Una vez, siendo niña, sentí la soledad de su resplandor, aquel brillo perdido en la inmensa oscuridad, sólo quebrada por el leve fulgor de las estrellas, sus eternas compañeras. Aunque nunca negué su belleza, no pude evitarlo, me compadecí tanto de aquel extraño destierro que en mi inocencia, fui haciendo mío y me imaginé que era una mujer...

domingo, 28 de febrero de 2010

EL CUENTO Nº 68 DE LA LUNA OSCURA. PARA MARIA




Se encontraba apoyado en el quicio de la ventana. Aquella noche podría ser como cualquiera de las otras noches vividas, si embargo tenía algo distinto. El niño miraba embelesado el gran círculo blanco que reinaba en el negro cielo, y en su mirar era correspondido por la dama blanca que , desde su negro y amplio feudo observaba todo lo que acontecía en el pequeño pueblo.

El rapaz sostenía su carita entre sus manos, soñando despierto. Su mente volaba. Tras entrar su madre en la habitación y reprenderle con una sonrisa cariñosa se metió en la cama. Fue entonces que, tras cerrar sus ojitos y entrar en el reino de Morfeo, la luna descendió a la tierra siguiendo su reflejo en el lago cercano. Llegó a la estancia en la que descansaba el chiquillo. Qué serenidad se contemplaba en la sonrisa que se dibujaba en su carita.

Penetró en su ensueño apreciando la maravilla de aquel primer amor. Le extendió su mano y se dirigieron a una pequeña fragua donde, nuestra luna, le dió un pedazo de sus ser. El niño, con el obsequio recibido, la ayuda de la guardiana de su dormir y el fuego de su corazón, comenzó a realizar una ofrenda. Mientras manipulaba la materia, de las chispas que saltaban, surgían estrellas que inundaban el negro manto celeste. Fue así como poco a poco se fue creando un blanco collar de las más exquisitas formas y el sentimiento más sincero.

La noche transcurrió. Tras el descanso, los rayos de sol acariciaron la cara del crío y notando su calidez y claridad se frotó los ojos. Fue un sueño, pero cuando se giró apreció, en la pequeña mesita de noche, una cadena con eslabones que refulgían como estrellas fugaces y un medallón esférico. En el reverso “para María”.

martes, 23 de febrero de 2010

EL CUENTO Nº67 DE LA LUNA OSCURA. UN VIAJE POR EL ALMA. REINA DEL DESIERTO.




Sé que duermes, pero no he podido evitar coger el portátil y ponerme a escribirte. Será por la emoción.

Por fin ha llegado el momento. Mañana abandonaré este lugar. El barco que me llevará de vuelta ya ha llegado al puerto.

Todavía no he tenido tiempo de hablarte del mar rojo y de sus pequeñas islas, pero ya sabes que el desierto lo ha sido todo.

Han transcurrido sólo tres meses. Debía de haber sido suficiente para acabar mi tesis y sin embargo siento que ni siquiera he rozado lo que pretendía alcanzar.
Me parece que te estoy escuchando “Mi loco historiador siempre buscando justificaciones…”

Así es, parece que fue ayer cuando me despedí de ti y llegué buscando la ruta de esas caravanas cargadas de incienso y mirra perdiéndome en este desierto de arena, polvo y leyendas, como otros antes lo hicieron. Hoy, me siento realmente perdido pues no he logrado dar con ella.

Y tú preocupada por si alguna mujer lograba conquistarme.

No te lo negaré, son realmente hermosas, sus ojos oscuros y profundos las hacen ser dignas herederas de la gran reina, pero sólo la luna ha logrado engatusarme entre las dunas, trayéndome cada noche tu recuerdo.

Algún día te traeré aquí y contemplaremos las noches en el desierto cuando el viento dibuja olas sobre las arenas, el horizonte se cubre de estrellas y ella consigue iluminarlo todo.

A veces el embrujo de su luz consigue arrebatarte el sueño para impedir que se pierda ese instante de belleza absoluta.

¿Sabes? Contemplándola, el misterio oculto de estas tierras pareciera que brillara aún más y las dunas, aunque no te lo creas adoptan las curvas de una mujer tumbada contemplando el cielo.

Y las canciones…

He tratado de buscar la sabiduría que encierran los cánticos antiguos. Y aún así no he podido desenterrar el secreto de su reino perdido.

Una noche el viento jugó a traerme el aroma perfumado del incienso del que una vez fue portadora a través del mediterráneo, y mientras saboreaba los dulces de miel desarrolle una teoría loca, “No quiere ser encontrada para no perder nunca este vergel de arena”

Se hace tarde. Mientras te escribo este e-mail hace un rato que parece que la luna llamara a mi ventana, quizás quiera despedirse de mí. La verdad es que me va a costar hacerlo, aunque sé que ahora mi desierto está a tu lado, mi reina de Saba dormida.

jueves, 18 de febrero de 2010

EL CUENTO Nº66 DE LA LUNA OSCURA. UN VIAJE POR EL ALMA. CONFLUENCIAS


Hoy otra luz rompe este alma llenándola de colores cálidos y aromas intensos; una pequeña parada en el viaje en el que la luna de mis cuentos se oculta ante la pretensión de los que alguna vez creyeron que los sueños son sólo nocturnos.

Hoy que las sombras son otras, a pesar de la escasa luz relatada en señal de respeto, duerme la dama sin melancolías.

Hoy vivo y comparto, permitiendo que la única oscuridad se encuentre en la profundidad de unos ojos que no han podido ser mejor descritos con tus palabras.




Y si no puedes hacer tu vida como la quieres,
en esto esfuérzate al menos
cuanto puedas: no la envilezcas
en el contacto excesivo con la gente,
en demasiados trajines y conversaciones.
No la envilezcas llevándola,
trayéndola a menudo y exponiéndola
a la torpeza cotidiana
de las compañías y las relaciones
hasta que llegue a ser pesada como una extraña.

C. P. Cavafis (1863-1933)



Cuando nuestra embarcación a vapor enfiló su proa al querer adentrarse en puerto un resoplido hueco e intencionado despertó a todo el pasaje anunciando el próximo desembarco. Los prácticos en sus lanchas vinieron a nuestro encuentro para guiar las maniobras de atraque con la precisión que debiera proceder sin el más mínimo infortunio. La mañana se presentaba limpia y, aunque el Sol intentaba despuntar en un lejano horizonte dejado atrás, el aire era tibio, húmedo, así como agobiante por su densidad.

Desplegado el puente los viajeros aun permanecían repartidos por las barandillas de la cubierta, ensimismados en la contemplación del gentío que esperaba en los alrededores de la dársena. El equipaje, aunque listo, esperaba en los camarotes. La euforia de los que aguardaban abajo se iba tornando en impaciencia interesada. Me tomé un buen tiempo para hacer señal de vida por la escalinata que me dejara en tierra firme, la muchedumbre, algo mas disminuida, seguía siendo enorme como bulliciosa.

Con la ayuda de mi joven asistente que, a dos manos, cargaba nuestras pocas pertenencias, fuimos con pasos tranquilos confiándonos a la concurrencia aún reunida a la espera de algún rezagado pasajero. Cuento que al pisar suelo infiel, a los ojos del buen cristiano, un remolino humano su fue agitando, nervioso e impaciente, alrededor nuestro. Entre tantas invitaciones e instancias al buen servicio, un chiquillo, escuálido como mal nutrido, intentaba hacerse oír entre aquella turbulencia humana. Pies descalzos, pantalón y camiseta de fibras desgastadas, pelo apelmazado sobre la frente sudada. Con palabras titubeantes y afrancesadas pregonaba con voz apenas sobresaliente un albergue tranquilo en algún lugar no muy distante.

— ¿Está lejos lo que voceas?
— ¡Muy cerca!… Yo acompaño.
— ¿Qué precio?
— ¡No preocupa! …Venir… venir… siempre contento de amigo madre… hermana también.
— ¡Está bien muchacho! Guíanos y veremos si son ciertas tus palabras.
— ¡Yo ayudo,… brazos fuertes!

Sus ojos negros y vivarachos eran lo único que pudiera considerar en poco desarrollo, pues, una vez, por insistencia, haber hecho carga sobre sus hombros de nuestros pocos bultos, sus piernas de hueso enfundadas en piel sin apenas músculos daban pena, pero, fue tanta sus instancias que, tras varios intentos por mi parte de conmiseración, dejé hacer no sin cierta duda, teniendo en cuenta su ahínco y sincero propósito.

Por suerte para él tanto como para nosotros el trayecto hasta los aposentos previstos no se encontraban a larga distancia de la zona portuaria. Después de alejarnos apenas de las lindes asediadas por las voraces gaviotas nos adentramos en callejas estrechas donde el Sol persistente en su intento de reinar con poder absoluto en los firmamentos apenas hacia mella. Tras guiarnos por aquel laberinto de callejuelas flanqueamos un portal que daba a un patio interior lleno de plantas, en tiestos y macetas, donde jilgueros y canarios enjaulados entremezclaban sus alegres cantos aprendidos en su involuntaria vida holgazana. Con una retahíla ininteligible para nosotros nuestro joven guía anunció nuestra llegada. Al instante apenas una mujer de mediana edad, aunque algo avejentado su semblante, salió a nuestro encuentro. Con continuos gestos y flexiones intentaba manifestarnos su satisfacción y contento por nuestra presencia en su humilde hogar. Ayudando a su desfallecido hijo con el equipaje que esté había cargado, no sin cierto evidente sobreesfuerzo, nos invitó a pasar al interior de la vivienda.

Aunque se trataba de una casa indiscutiblemente de familia humilde, las estancias eran amplias y frescas, de típica arquitectura musulmana, sus paredes enjalbegadas de blanco y casi en su totalidad alicatadas en su mitad inferior con azulejos y teselas así como sus suelos completamente embaldosados permitían a sus moradores mantenerla a base de mucha agua clara y aljofifa impoluta de polvo y suciedad.

Se nos adjudicó dos cuartos contiguos de mediano tamaño pero que nos pareció muy adecuado para nuestro propósito, pues, estando sus aperturas dirigidas al patio, el ruido del exterior era inexistente, solo el canto de los pájaros cautivos llegaba a nuestros oídos. Celosías en las ventanas y puertas con rejas y cortinas vaporosas de finos hilos impedían que el calor penetrara manteniendo los aposentos en una agradable temperatura y luz tamizada que invitaba al letargo y ensueño.

Una vez instalado cada cual en su pieza vino una joven muchacha a traernos agua limpia para poder refrescarnos en la dispuesta aljofaina de porcelana. Sin duda debiera tratarse de la hermana de nuestro joven y descarnado guía porteador. Sus inmensos ojos negros evitaban con firmeza mi mirada, con ademanes precisos como tranquilos vertió el límpido liquido con templanza bien aprendida. Vestida a la manera árabe con una falda que le llegaba a los tobillos, su corpiño sin mangas dejaban ver unos torneados brazos de piel cobriza, unas bien proporcionadas caderas y cintura hacían idealizar, sino intuir, el resto de su indudable hermosura. Al volverse para querer marcharse no pudo evitar encontrarse frente a frente con mi persona que, paciente, esperaba concluyera su faena junto a la entrada. Su mirada se alzó un instante, en un quiero pero no debo, encontrándose con la mía. Dos ojos encerraban todo la magia de aquellas tierras, la antigua y oriunda, la asentada y venida de tierras de oriente, la sortilegios que aun habría de llegar por mor a mujeres que, como ella, podían enloquecer a príncipes y sabios, serenos guerreros y viajeros que, como en este caso, tuvieron el infortunio de que se les cruzara en su pasajero camino.

— Madre prepara té para señores, pronto yo…
— ¡Muchas gracias! No es necesario que os molestéis…
— No molestia, madre hacer… pronto listo,… no tarda.
— Está bien, nos refrescaremos y cambiaremos nuestra indumentaria por algo más fresco y saldremos al patio. ¿Podéis prepararlo fuera? Me apetece respirar el aire de la mañana.
— Yo prepara mesa fuera para señores…
— ¡Sois muy amables!… enseguida estaremos listos.

Pasado escasamente una media hora decidí salir al exterior del patio. Una mesita baja compuesta de una bandeja circular de cobre o bronce estaba extendida sobre un trípode que la sustentaba sobre sus delgadas patas de madera repujada. Dos asientos de cuero o piel a modo de cojín se habían colocado a uno y otro lado junto a los muros blanquecinos para que el sol del mediodía no les alcanzara con su insolencia. Al poco tiempo mi asistente y yo departíamos amigablemente sentados casi en cuclillas con nuestras espaldas reposando sobre el resguardado e impoluto muro blanco.

Tras un intercambio de impresiones sobre nuestra ruta dejada atrás y nuestro nuevo albergue recién habitado quedamos casi en tabla en nuestras precisiones. Estábamos en tierra firme rodeados ambos de una cierta familiaridad que nos reconfortaba. En eso que por un flanco nos llegó la presencia de nuestro heroico guía de la mañana de desembarco.

— ¿Gusta a dos… casa… chambre?
— Todo nos complace joven amigo. Estamos más que…
— Madre hace té… pronto…
— No hay prisas, una buena infusión tomada en este…

En eso que su joven hermana hace presencia. Sus ojos nuevamente bajados a la bandeja que báscula apenas en su andar meditado, uniforme como sensual en sus pasos leves pero voluptuosos a la vez. Intento llegar a sus pupilas, puerta de sus secretos. No hay tregua. Imposible. Su pelo desatado apenas deja vislumbrar su barbilla y parte de su labio inferior. Al descargar las tazas y querer verter en ellas el contenido humeante percibo como gracia de Dios sus bucles negros con un vaivén de casualidad que me impregnan de inquietud y deseo al llegar su perfume de hembra a mi olfato y sentidos.

La estancia programada en aquel rincón del mundo no estaba premeditada más de lo que pudiera tardar nuestro próximo enlace hacia un nuevo enclave y destino. Conscientes de nuestra efímera huella en aquellas tierras quisimos afianzar nuestros recuerdos con las más imprescindibles visitas a sus alrededores que pudieran marcar nuestra memoria con estampas inolvidables. En ese afán nuestro tuvimos el apoyo de nuestro joven amigo enclenque. Siempre predispuesto y con sus miras volcadas hacia nuestra satisfacción indudable por sus servicios.

Visitamos tanto palacios y edificios casi en ruina, aunque lo más que perdura hoy día de aquellas excursiones son los artesanos y talleres. Muchos de ellos trabajaban en minúsculos habitáculos repletos de labores ya ultimadas, sumidas en el olvido de clientes ávidos de piezas únicas. Cuero troquelado; alpaca con diversas formas, diseño o utilidades; tejidos vaporosos o ligeros para el tacto; alfombras tramadas con los mejores vellones de las comarcas circundantes.

Entre descansos largos en las mañanas y visitas guiadas durante el día nuestra estancia fue transcurriendo hasta llegar la fecha contratada para nuestro próximo embarque hacia otras tierras. La última tarde fue un reflejo de nuestra primera mañana en aquel barrio intrincado de enredadas esquinas sumidas en quietud y sombras no muy lejos del puerto.

Dejamos nuevamente nuestro joven guía y ya compañero más que maltrecho junto a la escalinata de embarque. Su voz siempre débil como amigable sonaba esta vez más triste y sentida. A pesar de nuestra ostentosa propina por sus atenciones desmedidas se notaba que algo le fallaba en su sincero intento de despedido. La noche se vertía como un fardo inevitable. Una travesía apalabrada se balanceaba junto a los últimos abrazos.

Por coincidencias o mala fortuna el capitán de la embarcación decidió que los vientos no eran favorables a nuestra predestinada travesía. Con suerte, a la mañana, los intempestivos aires que azotaban los mares quedarían algo más calmos y a la espera de otra noche donde hacer gala de sus desaires mal ajustados.

En eso que a la marinería y pasaje se le dio consentimiento u opción de pernoctar en sus camarotes o, por instancia algo remachada de cierto hincapié, ocupar sus respectivas cabinas y departamentos donde, una vez liberados del peso de todo equipaje y bultos que pudiera molestar, acceder a un corto desembarco que no trascendiera más allá de la medianoche, momento en que por seguridad se levantaría la pasarela una vez que, tripulación que no estuviera en aquel momento de servicio y viajeros que hubieran optado por una corta salida, estuvieran nuevamente de regreso al buque a la espera de una inaplazable partida a cualquier hora imprevista al alba, en cuanto amainaran los vientos y la bonanza regresara por sus fueros.

Fue así que decidimos aprovechar esas últimas horas para bajar de nuevo a tierra firme y buscar en las cercanías alguna taberna o fonda donde se nos permitiera tomar un trago mientras degustábamos algún plato de carne o pescado aderezado a la manera local. Pues el cocinero de nuestra embarcación acostumbraba a preferir las recetas y menús propios de la Francia ya algo dejada atrás desde hacía varios días con sus respectivas noches.

No tuvimos que deambular mucho rato para encontrar una cantina de entre tantas que rodeaban los embarcaderos en callejas lindantes al puerto. Adentrados al azar en una que parecía prometer los servicios y viandas de nuestras pretensiones, una atmosfera turbia y agria, mezcla de humo y vapores de vino añejo, golpeó nuestros sentidos hasta entonces despiertos y despejados gracias al fresco y agitado aire que soplaba en el exterior en aquellas horas tempranas de la noche.

Las voces de la marinería que ocupaban gran parte de las mesas como del mostrador estallaban en un embrollo de lenguas y dialectos propios de la mezcla de razas, nacionalidades y diferentes colores de piel y cabello. Algún que otro despistado viajero, que como nosotros, habían optado por aventurarse en tan peculiar hostería, no sin cierto grado de peligro, permanecían casi en silencio degustando su pedido con ojos avispados, atentos, siempre, en guardia, pues era frecuente en aquellos tugurios portuarios las disputas y reyertas donde, en cuestión de segundos, aparecían cuchillos y otras armas además de los puños bien endurecidos y curtidos en los aires y trabajos del mar.

Estábamos mi asistente y yo haciendo los honores a una bandeja de estofado de cordero con nuestra jarra de oscuro tinto casi vaciada, cuando un grupo de músicos en una amplia tarima dieron rienda suelta a sus instrumentos de cuerda y viento. Al compás y ritmo marcado por los timbales y sonajeros, flautas, chirimías, violines y laudes tejían sus melodías y fraseos con la exactitud y filigrana tan propia de los bordados y entramados más exquisitos de tejidos y tapices ofertados en los no muy distantes bazares.

Aquella primera pieza ejecutada con brío y meticulosa interpretación, fue celebrada por la variopinta concurrencia con muestras de satisfacción y apruebo a base de aplausos, chiflidos, golpeteos de jarras y vasos sobre las roñosas mesas, también vocifero aprobante que se sobreentendía o traducíamos como un -¡bravo!- en los escenarios y salones más elegantes.

Tras aquella primera muestra aprobatoria del público asistente los músicos reanudaron su arte con una segunda pieza. Una larga introducción rítmica a base de percusión acalló los ánimos exaltados por la bebida y la música. Fue cuando el resto de instrumentos debiera entrar en el compás preciso que una bailarina salió al entarimado. Siguiendo los dibujos sonoros que los instrumentos de cuerda y viento diseñaban, su cuerpo, de esplendorosas formas, se balanceaba con movimientos serpenteantes de brazos, cintura y torso a la par que sus pies y piernas se afanaban en rítmicos pasos ligeros como cadenciosos.

Ataviada con un conjunto de prendas casi en su totalidad confeccionadas con tules de sensual transparencia, excepto en las partes más pudorosas, su cuerpo semidesnudo, de una perfección casi insultante saltó de aquel escenario que ocupaban los atareados músicos. Al caer en su brinco sobre el suelo, los cascabeles atados a modo de esclava en sus tobillos atrajo nuevamente los bramidos y el éxtasis del aquel rudo público masculino. Sin dejar en ningún momento su carnal contoneo fue sorteando con su baile las manos y brazos que, en señal de súplica, intentaban un roce de su piel o de su cabello que aplacara la libido que se les desataba sin decoro ni remisión.

En eso que la grácil y joven danzarina, con pasos rítmicos, vino, petulante, hasta donde me encontraba sentado con mi servil compañero. Sin dejar sus movimientos sinuosos como sugerentes hizo una corta pausa en la itinerante representación de su arte frente a nuestra mesa. Aunque de espaldas a nosotros el brillo de su cabello ondulado como negro e impenetrable hizo que por un instante evocara la tímida muchacha que horas antes habíamos dejado atrás en nuestra corta visita de escala que, pronto, habría de concluir con la inminente partida hacia otros rumbos. En eso que, en una voltereta lenta, incitante como provocativa por las oscilaciones de su cuerpo, queda ante mi vista su rostro de doncella, dueña de tantas lascivias contenidas en aquel momento. Dos ojos me traspasan con mirada acusadora. Dos ojos no son suficientes para que acapare el deleite y complacencia que se me brindaba por una última vez. Dos ojos que me miran y transmiten última despedida muda pero significativa. En aquel momento supe, vislumbré, que mi paso por aquellas tierras quedaría en el recuerdo de dos personas, de dos corazones que guardarían en su más profundo, no sin cierto desconsuelo, un amor que pudo ser y se evaporó por la lejanía de los mares en la distancia del tiempo.

A la mañana siguiente nuestra embarcación despidió aquellas tierras míticas, de culturas que se adentran en los anales de la historia, con un último golpe de vapor sonoro. El Sol despertaba, la Luna, oculta durante toda la noche por las inclemencias, miraba con ojos tristes y compasivos antes de desfondarse por un horizonte impreciso e indulgente.


Rafael Martín (Palma de Mallorca, 12-02-2010)


domingo, 14 de febrero de 2010

ESPECIAL SAN VALENTIN. PROMETO SER BUENA JA JA JA JA JA JA.




Mira que lo he estado pensando si hacía o no una entrada en este día. Y al final como que ayer me decidí.

Ayyyyyy San Valentín, cuántos mitos hay alrededor de ti.

El más frecuente es ese que comparte mucha gente al opinar que éste es un día puramente comercial y que muchos ni lo celebran porque no entienden el por qué un ramo de rosas cuesta más en este día que en otro.

Se podría hacer una tesis al respecto, pero hoy me agarraré a la idea de que muchos hombres (vale también mujeres que también las hay), no todos, se encuentran forzados a eso, a regalar un ramo de flores por eso de que no van a quedar mal. Y señores… el no quedar mal, se paga.

Porque claro aquí estamos todas las mujeres modernas (vale también hombres que también los hay) diciendo eso de “no, si a mi no me importa que no me regalen en este día porque para celebrar el amor cualquier día es bueno…” ja ja ja ja ja ja.

Esperar que tengo otra frase mejor “Huyyyy flores, si es una pena que te las regalen, porque luego se marchitan”

Otra, otra, otra “Huyyyy bombones, a mi ni que me los regalen que luego me salen lorzas” ja ja ja ja ja ja.

Y UNA LECHEEEEEE que luego resulta que no nos regalan nada y vemos como a nuestra amiguita Pepita su amado le ha regalado un macro ramo de flores acompañado de una nota de esas que se te ponen los pelos como escarpias del puro amor que rebosa (casi me quedo sin aire escribiendo esto) y nuestra cara se pone más verde que el verde que acompaña a las flores.

Seamos honestos que a todas y todos nos gustan que sean detallistas con nosotros aunque no pidamos un crucero en el barco del amor, un fin de semana en paris o un diamante del tamaño de una naranja.

Y podría ser cualquier día, no digo que no, yo soy de las que se apunta a eso, pero vamos que luego llega este día y un “te quiero” o un poema, o una simple flor hacen mucho.

Por lo menos nos sirve para que mañana cuando volvamos al trabajo podamos decir “ay mi chico que detallista que mira que no nos gusta celebrar este día pero ayer tuvo un detalle conmigo que no veas”. Vamos que quedamos de lujo ja ja ja ja ja.

Como os contaba al principio lo que me ha hecho decidirme a escribir esta entrada es que ayer, vísperas del día V, fui a una floristería buscando un regalo.

EHHHHHH que mañana es el cumpleaños de mi madre, que quede claro. Ja ja ja ja ja

Y allí me encontré al entrar con varios hombres que estaban eligiendo ramo.

Es graciosísimo, mira que lo pasan mal (es que parece que les da vergüenza), pero entre todos una pareja llamo mi atención. Eran un padre y su hijo. Los dos habían elegido su ramo correspondiente, y el hijo, que era bastante joven, allí estaba tratando de escribir la nota que iba acompañar las flores para su chica.

El pobre se equivocó y tuvo que pedir otra tarjeta para escribir. Madre mía qué apurado se le veía. Y el padre de los nervios, mirándole, ja ja ja ja ja ja ja (claro como él ya era experto en esto).

Pensé que seguramente era el primer ramo que enviaba, y no pude evitar sentir algo de envidia, lo confieso. Si supiera su chica lo que le costó escribir esa nota, buscar las palabras perfectas para expresar un sentimiento… JODER ME ESTOY EMOCIONANDO Y TOOOOOO.

¿Es que no me digáis que no es bonito?

¿Os acordáis de vuestro primer regalo? Lo mismo ni siquiera fue en San Valentin, o a lo mejor sí, o a lo mejor ni nos acordamos de la fecha. ¿Y qué más da? Si lo importante es que se quedó como un recuerdo.

Hoy para muchos este día pasará a sus recuerdos y yo creo que eso es lo importante. Aunque pago por ver a más de uno atravesar las calles con esos ramos, muertos de la vergüenza por si les ve alguien conocido ja ja ja ja ja ja ja ja. Que no que una vez que lo tienes entre tus manos no se hace invisible. Ahhh a ver pedido muerteeeee.

Y no me enrollo más que me voy a salir a la calle para ver si veo aparecer una furgoneta de Interflora que traiga un ramo para mi. Ja ja ja ja ja ja ja. Porque entre bombones y flores: FLORES POR SUPUESTO, aunque se marchiten.

PARA TODOS VOSOTROS OS DESEO UN FELIZ DIA DE SAN VALENTIN, SEA HOY O MAÑANA O CUANDO SEA.

miércoles, 10 de febrero de 2010

EL DECIMO QUINTO CUENTO DEL DIABLO Y LA LUNA OSCURA. LA OFICINA.

CUENTO ESCRITO POR DIABLO Y LUNA OSCURA



No sé en qué momento empecé a planearlo, pero si de algo estoy seguro es que ya no podía soportarle más.

Era un hijo de puta. De verdad que lo era. Cada día que llegaba disfrutaba riéndose de nosotros. Y su manera de dar ordenes no era otra si no la de un hijo de puta.

Recuerdo el día que mando a María hacer un informe de ventas porque tenía una reunión urgente. La pobre María, qué nerviosa se ponía cada vez que le hablaba, y él lo sabía. Cuando por fin lo acabó y se lo presentó, la avergonzó delante de todos nosotros preguntándola si ese era el trabajo de una licenciada en empresariales. La obligo a rehacerlo una y otra vez y cada vez le sacaba algún defecto.

Pero, qué sabía él realmente de informes de ventas, si nunca había estudiado, y eramos nosotros los que en las reuniones dábamos la cara. El sólo era la imagen, la firma, y un hijo de puta que disfrutaba sabiendo que tenía poder sobre las personas.

Está bien, intentaré no volver a decir que era un hijo de puta. Pero, que conste que lo era.

Pobre María, como se fue aquel día a su casa sintiéndose derrotada, humillada... Entonces me odié a mi mismo por no decirla que no iba a haber reunión y que él sólo pretendía atormentarla. Al día siguiente ya no volvió a trabajar, y me odie aún más. Pero yo no tenía la culpa. Realmente no la tenía.

Los días se pasaban viendo a este odioso personaje. Un tipo que en su día fue "compañero" y que ya por aquel entonces apuntaba maneras aunque intentara comportarse como uno más. Sibilino y de mirada poco fiable, destacaba por un increíble complejo de inferioridad que le impulsaba a apuñalarte por la espalda a la mínima oportunidad que tenía. Así que cuando le ofrecieron un puesto conseguido a base de pisar cuellos de otros, se creyó el rey del mambo.

¿Y que os podría contar de sus dos amiguitas?. Se suele decir "dime con quién andas y te diré quién eres", y estas personajillas eran lo que se suele denominar comúnmente como unas "trepas". Paloma y Lourdes encizañaban a este perro de presa, mordedor por su estatus, contra cualquiera que no hiciera las cosas como ellas querían. Y es que es lo que tiene el entrar a una empresa como "estrellas" cuando sus puestos los habían conseguido a base de...bueno, mejor me lo callo. Pese a su mayúscula incompetencia, se paseaban por la oficina como amas y señoras del lugar que, con los cambios que habían acontecido, era lo más parecido a una casa de putas.

Por las mañanas, al levantarme, iba a ponerme el café del desayuno y el solo hecho de pensar en salir en pocos minutos hacía esa jaula me ponía realmente enfermo. En ese momento empecé a barajar aquella idea, y hacerlo fue lo mejor que me pudo haber pasado. ¿Estaba volviéndome realmente loco la situación que estábamos viviendo yo y mis compañeros de toda la vida?. Sí, empecé a planear sus muertes.

Pero no podía decírselo a nadie...

Se podría pensar que hasta cierto punto es fácil diseñar el asesinato perfecto. Pero la verdad es que no lo fue; elegir el lugar, el momento, y sobre todo el arma a emplear, y lo más complicado, hacer que todo encaje en esa perfección fría y salir impune, aunque el orgullo quede oculto sólo para el artista. Pero bueno, siempre fui humilde y la fama... la fama no estaba hecha para mi.

La verdad es que me llevo mucho tiempo y, a veces, hasta me desanimé, pero luego volvía a ser testigo de su odiosa crueldad que se revolvía en mis entrañas y de esa nausea que me producían volvía a sacar fuerzas para continuar.

No dejaba de observarles, a pesar de mi repulsión hacia ellos, aprendiendo a andar en sus propias sombras para no perderme ningún instante de sus vidas.

En mi mente les regalé la muerte de múltiples formas hasta que por fin vi claramente cómo lo haría y no sería directamente con mis manos.

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Un correo electrónico:


From: palomagomez@hotmail.com
To: jrtenorio
@gmail.com
Subject: Hola cariño...
Date: Sat, 7 Ene 2009 02:06:49

No puedo dormir pensando en ti. He encontrado en el trabajo un lugar que no conoce nadie. Podríamos vernos allí a la hora de la comida. En los bajos del edificio hay un sótano con una puerta cerrada con llave. No te preocupes, me he hecho con una y estará abierta. Te esperaré ansiosa. Espero verte...Besos como y donde tu quieras...;)
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Al día siguiente Juan tenía una sonrisa un tanto especial. Incluso se podría decir que se dedicó un poco menos a "pisotear" al resto de sus subordinados. De vez en cuando se le escapaba una mirada cómplice hacia Paloma que era correspondida como era habitual en una "calienta-trepadora" como ella. Después reía y cuchicheaba con la otra arpía sobre lo especialmente simpático que estaba su jefe con ella ese día. A la hora de la comida, en lugar de dirigirse al comedor como de costumbre, siguió las instrucciones recibidas por mail. Bajó tres plantas de escaleras, encontrándose con un estrecho pasillo, tenuemente iluminado, que desembocaba en una puerta de metal. Lo atravesó y agarró el picaporte con sus manos sudorosas. Efectivamente la puerta estaba abierta.

Antes de entrar, tanteó la pared de la oscura pieza buscando un interruptor. "click". Una superficie que en su momento había servido de archivo y que, ahora mismo, ya no servía para absolutamente nada. No había ninguna ventana, tan solo una pequeña rejilla de ventilación por donde se renovaba el aire y que no podía librar a la estancia de una cierta humedad y olor a cerrado. De vez en cuando el sonido de tuberías, alcantarillado y el agua corriendo por ellas.

Mientras observaba se apagaron todas las luces. "¿Paloma?.....Paloma, ¿Estás ahí?". Y mientras decía esto apareció al fondo del pasaje un punto de luz que le apunto a los ojos. "Paloma, ¿Eres tu?...¡JODER QUE SUSTO ME HAS DADO!!!!". El fulgor de la linterna parecía que se iba acercando a saltitos..."¡COÑO PALOMA!!!!, ¡Deja ya de apuntarme con la lucecita a los ojos!!!!".

Se protegía la mirada mientras se le escapaba una risilla nerviosa. Cuando llegó a su lado sintió como le palpaba suavemente la entrepierna... "JAJAJAJAJAJAJAJA... Palomaaaa, ¿Has venido juguetona???...Te voy a dar yo juego..."...Y en ese mismo instante la risa se convirtió en alarido cuando sintió esa misma mano agarrarle con fuerza. No pudo evitar que el cuerpo se le encogiera y se le saltaran las lágrimas por el dolor. Un fuerte empujón hizo que cayera en el interior del antiguo almacén donde se quedó en posición fetal protegiéndose con las manos la zona dolorida.

Un portazo y unas vueltas de llave. "¡SOCORROOOOOOOOOOOOO!!!!! ¡SACAMÉ DE AQUÍ HIJO DE PUTAAAAA!!!". Pero los gritos eran en vano, lo único que hicieron fue amortiguar los pasos que se alejaban de aquella puerta y el que no percibiera como la rejilla de ventilación caía al suelo abriendo paso a una multitud de pequeñas patitas. Para cuando esos pequeños chillidos de colas como látigos llegaron a sus oidos ya era demasiado tarde. Treparon por su cuerpo y clavaron sus pequeñas cuchillas dentales por cualquier sitio que alcanzaban...Y si Juan conseguía desprenderse de una, tres ocupaban el lugar de esta...Hasta que llegó un momento en el que le fue imposible desprenderse de las agudas punzadas...
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Hoy es un día como otro cualquiera y al llegar al trabajo la verdad es que no me apetecía nada encontrarme con el "personaje" de todos los días. Pero la verdad es que todos nos hemos extrañado mucho cuando no le hemos visto aparecer por ningún sitio. Borja ha preguntado por él y ha dicho a María que en cuanto le viese le mandara para su despacho para tratar unos temas del proyecto nuevo....Al final ha tenido que llamar a su casa porque no aparece por la oficina. La mujer ha contestado llorando, esta preocupada porque ayer no llegó a casa a la hora habitual y no sabe nada de él desde que salió de casa a la mañana...




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lunes, 8 de febrero de 2010

EL CUENTO Nº65 DE LA LUNA OSCURA. UN VIAJE POR EL ALMA. EL CABALLERO TEMPLARIO.




En la oscuridad de la noche abrió los ojos la luna cerca de un puerto.

Su viejo amigo, el mar, le saludó en su despertar y le anunció que pronto se cubriría por una bruma que cerraría el paso a oriente.

Mientras trataba de adivinar en qué lugar se encontraba, escuchó las campanadas de la antigua iglesia templaria. Un triste tañido evocaba, en cada golpe, un tiempo en el que los guerreros habían desembarcado en la tierra que les conduciría a su hogar.

Y entonces, supo la luna dónde se encontraba aquel día.

Tiempo atrás, en una noche como aquella, en ese mismo lugar, compartió la oscuridad con un caballero supuestamente invencible por la fe que procesaba y que, abriéndose paso a través de su luz, buscaba un lugar en calma para hincar sus rodillas y poner fin a su viaje.

Apartado de sus compañeros, que celebraban el retorno, supo que él no volvería a su hogar. Estaba agotado por la guerra y comenzaba a sentir como las heridas de su cuerpo volvían a renacer aumentando el sufrimiento de su propia devoción.

La luna percibió el gran desconsuelo del alma de aquel hombre y él, al sentir su luz, trató de ocultar las lágrimas buscando su propia sombra. Ningún caballero se prestaría a llorar y menos ante una dama como aquella.

Cerca del mar trató de respirar hondamente, buscando algo de paz, pero la sal impregnada en la brisa nocturna hizo que ardieran aún más las cicatrices abiertas.

Sintiendo el dolor, suplicó al cielo una lluvia que borrara el olor a muerte impregnado en su corazón; una lluvia que le hiciera perder el sentido y la consciencia de lo vivido. Necesitaba olvidar toda la sangre derramada por un motivo que, desde la última batalla, había empezado a tambalearse.

Trató de recordar su vida anterior, pero su juventud parecía perderse en el recuerdo de ceremonias en las que su fervor lo era todo. Sólo la imagen de su anciana madre, el día de su partida, parecía haber sobrevivido y su corazón se encogió de nuevo.

Quizás su última víctima también tuvo una madre que ahora lloraría con desgarro por la muerte de su hijo en las arenas del desierto.

¿Qué Dios podía permitir que unas madres sufrieran tanto?

Tiempo atrás hubiera entregado su propia vida en el fragor de la batalla tratando de proteger su cielo, pero quizás la cordura le había ido abandonando con cada golpe de su espada haciendo tambalear su propia fe.

Desenvainando a su compañera por última vez sintió el reflejo de la luna sobre su filo. Pero supo que ni siquiera su dama podría hacer desaparecer los restos de sangre y entonces comenzó a llorar, sin tapujos, mientras la clavaba ferozmente en la tierra pronunciando su último juramento, renegando de la casa que le enseñó a matar.

Cuentan que con el alba sus compañeros, al sentir su ausencia, comenzaron a buscarle pero únicamente encontraron cerca del mar su espada clavada. Nunca más se supo de él. Algunos dijeron que desapareció huyendo de los honores que recibiría al llegar a la capital del reino. Otros que se recluyó en un Monasterio hasta los últimos días de su vida.

Quizás sólo la dama blanca y aquel mar fueron los únicos en conocer el destino de aquel guerrero, pero eso amigos es otra historia…

jueves, 4 de febrero de 2010

EL CUENTO Nº64 DE LA LUNA OSCURA. UN VIAJE POR EL ALMA. ROZANDO EL AMANECER.




Las calles comienzan a despertar, algunas personas caminan rápidamente todavía con cara de sueño ¿Les dará tiempo llegar a la parada para coger este autobús?

¡Dense prisa señores que es mi último viaje por hoy y puede que si no me alcanzan lleguen tarde al trabajo!

Parece que la joven dependienta de la tienda de flores se ha dormido. El estudiante que siempre procura sentarse a su lado, la echará de menos.

Si yo contará las historias que se han vivido en este viejo autobús… Este chico, por ejemplo, es viajero de este trayecto desde hace poco tiempo. Creo que desde la primera vez que la vio se enamoró de ella pero nunca ha reunido el valor suficiente para decirle algo, salvo un tímido “buenos días” que siempre despierta la sonrisa en la joven dependienta, mientras él se esconde tras sus gafas.

Lástima, quizás hoy se habría armado de valor para invitarle a un café. Y estoy seguro que ella habría aceptado.

Mientras llego a la Piazza San Carlo me doy cuenta de que todavía me acompañas, aunque tu luz me advierte que pronto te retirarás, como cada día.

Qué hermosa luciste esta noche ¿Te lo he dicho? No, creo que no y sin embargo cuando todos los turistas querían capturarte en la piazza castello no sentí envidia. Ellos no saben de nuestros paseos a orillas del río Po cuando, en silencio, nos sentimos cómplices de las parejas que pasean entre besos y caricias. Ellos no saben de nuestros deseos ¿verdad?

Quizás mañana paseemos juntos de nuevo, aunque he escuchado en la radio que tal vez llueva. No me gusta cuando llueve y el cielo se cubre de esas nubes que apagan tu brillo. La ciudad entonces parece triste y los viajeros da la sensación que se llenen de nostalgia. No me gusta como huele la nostalgia. Me recuerda la mía.

¿La sentiste alguna vez?

Parezco tonto siempre hablándote como si fueras a responderme. Aunque creo que sí que lo haces o al menos a mi me lo parece, como el primer día que fui yo el que me subí a este autobús. Nunca había trabajado de noche y pensé que no me gustaría. Pero ahí estabas tú dándome confianza con tu luz y ofreciéndome tu compañía. Desde entonces apenas me has fallado, incluso cuando apareces oculta.

Bueno, última parada, mientras siento como te desvaneces en el horizonte, y el sol va ganando terreno.

Qué descanses luna querida, yo todavía me tomaré un café y después me iré a casa, ya sabes que a mí no me quita el sueño, es más, parece que si no lo tomo no pudiera conciliarlo.

Las calles se van llenando cada vez más de gente dispuestA a comenzar un nuevo día. Yo tendré que esperar a la noche para hacerlo, pero si te dijera, ahora que no estás, que ya estoy acostumbrado, te reirías porque creo que lo repito cada día cuando te veo marchar.

martes, 2 de febrero de 2010

EL CUENTO Nº63 DE LA LUNA OSCURA. UN VIAJE POR EL ALMA. TENTACIÓN NOCTURNA.




Aquel día el atardecer se resistía a abandonar su tiempo y la luna retomó su viaje en la suavidad de una luz que no era suya.

Un instante envuelto en música consiguió llamar su atención y la condujo a un paraje que rozaba lo irreal, un bosque profundo de verdes intensos, un rio con aguas cristalinas que corrían lentamente en paz y un bello edificio escondido tras una rosaleda, de una hermosura tal que le extraño no haberlo descubierto antes.

Acariciada por la melodía triste de un piano y embriagada por el dulce perfume de aquellas rosas casi pálidas, supo que al caer el día intentaría regalar su más íntima luz para que el misterio del que comenzaba a ser testigo en aquel palacio no se desvaneciese en sombras.

Tímidamente se acercó más y al hacerlo contempló a una joven que, con la mirada perdida en aquel paisaje, parecía estar rodeada de un triste anhelo.

Quiso oír el alma de aquella muchacha, pero sólo logró escuchar los latidos de un corazón que golpeaban fuertemente su pecho bajo el vestido de muselina, y observó cómo hasta ella se había acercado un hombre.

Su sonrojo ante él, delató la inocencia de no poder sentir, y su respiración por momentos ausentes, ahogó las palabras que nunca pronunciaría.

Pretendió la luna entender porque aquella mujer trataba de ocultar sus sentimientos y simplemente decidió contemplar aquella escena en silencio.

Él le hablaba dulcemente guardando cierta distancia y ella le escuchaba tratando de no perder el orgullo y la compostura. Quizás cuando él se acercó a su mejilla no percibió como sus ojos brillaban llenándose de él y su piel alba alcanzaba el rubor no deseado. Tal vez aquel hombre no se dio cuenta de cuánto amor se encerraba en aquella joven desde el momento en el que ella supo que nunca sería suyo.

El atardecer moría iluminando aquel rincón en el que él le hubiera susurrado palabras prohibidas en una dulce tentación si no hubiera sido porque aquel piano les negó una pieza sin fin.

Era el momento y elevándose con fuerza la luna quiso brillar para ellos pero cuando alzó su luz la joven se encontraba de nuevo sola y lejos de ella, dentro de una de las habitaciones aquel hombre, buscando el olvido, se acercó a otra mujer que al verle sujetó con ternura su brazo.

Quiso entonces la eterna abrazar en su luz a la joven solitaria, prometerla que algún día brillaría por un amor real pero los ojos de su amiga brillaron más que ella cubriendo con sus lagrimas dulces una rosa que guardaría su secreto, y entonces supo que existen momentos que se sienten eternos a pesar del dolor y la tentación.