Una vez, siendo niña, sentí la soledad de su resplandor, aquel brillo perdido en la inmensa oscuridad, sólo quebrada por el leve fulgor de las estrellas, sus eternas compañeras. Aunque nunca negué su belleza, no pude evitarlo, me compadecí tanto de aquel extraño destierro que en mi inocencia, fui haciendo mío y me imaginé que era una mujer...

viernes, 29 de abril de 2011

DIEZ CUENTOS NEGROS. Y YA PARA ACABAR... LA DEFENSA DE LA OSCURIDAD.



Mi morada fue designada mucho antes de que existiera el tiempo y negándome, incluso, la ternura de las sobras, se me condenó a una negrura infinita.

Aún así… algunos que me acompañaron sin temerme, a través de mí, vislumbraron una luz llena de fuerza, y entonces hice mías muchas noches y hasta la luna rindió su rostro en señal de pleitesía.

Quién osa confundirme con la muerte, con mi fiel amiga, si aunque os cueste creerlo formo también parte de la vida, o no supisteis de extrañas flores que sólo brotan de noche y ocultan sus colores al llegar el día.

Aún así… os resistís a mi caricia, pero no a la de los amantes que desnudos y envueltos en mi manto se olvidan de la frialdad que ellos hicieron mía, y seguís adjudicándome, como en estos relatos, la maldad más temida.

… Y eso ¿No es acaso también vida?

No, no negaré que algunos me utilizan, y me convierten en el medio para sus fechorías, tampoco que existen seres oscuros que niegan la luz a su alma, enturbiando sin escrúpulos su conciencia, regodeándose en el daño que causan a sus víctimas.

Pero no os olvidéis de los sueños y anhelos que en vuestra ceguera os sirven de aliento y que llenan de esperanza vuestra existencia, y dejad de hablarme continuamente de vuestras más temibles pesadillas.

Aún así… me bautizáis como la reina negra, adjudicándome un título, reconociendo y dando vida a mi existencia. Mejor me quedo con lo hermoso de algunas de vuestras leyendas, aunque no dejéis de insistir en mi faz siniestra y sombría.

Pero sí, algo sí es cierto, mientras vuestra vida es efímera, en mi defensa diré que tengáis en cuenta que yo siempre me mantendré eterna, más allá del final de vuestras vidas…


"GRACIAS POR HABERME ACOMPAÑADO EN ESTOS RELATOS..."


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lunes, 25 de abril de 2011

DIEZ CUENTOS NEGROS. EL VIEJO CUARTO DE MAMÁ POR LUCILA CASTRO DIAZ.


Antes de poner fin a este trabajo, permitiendo que la oscuridad hable, no he podido evitar cruzar el charco y traeros hoy aquí un relato de alguien que llegará lejos, una mujer valiente que convierte el escribir relatos oscuros y de terror en todo un arte. Llena de fuerza, y de creatividad ha escrito ya dos libros, y sé que nos sorprenderá con más.

Para mí, ya una amiga con la que comparto ese gusto por la oscuridad que envuelve al escritor, que se convierte en fuente de inspiración y de la que emanan personajes que no te dejan indiferente.

Si alguna vez alguien dijo que las mujeres no eran capaces de crear relatos de terror, está claro que no te conocían...

" No todo lo oscuro es macabro ni fatídico, más bien la oscuridad es la luz que no vemos. "

LUCILA CASTRO DIAZ.



EL VIEJO CUARTO DE MAMÁ.

Amaba a mi madre más que a todos, pero ahora le temo, no sé como salir de su cuarto, ella golpea por momentos la puerta con los puños, puse su antigua cama para evitar que entre; cuando era niña mamá me contaba cuentos de terror, siempre con finales felices, que extraño que en un cuento de terror el espíritu descubra que debe descansar en paz, siempre me pregunté como será estar muerto, jamás pensé en como moriría, ella fantaseaba con que papá le era infiel, mi padre no haría eso jamás, menos con quien ella pensaba. Una tarde que regresaba del trabajo fui directamente a su cuarto, se escuchaba que ella se quejaba por algo, al entrar lo que vi fue espantoso, sentí como si se me helara la sangre en las venas, quedé tiesa, dura del susto, Mamá había matado a papá, tenia un cuchillo que usaba para deshuesar el pollo, y jugaba con las tripas de mi padre, sin estar conforme con apuñalarlo lo había abierto del cuello a los genitales y sacaba sus órganos, ella lo imaginó siéndole infiel.

Me creí morir del dolor, la enviaron al hospital psiquiátrico, lleva ya dos años allí, yo me casé con el deseo imperioso de formar una familia, mi esposo era todo lo que soñé en mis treinta años, tenia una vida normal, estudiaba leyes, yo trabajaba como secretaria de una doctora, llegaba a mi casa y solo anhelaba cenar con Juan e ir juntos la cama. Siempre quise abrir el viejo cuarto de mamá, la casa estaba ya muy antigua, intenté venderla pero con los hechos que aquí ocurrieron jamás lo logré, en el barrio le decían la casona de los crímenes, mi abuelo la había comprado en un remate cuando contrajo matrimonio por muy poco dinero puesto que el dueño anterior, después de asesinar a su esposa e hijos, intentó prenderla fuego, parecía ser un lugar destinado a los homicidios, mi abuela; madre de mi madre; se suicidó en el cuarto que más tarde fue de mamá, como iba yo ahora habitar aquella húmeda y escalofriante habitación después de los hechos tormentosos allí ocurridos.

Con Juan estábamos ahorrando dinero para comprar un departamento y mudarnos para no caer en la maldición que parecía tener la casa, fue una pena no poder irnos de aquí, justo la noche anterior a la mudanza aconteció lo temido. Era una cálida noche de estío, las estrellas brillaban como nunca en su firmamento, regresábamos de festejar nuestro primer aniversario de casados, cuando notamos que la puerta principal había sido forzada, Juan me pidió que me quedara en la vereda, pero yo lo acompañé hasta el porche, se oían ruidos raros como si alguien corriera descalzo por la casa, él ingresó, por largos minutos no se escuchó nada, hasta que después pude oír un grito de dolor de mi esposo, entre cegada a la casa, encendí la luz del living y nada, recorrí todo abajo, subí lentamente las escaleras, hasta que allí lo vi a mi amor, estaba junto a la puerta del baño todo ensangrentado, tenia abierto el pecho como papá, grité como loca, lo abrace estremecida, hasta que sentí que alguien me jalaba del cabello, miré para arriba, era mamá,

- Sos la perra que fornica con mi marido.- Gritó alzando su cuchillo.

- No...mirame bien mamá soy yo Julieta...tu hija. - Le dije sollozante.

Ella me sonrió, logré quitarle la mano de mi pelo, corrí al viejo cuarto, donde me encerré con llave, ella comenzó a golpear con los puños mientras me maldecía, intenté huir por la ventana, pero estaba tapada desde afuera con maderas, no sabia que hacer, gritaba a la gente afuera pero parecían no escucharme.

Cada minuto era una agonía, no podía dejar de pensar en Juan, mi dulce y comprensivo esposo, víctima de la crueldad de mamá, ahora ella me quiere a mí, como podía hacer para salir, pensé en matarla, busque algo con que hacerlo pero en el viejo cuarto solo había un cristo en la pared corroído por el tiempo que perteneció a mi abuela, entre la humedad y el terrible calor que hacia afuera estaba ahogándome. No podía creer que mi madre después de cinco largos días, no se cansara del otro lado de la puerta, que los vecinos no levantaran sospechas con todos los gritos de la noche en que asesino a Juan, ya no tenia fuerzas, intentaba ponerme de pie y me caía, los pensamientos de beber y de comer me enloquecían, tragar saliva me dolía y la garganta la tenia cada vez mas trecha, veía borroso y todo giraba en mi mente, ya no tenia que vomitar en mi estomago, cerré los ojos agotada.

Unas voces desconocidas me hicieron reaccionar, alguien había entrado en la casa, seguramente la policía, miré por entre las maderas hacia la calle, al fin, dos ambulancias y varios vehículos de la ley, alguien forzó la puerta del viejo cuarto en donde yo estaba falleciendo víctima de mi madre, un oficial entró, - ¡Esta acá!... - exclamó sin mirarme. Me levanté como pude, una escalofriante revelación vino a asecharme, vi mí cuerpo inerte junto a la ventana, tenia el cuchillo que usaba mamá para deshuesar el pollo en mi mano derecha, y las venas de mi mano izquierda cortadas, salí del cuarto atormentada, una camilla se llevaba a Juan, busque a mamá pero no la hallé. Escuché a un oficial que tomaba nota; Mujer de treinta, Julieta Ávila, asesinó al marido por la espalda y se quitó la vida en aquel cuarto, la vecina de al lado quien estaba como testigo dijo,

- La pobre tiene a la madre en un psiquiátrico por matar al padre de igual manera. - Declaró.

Miré hacia la calle como la ambulancia llevaba mi cuerpo, una pregunta vino a mí, ¿Estaría eternamente en el viejo cuarto de mamá? - Pensé en Juan, el pobre murió por mi mano, recordé como entré con él a la casa aquella infortunada noche, fui a preparar café, me era infiel lo había visto aquella tarde en su oficina con la secretaria de su jefe, iba a dejarme y cuando lo vi de espaldas lo apuñalé quince veces, hice lo que todas en la familia me vengué. Ahora veo a una mujer que habita la casa, poniendo veneno en la cena de toda su familia.

Extraído de la Saga Noctámbula Historias de la Muerte Cuentos de terror tomo 1 de Lucila Castro Díaz.

martes, 12 de abril de 2011

DIEZ CUENTOS NEGROS. X. LA CASA.


Todavía existe quien compone música inspirándose en la oscuridad que alberga en su interior. Son notas estridentes para aquellos que nunca cruzaron a un lado, en ocasiones de extrema nostalgia y en otros tenebroso.

Nunca me encontré verdaderamente en las tinieblas, pero no dejo de ser tentada imaginándome la música que me acompañaría.

X. LA CASA

Durante todos estos años he vivido en la convicción de que el tiempo a sabiendas se olvidó de aquella casa, permitiendo su eternidad.

Muchas son las leyendas que sobre ella existe y aunque muchos han tratado, en ocasiones, de averiguar su verdadera historia, al final, el misterio que la rodea ha terminado por desdibujar la realidad.

Sólo una cosa es cierta, a pesar de no estar habitada existen noches en las que… Pero me estoy adelantando, y quizás antes de desvelarles algo que seguro hará que me tachen de loco, voy a ofrecerles primero mi testimonio.

Cualquiera que pasease por la pequeña ciudad en la que vivo, igual que me sucedió a mí la primera vez que lo hice, le llamaría la atención, sin duda, la calle en la que está ubicada, pues el resto de viviendas guardan con gran respeto la distancia que les separa de ella, dejándola prácticamente desterrada.

En mi caso, recuerdo como aquel atardecer no pude evitar detenerme frente a ella. Me pareció hermosa a pesar de su jardín abandonado y tan inerte, como la hiedra que envolvía su fachada.
No tuve ninguna duda acerca de que allí no habitaba nadie desde hacía mucho tiempo, quizás más del que mi mente pudiera imaginar, pero mientras la contemplaba tuve la extraña sensación de que alguien desde dentro me estaba observando, y me sorprendí a mi mismo en un escalofrío que recorrió mi espalda.

Así me encontró Marianne que, al verme, se detuvo a mi lado observándome con atención. Rápidamente adivinó que era nuevo en la ciudad y después de las presentaciones, durante unos segundos, pareció compartir conmigo aquella visión.

Confieso que me sorprendió su atrevimiento, casi tanto como su belleza extraña, casi rozando lo intemporal.

Parecía tener prisa, pero mientras miraba la casa me preguntó si alguien ya me había hablado del misterio que rodeaba aquel lugar y, al responderla que no, me advirtió de que en su interior ocurrían cosas extrañas.

Pensé que bromeaba y comencé a reír, pero al mirarla vi su rostro lleno de seriedad.

Ella se despidió y continuó su camino atravesando aquel jardín. Yo todavía permanecí unos segundos pensando en sus palabras.

Aquella noche, en mi habitación, mientras trataba de dormirme, reviví aquel momento, y decidí regresar al día siguiente. Volví a la misma hora con la esperanza de encontrarme con ella. La casa seguía igual, pero Marianne no apareció, y lo mismo sucedió los siguientes días que acudí.

Pasó algún tiempo, pero no conseguí olvidarme del incidente. Traté de averiguar por mi cuenta a quién pertenecía aquella casa, pero hasta eso era un misterio, y en los registros prácticamente se perdían los datos, lo cual resultaba sorprendente porque aquella no dejaba de ser una mala propiedad.

Lo que sí me quedó claro es que sobre ella existía la creencia de que estaba encantada. Pocos eran los que se prestaban a hablar de ello y los que reunían el valor de hacerlo, juraban haber escuchado algunas noches como una melodía lejana se escapaba de entre aquellas paredes, la música triste y el lamento de un piano.

Tan grande fue mi curiosidad que llegó el día en el que me decidí a regresar dispuesto a permanecer allí, si era preciso hasta que llegara el alba, para tratar de averiguar cuál era el misterio que rodeaba a esa música.

De nuevo frente a la casa, oí sus pasos rápidos y supe que era ella, Marianne. Me sonrió y, tras saludarnos, me dijo que aquel día sabía que me iba a encontrar allí.

Tratando de detener su camino, le pedí que compartiera conmigo lo que ella sabía de aquella casa, pero su rostro se volvió sombrío de nuevo, y tuve la sensación de que se iría. Entonces, me asombró, de nuevo, adentrándose en aquel jardín e invitándome a pasear con ella mientras la historia comenzaba a brotar de su boca, y lentamente caía la tarde.

“Hace mucho tiempo un compositor llegó a esta ciudad en compañía de su joven esposa. Buscaban un lugar tranquilo para vivir y éste les pareció el sitio perfecto.

Rápidamente, mandaron construir esta casa que se convirtió en una de las más hermosas de toda esta ciudad.

Los primeros años de su vida aquí, fueron muy felices. Él se dedicaba a componer con su piano sinfonías que completaban cada rincón de esta casa y ella, mientras le escuchaba, cuidaba de este jardín, embriagando con su amor cada planta que en él crecía.

Pero el músico se fue haciendo cada vez más famoso y sus compromisos de trabajo le obligaron a viajar.

Al principio, ella le acompañaba, pero después de un tiempo decidió quedarse a esperarle, sintiéndose poco a poco, en su ausencia, prisionera de esta casa. Su felicidad comenzó a durar el tiempo de su regreso y empezó a sufrir el abandono por aquel piano con el que componía y que le robaba los instantes de su amor.

Aunque él la amaba más que a nadie en el mundo, no vio ningún peligro y, sin tratar de evitarlo, continuó dedicándose a su música, convencido de que ya llegaría el tiempo en el que los dos pudieran disfrutar más de su compañía.

El tiempo se lleno de reproches y el olvido del amor se hizo presente, y en ella, la locura.

Las melodías del compositor se tornaron más oscuras, la fama le abandonó y en un intento por recuperarla amenazó a la mujer con su abandono, abriéndole las puertas de la casa.

Al hacerlo, se condenó, porque ante él, en su jardín, su mujer creyendo que él ya no la amaba, se quitó la vida y sólo después de muerta recuperó la cordura, aunque de nada le sirvió pues nunca pudo volver a su lado.

Después de aquello, preso de la culpabilidad, él se encerró en el interior de esta casa y se negó a salir de ella incluso cuando le sobrevino la muerte. Todavía hoy, algunas noches, se aferra a su viejo piano tratando de terminar una sonata para su amor, una composición en la que entregó el recuerdo de un tiempo lleno de felicidad”

Escuché cada una de sus palabras sin darme cuenta de que la noche comenzaba a asomar su rostro sobre nosotros, y al hacerse la oscuridad empecé a oír golpes dentro de la casa y como se abría una puerta y se cerraba otra, después silencio, y unos segundos más tarde aquel piano comenzó a tocar sus notas.

No podía creerlo, pero ahí estaba aquel sonido.

Nunca creí en fantasmas y dispuesto a desvelar aquel misterio conseguí abrir una ventana y adentrarme en aquella casa, mientras Marianne se quedaba en aquel jardín con el rostro sereno.

Dentro, todo parecía intacto a pesar de los estragos del tiempo. Siguiendo la música, llegué a una pequeña sala en la que estaba aquel piano muy cerca de la ventana. Pude comprobar cómo no había nadie y sin embargo las teclas se movían. Y de nuevo, un escalofrío recorrió mi espalda.

Pensé que se trataba de algún mecanismo y me acerqué aun más, mientras la música parecía no acobardarse ante mi presencia, entonces, sobre él, vi una vieja partitura, su título, “Marianne”. Ella era la esposa.

A través de la ventana traté de buscarla y pude contemplarla tal y cómo era. ¿Cómo no me di cuenta? La luz de una tímida luna parecía atravesar su cuerpo en ese momento etéreo.

Por eso siempre tenía prisa, volvía a su jardín a sabiendas de que nunca podría entrar de nuevo en esta casa.

Después de unos minutos en los que el desconcierto golpeó mi mente, decidí abandonar aquel lugar no pudiendo dar crédito a lo que había presenciado.

El jardín estaba vacío, y antes de dejar del todo atrás la casa, me giré para contemplarla. La música había cesado y allí, al pie de la ventana, se encontraba el esposo. Nunca dejo de amarla.

Han pasado muchos años desde aquella noche.

Al principio, llegué a pensar que todo había sido fruto de mi imaginación por aquel aspecto fantástico que presentaba aquella casa, pero todavía hoy, hay atardeceres que acudo de nuevo allí y a veces me encuentro con Marianne, entonces hablamos y dejo que me cuenté de nuevo la historia, aunque antes de que la melodía del anochecer de comienzo, me despido de ella y la dejo sola en su jardín…



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martes, 5 de abril de 2011

DIEZ CUENTOS NEGROS. IX. EL AHORCADO


La oscuridad y lo sueños en ocasiones van unidos y entonces hasta las peores pesadillas pueden parecernos reales.


Sí, en el lado oscuro a veces reina la confusión y hasta lo más evidente puede provocar el declive de nuestra propia existencia.


Cerca, o no tan cerca, del final…


IX. EL AHORCADO


Desperté sudando, sintiendo que me faltaba el aire.


Tuvieron que pasar unos segundos para darme cuenta de que todo había sido un sueño y agradecí que Ray durmiera plácidamente a mi lado y que no le hubiera despertado.


Con cuidado, salí de la cama sin hacer ruido y me dirigí a la cocina para beber algo. Sentía mi boca completamente seca.


Con las manos todavía temblando y con mucha dificultad, conseguí sostener el vaso de agua. Ni siquiera el primer sorbo, ni aquel dolor intenso en mi garganta consiguieron hacerme volver a una realidad templada.


Mientras trataba de calmar el temor que me recorría, las imágenes se repetían de nuevo en mi mente, y tuve esa extraña sensación de que todo lo que había soñado era demasiado real, y la certeza de que aquella pesadilla se llevaba repitiendo en mi vida demasiadas veces.


Sabía que de nada me serviría volver a nuestro lecho; quizás lo único que conseguiría sería despertarle y ver su cara llena de preocupación mientras me preguntaba si otra vez había soñado lo mismo, por lo que decidí sentarme en el pequeño sofá del salón hasta conseguir por lo menos serenarme.


“Estaba en el interior de una casa que inesperadamente me resultaba familiar. En todas las habitaciones reinaba un orden riguroso, como si todo estuviera colocado en su punto exacto y, sin entender por qué, aquella simetría me produjo cierto desasosiego.


No había nadie, excepto yo, y sin embargo percibía con claridad que la persona que vivía allí acababa de salir.


Sobre la mesa de la cocina encontré billetes y monedas agrupados de mayor a menor en montones alineados. Mientras trataba de imaginar qué tipo de persona podría haber dejado el dinero de esa manera tan escrupulosa, escuché el sonido de un disparo.


Trescientos cincuenta y tres dólares…


Salí de la casa y comencé a correr por el camino que conducía al granero. Tenía que llegar rápido, y mientras lo intentaba, a mi derecha, pude contemplar como un perro yacía muerto junto a una escopeta.


Ya sabía lo que iba a suceder y el pánico comenzó a apoderarse de mí. Tenía que llegar como fuera, aunque aquel cobertizo cada vez estaba más lejos.


A punto de alcanzar la puerta pude oír aquel golpe seco, y aunque me resistía a hacerlo conseguí abrirla y entrar.


Aquel cuerpo colgado de espaldas a mí, ya sin vida, aún se balanceaba…”


Así me había despertado aquella noche, aunque esta vez había estado cerca de ver por fin el rostro de aquel hombre, si no hubiera sido porque el pánico de descubrir la verdad me había devuelto a mi vida.


Mientras trataba de dar otro sorbo de agua, sentí de nuevo un terrible dolor en la garganta y al acariciar mi cuello, supe que algo no estaba bien.


Me dirigí nerviosa al baño y al encender la luz, y descubrirme pude contemplar en el espejo como aquella herida rodeaba mi cuello.


Quise gritar, pero no pude.


Contemplando el terror de mis ojos, tratando de descifrar si eran los míos, vino a mi mente su nombre, aquel perro se llamaba Dorkas.


Entonces lo supe, yo era aquel hombre, y una terrible inquietud se hizo, de nuevo, dueña de mí.

De lo único que estaba segura es que aquello no era un sueño, ni siquiera una pesadilla.





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