Durante todo este tiempo añoró un viento que le devolviera sus palabras, una conversación quebrantada por el transcurso triste de sus años y que, sin embargo, todavía se repetía en su mente cada atardecer.
No pudo deshacerse de aquel sufrimiento, y la verdad, silenciosamente velada bajo su piel, comenzó a ahogarle por dentro, asfixiándole en cada una de sus letras.
Apenas recordaba ya su rostro, el sonido de su voz…
Una noche, a pesar de la oscuridad, creyó verla a través de los vidrios teñidos por la agonía que le mantenía preso, aquellos cristales con los que cubrió sus ojos negándose la luz, prohibiéndose una mínima esperanza. Pero cuando trató de alcanzarla y rozó su hombro, envuelto en su quimera, no consiguió reconocerla, a pesar de que, en su regreso, el viento arrastró el sonido de su propio nombre.
Quizás sólo fue un delirio. “No, no era ella” y no dejo de repetirse a sí mismo esa frase…
En su desconsuelo, soñó que por fin los recuerdos comenzaban a desvanecerse, pero tan sólo fueron sueños, y en su despertar, aunque aún permanecía vivo, no encontraba razones para continuar con su existencia, más que su propio tormento.
Si le hubiera dicho la verdad…
Nunca la mentira del no sentir quebró tanto un alma como la de aquel hombre, imaginando el dolor que había causado al negarse su amor, mientras el viento arrancaba las lágrimas de aquellos ojos que tanto idolatró.
Y cada atardecer salía a su encuentro, esperando que aquel viento regresara y le devolviera aquellas palabras que se perdieron bañadas en el sufrimiento de aquella niña, las que nunca pronunció por miedo a traspasar la inocencia de su rostro.
La última vez que le vi, caminaba cerca de un jardín. Extendió la palma de su mano y pude percibir como sus labios dibujaban una sonrisa.
Una suave brisa envolvió aquella tarde…