No sé a quién coño se le ocurrió
inventarse esta frase tan genial, pero aún recuerdo cuando siendo niña se la
escuché decir a una compañera del colegio y un terrible escalofrío recorrió
toda mi espalda porque si algo tenía claro a los diez años es que YO ODIABA EL
COLOR ROSA.
Y la culpa de ello la tenía mi madre.
Ya sabéis que siempre hay que culpabilizar a alguien y hasta los siquiatras
acaban muchas veces señalándoles como responsables de muchos traumas. Pero sí,
en mi caso estaba claro, ella tenía la culpa con esa manía de comprarme siempre
vestidos rositas con puntillitas y lacitos, mientras a mis hermanos se les
permitía vestir como les daba la gana.
¿Yo? Hasta las bragas y los
calcetines los llevaba rosas; los pijamas, las sábanas, las toallas, el cepillo
de dientes… Parecía un repollo, pero de color rosa, lo que aún lo hacía parecer
más esperpéntico. No me extraña que la gente se burlara de mi, sobre todo los
niños que ya sabéis que muchos pueden llegar a ser muy crueles y a mí en su
crueldad me llamaban la princesita de rosa. Las gafas tampoco ayudaban mucho.
Por eso cuando escuche esa frase me
dije a mi misma “hasta que no le cambien el color al amor, yo paso de él”.
Qué inocente era…
Dicen que no hay mal que cien años
dure y yo a los quince logré imponer un
color en mi vida: el negro. Sí, fui una precursora del movimiento gótico.
Reconozco que a mis padres les costó
un poco aceptarlo, sobre todo a mi madre que hasta tendía dentro de casa mi
ropa interior para evitar, supongo, escandalizar a la comunidad vecinal (eso o
para que no pensaran que trabajaba en una funeraria).
¿Sabéis? Al final terminé trabajando
en una funeraria. Sí, también podéis llamarme gótica rebelde, aunque entonces
mucha gente me llamaba rara (demasiada gente).
Fue precisamente cuando comencé a
trabajar allí que encontré el amor de mi vida. Hasta entonces, había logrado escapar de él y de toda la
cursilería que le rodeaba. Porque a pesar de mi apariencia que a muchos parecía
asustar, sí que me habían pretendido chicos pero en cuanto se acercaban a mí y
comenzaban su conquista basada en frases tipo “eres una princesa”, “te daré la
luna si tú quieres” “eres un bombón” “yo te cambiaré y te haré feliz” no sé por
qué pero comenzaba a verles de color rosa y terminaba alejándolos de mí. Bueno hubo
alguno que consiguió pasar de la fase de las frases empalagosas, pero ese se
presentó un día a buscarme ramo de flores en mano y le eché. Y es que yo no
quería cambiar, me había costado mucho escapar de aquel color.
Pero le vi y lo supe.
Mi amor fue verdadero pero solo duró
unas horas porque él sin duda estaba de paso, así que tratamos de
aprovechar al máximo con un dramatismo tipo “romeo y Julieta” el poco tiempo
que tuvimos.
Él era diferente. Creo que ni
siquiera se fijo en mi apariencia.
Recuerdo que en nuestro encuentro yo
no pude parar de hablar. Le conté todo de mí y él escuchaba tan atento cada una
de mis palabras… Ni siquiera trató de cambiarme, ni de venderme algo que no se
sabe si con el tiempo durará. No, simplemente compartimos instantes
olvidándonos de todos los tópicos que rodean al amor.
Pasadas unas horas entendí el
verdadero significado de esa frase. No era por el color, sino por lo que
simbolizaba aquel color.
Mi amor fue puro, inocente y sincero.
Pero duró tampoco…
Logré entender por fin porque todos
aspiraban a sentir algo así en sus vidas y cuando yo lo sentí en la mía supe
que no podría renunciar a él.
Ahora visto siempre de rosa, hasta el
pelo me lo he teñido de ese color y aunque a veces le echo de menos y le visito
en el cementerio ahora sé que algún día encontraré otro amor igual de bueno
pero con alguien que no me deje tan pronto y que el color de mi cabello no le
importe.
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