A ver cómo empiezo este relato…
Erase una vez un príncipe que quería
ser rana…
Que sí, que es verdad, aunque no es
un cuento y hoy cada vez existen más príncipes que quieren convertirse en
ranas, algunos hasta en sapos… No digo todos eh…
Como os lo cuento. Aquí, una, toda la
vida se la pasa esperando a encontrar a ese ser maravilloso de cuento de hadas
y cuando se lo encuentra, que no, que él quiere ser rana.
Después de meditar mucho sobre esta
cuestión y de darle muchas vueltas, he llegado a una conclusión: Un príncipe
quiere ser rana solamente cuando conoce a una mujer verdaderamente especial;
tan especial que sabe que en algún momento le hará elegir entre ser alteza y
hombre y claro, eso de renunciar a ser lo
que se quiere ser es muy duro. Lo entiendo perfectamente. Es más fácil ser
rana.
A ver, en parte es comprensible
porque uno no se convierte en príncipe sin más. No, serlo conlleva una
responsabilidad enorme. En primer lugar hay que mantenerse siempre en forma
porque eso de ir enamorando a damiselas requiere una gran preparación, porque uno de los principales cometidos de
esta especie de infantes es esa, la de encandilar y sembrar suspiros a su paso.
Pero no, no os creáis que son tan insustanciales porque, en segundo lugar, son representantes
de un idealismo firme y defienden a capa y espada la libertad (la suya, claro)
y cuando la sienten en peligro, sobre todo por culpa de alguna mujer, pues eso
acaban convirtiéndose en ranas porque a pocas mujeres nos gustan las ranas…
La pena de estos príncipes es que se
han quedado un poco anticuados y no se han percatado que hoy en día muchas
mujeres respetan casi más que ellos el sentido de la libertad porque han tenido
que luchar mucho más que ellos para conseguirla y disfrutarla. Por eso cuando
se encuentran un príncipe que quiere convertirse en rana lo reconocen en
seguida y permiten que sean lo que ellos deseen…
Erase una vez una mujer que a la
salida de una discoteca perdió las llaves de su coche.
De pronto, apareció un príncipe hermoso
y galante que le dijo… “No llores princesa. Si prometes invitarme a cenar y a
dormir en tu cama, yo encontraré las
llaves de tu coche”.
Joder era muy tarde y ella pensó “Como
no le lleve al mac auto…”. Pero accedió (no siempre le llaman a una princesa).
Pasada una hora, el príncipe con
mucho empeño seguía busca que te busca y ella apoyada en su coche siguió
pensando “Desde luego… Lo que son capaces de hacer algunos príncipes para
echarte un polvo… Mírale, ni me habla”
A punto de dar las dos de la mañana,
la mujer se cansó de pensar en silencio y llamó con su móvil a su aseguradora
que envió una grúa y un taxi. Sí, podía haberlo hecho desde el primer momento
pero es que, lo dicho, una tampoco se encuentra así como así con príncipes y quería saber
a qué reino pertenecía.
Al verla subir al vehículo, el
príncipe le dijo con cierta desesperación “¿No pensarás dejarme aquí que llevo
casi tres horas buscando las condenadas llaves?”
Y ella le respondió… ¿Tú has leído
alguna vez el cuento del príncipe rana? Pues habrás de saber que las promesas están
para cumplirlas…
Me parece que el príncipe no entendió
el significado de aquellas palabras, pero era muy tarde para averiguarlo y
aunque le dio cierta penilla, supo que si le llevaba con ella, al día siguiente
seguramente amanecería al lado de una rana, porque aquel príncipe no buscaba
las llaves por ella y ni siquiera las había encontrado. Así que con pena y todo, allí le dejo croando, eso sí más libre que una perdiz.
Nota de la autora: Podía habérmele cargado,
lo sé, pero en esta ocasión me he conformado con permitir que fuera rana porque yo también soy de las que defienden la libertad de las personas de ser lo que deseen ser. Valeeee, también soy una defensora de los derechos de los animales.
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