperación y locura, sentía por su hija. En el salón, tomó una foto que estaba colgada en la pared y no pudo contener las lágrimas mientras cerraba los ojos y pensaba que estúpidos habían sido sus pensamientos, el temor de perder lo que más amaba, primero, su madre, y ahora, quizás su propia familia. Y abrazó fuertemente esa foto de su hija contra su pecho, rompiendo el cristal que la cubría, al tiempo que la pequeña Lucía y su Madre aparecían en el salón llevando unas bandejas con dulces de navidad.
“Papá” Gritó Lucía, soltando la bandeja que cayó al suelo y corriendo para abrazarlo.
Mientras sostenía a su hija, Gustavo giro su cara para contemplar el rostro de su mujer. “Perdonadme las dos, he sido un estúpido al no darme cuenta de que estaba perdiendo lo que más amo en esta vida, simplemente por no querer perderlo y separándome más y más de vosotras”.
Ana simplemente corrió a abrazarlo al tiempo que le decía “Gustavo ésta es tu casa, ésta es tu familia, y nunca te vamos a dejar amor”.
Mientras le besaba en la frente sonó la puerta y Lucía corrió abrir sabiendo que la que llamaba era su abuela.“Abuela, Abuela, papá ha regresado a casa, ven rápido para que lo vea con tus propios ojos”.
Antes de empezar a cenar Lucía contempló a su familia. Por fin estaban todos juntos. Quizás era pequeña para entender algunas cosas pero no para sentir que, sin darse cuenta, había encontrado el espíritu de mi navidad, de vuestra navidad. En definitiva, como la dama blanca dijo, el espíritu de la navidad de todos y cada uno de nosotros, el que alberga luces de colores y estampas navideñas de otras épocas y que habita en nuestros corazones.
Entonces oyó música y voces. Asomada a la ventana vio a un grupo de niños que cantaban villancicos y llamó a su familia, y sintiéndoles a todos tan cerca de ella dio gracias por aquella navidad.
Al despertar a la mañana siguiente su habitación se encontraba llena de luz, y al mirar a la calle vió como el sol brillaba con más intensidad que nunca reflejándose y multiplicándose en las aceras cuajadas de nieve. Un año más, como desde antaño, se alzaba el Sol invicto...Y con él la esperanza de millones de personas celebrandolo.