La verdad es que hasta el momento en
que le conocí yo era una mujer normal que llevaba una vida normal, en una
ciudad normal, con un trabajo normal…
No pensé nunca que las cosas pudieran
cambiar tanto para mí pero en nuestra segunda cita me besó y empecé a sentir cambios
extraños en mi interior.
Hasta llegué a pensar que estaba
enferma; no tenía ganas de comer y un no sé qué parecía agitarse continuamente
en mis entrañas, algo que ni siquiera conseguía aliviarse cuando volvía a estar
con él.
Incluso fui al médico. ¿Su
diagnóstico? “Señorita usted tiene mariposas en el estómago”
Oh Dios mío, qué hermoso me pareció
aquello pues no podía imaginar un insecto más maravilloso que aquel (peor
hubiera sido que me dijera que tenía cucarachas o escarabajos peloteros, pero
no, eran mariposas que yo imaginaba con colores brillantes).
Desde ese momento, mi vida dejó de
ser normal. Me encantaba sentirlas dentro de mí y hasta me daba miedo abrir mucho
la boca por si se escapaban.
Después, después nos casamos y
durante los primeros años se fueron multiplicando hasta el punto que a veces,
cuando iba a comprar, al andar sentía como mis píes flotaban.
Sí, fueron unos años maravillosos. Pero pasado
un tiempo aquél que había logrado que dicho fenómeno se produjera en mi interior, comenzó a cambiar, a
transformarse… Sus besos comenzaron a ser menos frecuentes y empecé a sentir
cada día menos mariposas.
Cada vez que una dejaba de aletear,
no podía evitar llorarla con un sentimiento de tristeza que nunca imaginé que
podría experimentar.
Hice todo lo posible por recuperarlas
pero a pesar de mis intentos no lo logré, hasta que sólo quedó una.
El día que él me anunció que me
abandonaba percibí claramente como si le clavaran un puñal a mi última
mariposa.
Y sí, señoría, en un intento por
salvar su vida, le maté a él y le di tantas cuchilladas como mariposas él había
matado.
Sí, se podría decir que
definitivamente fue en defensa personal…
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