Un día el fuego, orgulloso, se cansó de oír las voces de aquellos que habían olvidado lo esencial que era su calor y no dejaban de repetir que la vida se extinguía en él.
Podía admitir que el viento era su soplo, su inspiración; que el agua era su esencia transparente y pura; y que la tierra era el lugar perfecto para que la vida relatara hazañas.
Tantas veces lo había escuchado reprimiendo su furia que poco a poco fue trazando un plan. Cada vez que alguien encendía una hoguera o prendía una cerilla robaba un latido, un aliento de quien lo contemplaba y cuando por fin reunió los suficientes creó un ser, un ángel de fuego…
Pero no pensó que aquella criatura en su soledad silenciosa encontraría su propia alma y que decidiría hacerla arder entre las mismas llamas que le habían dado la vida.
Vida y muerte en ti se encierran. Lo demás es pasión que quema, que arde, que por momentos regala pálpitos y por momentos los arrebata.
Así es el fuego que yo he visto y por eso tu ángel no encontró mejor lugar para vivir y morir.
¿Lo recordáis? Fue el primero de mis fuegos…
Hasta el fuego encierra lagrimas.
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