Nunca he sido muy prácticamente, la verdad. Y sí lo confieso, en más de una ocasión he pecado.
Fue un viernes de cuaresma y se puede decir que aquella noche nos portamos muy bien viendo la película. Apenas nos provocamos, no por motivos religiosos, sino quizás porque el argumento nos enganchó a los dos desde el principio. Era uno de esos films de intriga que consiguen tenerte pendiente desde el primer minuto.
Al terminar, me ofreciste tu mano para conducirme a la habitación y al levantarme del sofá, me pegaste tan fuerte a ti, para darme un beso de esos que anuncian lo que está a punto de pasar que, de nuevo, lo lograste.
Sí, contigo casi siempre es así, haces que se despierte el deseo de una forma rápida y ya no hay forma de controlarlo.
Tentación…
Claro que me moría por encontrarme desnuda contigo entre mis sabanas, pero cuando vi que ibas a comenzar a desvestirte lo pensé mejor y te propuse hacerlo yo.
De píe, frente a la cama, te besé mordiéndote los labios, gritándote con mi lengua empapada las ganas que tenía. Agarré tu camiseta, te la quité y cuando sentí que tus manos iban a sujetar mi cadera, me separé y me puse detrás de ti.
Te pedí que no te giraras y fui yo la que se desprendió de la ropa rápidamente. Tampoco había mucho que quitar, un vestido, el sujetador y las bragas. Creo que tardé apenas unos quince o veinte segundos.
Completamente desnuda, te acaricié la espalda con mis manos, mientras la punta de mi lengua la hacía suya con pequeños besos.
Respiré sobre tu cuello y me pegué a ti para que sintieras el leve roce de mis pechos. Sé que eso te vuelve loco y aunque trataste de resistirte girando tu cabeza, intentando atrapar con tu boca mi lengua, todavía no había llegado el momento.
Aún detrás de ti, te rodeé con mis brazos y mis manos se posaron en tu vientre introduciéndose en tu ropa, encontrándose tu sexo firme, palpitando, lleno de hambre, caliente…
Me ayudaste a quitarte los pantalones y entonces me puse de nuevo frente a ti. Me acerqué aun más y te besé entregándote mi lengua excitada al tiempo que mis manos comenzaban a bajarte los calzoncillos. Deslizarlos con mis dedos suavemente, sintiendo como tratabas de capturar otra vez mi boca, fue excitante. Cuando por fin te liberé de ellos pude contemplarte de principio a fin erguido, esperándome.
Lo reconozco, hubiera metido tu sexo en mi interior en ese mismo momento, pero una vez más decidí seguir con el juego. Mirándote a los ojos, sin besarte esta vez, empecé a acariciarle con la palma de mi mano. En mi diablura, durante unos instantes, acerque mis dedos a los labios y humedeciéndolos con mi lengua volví a colocarlos pero esta vez sobre tu parte más rosada.
Sentí tu vientre contraerse y decidí sujetarlo con más fuerza y deslizar mi mano de arriba hacia abajo…
Me excitaba cada vez más simplemente sabiendo como me mirabas y con esa excitación le liberé y comencé a descender apoyada en tus caderas, besando tu torso, tu vientre.
Completamente postrada ante ti regalé mi aliento y una leve caricia de mis labios a tus ingles. Tu respiración iba en aumento, tus manos apretaban mis hombros y tus uñas trataban de arañar mi piel cuando percibiste mi respiración sobre tu sexo. Padecí la necesidad de besarlo, de cubrirlo con la humedad de mi boca, de envolverlo en mi saliva y que mi lengua le arropara, extendiéndose, para saborearte plenamente.
¿Qué importaba que fuera viernes de cuaresma?
Y sí, te degusté lentamente mientras mi mano de nuevo aferrada comenzaba a moverlo lentamente al ritmo de mi lengua.
Notar que el calor de mi boca te arrancaba las primeras gotas de tu esencia dulce y salada hizo que me excitara más, que mi mano se moviera más deprisa y que mi boca acompañándola tratara de llenarse completamente de ti, absorbiéndote, presionando con mis labios…
Sé que lo hubiera logrado. Tus palpitaciones te delataron, pero creo que en el fondo eres más creyente que yo e imponiéndote a mí y a tu credo me prohibiste que pecara más alzándome del suelo y cogiéndome por la cintura…
¿La penitencia? Sentirte dentro…
No, no es tan malo pecar de vez en cuando.