La luna iluminó aquel instante con su luz más tímida en un intento de esconder su rostro para que, de nuevo, yo encontrara el mío.
Descalza, bajo su tenue resplandor, caminaba por un jardín que no conseguía reconocer. ¿Lo recuerdas? Y sin embargo, me resultó tan familiar...
Sí, había rosas, por supuesto. No podía ser de otra manera.
Me encontré soñando en un cuento que nunca conseguí terminar, rodeada de espinas.
Apenas cubierta con una túnica de gasa negra, sentí mi cuerpo desnudo y como el frío silenciaba mi piel matando los recuerdos, las caricias que momentos antes habían conseguido hacerla arder.
Y mi lecho lejano se cubrió del perfume de aquella noche eterna. Él dormía. Siempre duerme.
Es extraño saber que sueñas.
Mientras mis ojos trataban de encontrar el camino de regreso a sus brazos, supe que tendría que permanecer allí aún por más tiempo.
¿Dónde se encontraba mi voluntad?
Estuve tantas veces a punto de rozar con las yemas de mis dedos el final, desangrando mi pluma, obligándola a gritar mis miedos para sentirme por fin libre, para finalizar ese cuento.
Pero la memoria es cruel y mi pluma, mi pluma, a veces, se siente agotada y cobarde.
Un segundo de angustia antes del ocaso de este sueño, un lamento mudo lleno de mi verdad...
Quizás las palabras no escritas se escondieron en aquel jardín tan cercano a la muerte. Tal vez aún no estoy preparada para beberlas, para humedecer mi lengua y dejar de permanecer aferrada a mi silencio.
Porque en mis sueños siempre tengo miedo de hablar; siempre me asusta que mi verdad mate la oscuridad que hice mía.
Sí, es extraño saber que sueñas.
Siempre me costó encontrar un final para mis cuentos.
ResponderEliminarPero hay uno, el primero que aún permanece inacabado...
Quizás algún día.
Espero que os guste.
me gustaaaaa!!...quizás las palabras no escritas se escondieron en aquel jardín tan cercano a la muerte...
ResponderEliminarUn beso enorme, ESCRITORA!!